capitulo 1

442 25 9
                                    

Nos perdimos en los ojos del otro después de tantos años. Eso era algo que extrañaba: estar con él antes de todas esas peleas y de que me tratara así de...mal. Estar solo con él.

Salimos de ese ensueño varios minutos más tarde, y le dije:

—¿Gustavo te recordó lo...?

—Sí —dijo Guillermo, sin dejarme terminar. Parecía que nada había cambiado: él todavía sabía lo que yo iba a decir antes de que lo diga—. Lo hace bastante seguido el hijo de mil puta. Desde que asumimos en Lanús empezó medio seguido; ahora en Boca es peor, y ni hablar de los últimos días antes del superclásico — explicó, entendiendo mi mirada.

Me quedé callado, sin saber que decirle. Guille sacó delicadamente mi mano de su hombro, y la sostuvo entre las suyas por unos segundos, acariciando mi mano con su pulgar. Por un ingenuo momento, me pareció que lo hacía inconscientemente, pero me di cuenta de que era todo lo contrario cuando me miró con una mezcla de picardía, viveza y leve ¿ternura?. Las primeras dos siempre las había mostrado en la cancha cada vez que jugaba. La última, si era lo que yo creía, solo me la había mostrado algunas veces a mí, cuando aún estábamos bien.

Habían pasado un par de minutos y los dos estábamos callados, mirándonos de vez en cuando. Guille todavía sostenía mi mano, pero, de repente, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, la soltó.

—Perdón, Muñeco —lo escuché susurrar, avergonzado.

Sonreí disimuladamente cuando Guille dijo mi apodo.

—¿Perdón por qué, Chapita? —le pregunté.

Vi que Guillermo sonrió cuando dije su apodo.

—Por lo de hace unos segundos —susurró, desviando la mirada.

—Guille—murmuré con ternura —, ¿por qué te disculpás?

—Por...por agarrarte la mano —musitó Guillermo, con un suspiro.

—¿Qué tiene? ¿No podés? —eso último se lo pregunté con un poco de burla.

Guille reprimió una sonrisa.

Yo le agarré la mano y la entrelazé con la mía, mirándolo. Chapita me miró y miró nuestras manos entrelazadas con algo de sorpresa. Sonrió; le correspondí.

—Guille —susurré, rompiendo el cómodo silencio que se había formado entre nosotros—, hace un rato, antes de entrar, vi que Gustavo salía de acá, gritando.

—Ah, sí. A mí me gritaba —dijo Guillermo—. ¿Qué escuchaste, Marce?

—Había dicho qué fue tu culpa y que antes de este partido estabas nervioso, qué...

—Tiene razón —suspiró Guille, agachando la cabeza y evitando mirarme—. Fue todo culpa mía, y antes de este partido yo estaba re nervioso, lo estuve por días desde que me acordé contra quién me iba a enfrentar, y ni siquiera te saludé hoy —le temblaba un poco la voz.

—Guillermo —susurré—, no tuviste la culpa de nada de lo que pasó antes. Yo también estaba re nervioso antes del partido, estoy casi seguro de que mis jugadores lo notaron —ambos reímos levemente: nunca pude fingir.

—No, Marcelo,yo tuve la culpa de todo lo que pasó, fue mi culpa que nos separáramos, yo fui el que te trató mal, vos nunca me hiciste nada —negó Guille.

—Eso ya no importa, Guille —traté de animarlo.

Guillermo, para mi sorpresa, apoyó su cabeza en mi hombro con algo de duda, diciendo:

—¿Ya me olvidaste, no?

—¿Qué? No Guillermo, nunca —respondí, medio extrañado ante la pregunta.

—Decime la verdad, Marcelo, ya me olvidaste —dijo él.

—¡No, Guille! ¡Nunca te olvidé, enserio! —era la verdad: nunca pude superarlo, y menos olvidarlo.

Guillermo levantó la cabeza y me miró a los ojos.

—¿E...enserio nunca me olvidaste? —susurró.

—No, Chapita, nunca lo hice —respondí.

Guillermo, algo nervioso, se relamió los labios y me apretó la mano.

—Marcelo...

Te sigo amandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora