II

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No hubo de pasar mucho tiempo hasta que por fin, a los quince años, a Erzsébet le llegó la hora de su enlace nupcial con Ferenc en una multitudinaria celebración a la que asistieron miles de invitados.

A partir de aquí la vida de los jóvenes dio un pequeño giro ya que como regalos de boda se les concedieron tierras en el norte de Hungría y se trasladaron a vivir al castillo de Čachtice junto con buena parte de sus sirvientes más leales y la suegra de Erzsébet. Tanto Ferenc como su madre esperaban poder tener bajo control a su bella esposa. Habían perdido la confianza en ella a pesar de que Ferenc la amaba cada día más.

El castillo de Čachtice era una enorme fortaleza de piedra blanquecina que parecía brillar en los días de sol, estaba coronado por tejados rojizos y puntiagudos, tenía salas espaciosas en la gran torre que la hacían muy cómoda para ser habitada, túneles bajo el promontorio rocoso que permitían el acceso a un sinnúmero de mazmorras. Se situaba sobre boscosas colinas, levemente alejado de las aldeas más cercanas y no muy lejos del río Váh. Tiempo atrás había sido un bastión en la defensa de las fronteras aunque ahora había pasado a ser un lugar bastante plácido como para ser la residencia de un matrimonio de bisoños condes.

Las obligaciones militares para con el emperador llamaron pronto a Ferenc, que debía partir y dejar a Erzsébet por un tiempo. Para despedirse de ella, la noche antes de partir, dieron un paseo por los bosques que circundaban el castillo bajo la luz de la luna llena. Llegaron a una pequeña fuente de la que siempre manaba agua, incluso en verano, y allí Ferenc juró amor eterno a Erzsébet. Un juramento de sangre hizo que unas gotas carmesís cayeran a la fuente tiñendo las aguas mientras los amantes se besaban.

Una eterna década pasó Ferenc yendo y viniendo de los enfrentamientos contra otomanos y otros contrincantes, por lo que apenas podía pasar tiempo con Erzsébet. La joven, falta de cariño, empezó a ser cada vez más cruel con sus sirvientes, y buscó nuevas formas de castigo más entretenidas. Por carta, la pareja compartía sus opiniones respecto a los castigos adecuados que debían recibir los enemigos otomanos tanto como los sirvientes que cometiesen faltas graves o no tan graves. El empalamiento se convirtió en el correctivo preferido por Ferenc, que así comenzó a construir una tenebrosa reputación como el Caballero Negro de Hungría. La ferocidad de Erzsébet era menor ya que sus castigos no significaban la muerte de persona alguna. Una de sus torturas favoritas la ejecutaba en invierno, bañando en agua helada a los sirvientes que la hubieran importunado y dejándolos a la intemperie antes de volver a darles un nuevo baño helado.

A pesar de estos actos viles, Erzsébet no se dedicaba en cuerpo y alma a ellos, ya que seguía administrando el castillo y las tierras del condado. Las noches de luna llena se daba un paseo hasta la fuente en la cual Ferenc y ella se habían jurado amor eterno, y allí se miraba en el reflejo del agua, donde aparecía la imagen fantasmagórica de Ferenc, y le preguntaba quién era la mujer más bella, a lo cual aquel espectro respondía siempre "eres tú, Erzsébet, la más bella mujer del imperio". Incluso cuando su marido volvía por pequeños períodos de tiempo al castillo, ella acudía a la fuente para que aquel reflejo le dijese lo que necesitaba que le recordaran.



La condesa y BlancanievesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora