VII

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La condesa Erzsébet se negaba a comentarle a Hófehér los motivos de los ruidos nocturnos; los conocería llegado el momento.

La joven empezaba a estar cada vez más intranquila y no era capaz de centrarse en los estudios, así que trató de sonsacar alguna información a las sirvientas del castillo, pero ellas, ni siquiera capaces de sostener la mirada de Hófehér, evitaban decir nada alegando que le llegaría el momento cuando lo decidiese la condesa.

Unas noches más tarde, una en la que no se escuchaban ni gritos ni el mismo viento, Hófehér decidió investigar. Esta vez se desplazaba por el castillo sin siquiera la ayuda de una vela para no ser descubierta; iba totalmente a oscuras palpando las paredes con las manos muy lentamente ya que tenía la sensación de que cada paso que daba retumbaba por los pasillos.

Las mazmorras estaban levemente iluminadas y no había nadie que vigilase. Hófehér fue avanzando poco a poco mientras veía montones de serrín por los suelos que trataban de tapar unas manchas oscuras que se esparcían por diversos lugares. Fue entonces cuando se dio cuenta de que era sangre. A continuación, mientras pensaba que ya debía salir corriendo de allí, vio una especie de sarcófago abierto cuyo interior contenía afilados punzones que, a pesar de que parecían haber sido limpiados, contenían algunos restos de sangre seca. Pasó a otra habitación y allí encontró a una muchacha joven, que debía tener su misma edad, que se encontraba encadenada durmiendo sobre un camastro manchado de sangre y que tenía enormes heridas cosidas por todo el cuerpo. No mucho más allá colgaba de un soporte una niña, mucho más joven que Hófehér, que tenía heridas abiertas por los que corrían hilos de sangre que iban a caer, goteando lentamente, a una olla de cobre que ya tenía acumulados varios litros.

El terror que sentía no le había permitido percatarse del intenso olor a putrefacción que invadía las estancias que iba atravesando hasta que se encontró con una serie de cuerpos amontonados en diferentes estados de descomposición. Todos los cuerpos pertenecían a mujeres jóvenes o niñas.

Aquel espectáculo dantesco le había impedido darse cuenta que a sus espaldas avanzaba una sombra muy sigilosa. El leal mayordomo de la condesa la cogió de sorpresa mientras Hófehér dejaba escapar un aullido de terror que despertó a la muchacha que dormía atada, que mostró un rostro que parecía surgir del mismo infierno. El sirviente llevó a rastras a Hófehér hacia los aposentos de la condesa, donde esta esperaba despierta. A Hófehér le había llegado el momento de saber de manos de Erzsébet lo que ocurría en aquel castillo.

La condesa no quiso entrar en demasiados detalles. Tras comprobar los efectos de la sangre sobre su piel, consultó con una alquimista que le recomendó hacerse con jóvenes plebeyas a las cuales extraer la sangre. Nunca había recurrido a muchas muchachas nobles, pero tras conocer de la existencia de la bellísima Hóhefér había decidido que debía extraer su sangre para mantener la belleza y la juventud que le otorgaba un gran poder sobre los hombres.

La condesa y BlancanievesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora