~6~

1.6K 129 198
                                    

Me revuelvo entre las ligeras sábanas, sintiendo una sensación agradable al notar el tacto frío en mis piernas y pies, haciendo contraste con el calor apabullante con en el cual ha decidido despertarse el día.

Mi dormitorio, al estar en el ático, retiene más calor que otras partes de esta gran casa, y sí, otras veces me quejaría, pero ahora mismo doy gracias a que haga calor y que por las rendijas de la cortina entre sol.

Miro el reloj y me sorprendo al ver que es bastante tarde. Son casi las doce del medio día. Anoche acabé tan agotada que mi cuerpo no ha querido activarse hasta ahora.

Por fin me levanto de la cama.

Mientras me pongo algo aceptable con el que salir para estar por la casa y desayunar, reposo mejor lo ocurrido anoche. Llegué tan cansada que, después de echar mi preciosa ropa elegida con tanto cariño a lavar, me metí en la cama directamente. 

Consecuencia de ello: he amanecido con grandes borrones de maquillaje en los ojos.

Me dirijo al diminuto baño en el que tengo mis cosas que se encuentra al lado de mi habitación. Me observo en el espejo y suelto un resoplido al ver mi pelo enmarañado y sucio debido al agua del mar. No puedo evitar que se me forme una sonrisa y niegue con la cabeza.

Ayer me dijo de quedar de nuevo.

Y yo le dije que vale.

Creo que a pesar de que quiera comportarse como alguien que no le importa nada en absoluto, le vendría bien tener realmente a alguien con quien contar, y yo estoy demasiado intrigada con lo que respecta a esa persona y el misterio que le rodea, y bueno, puede que al final resulte que sí que disfruto de su compañía.

Quizá me equivocaba. Quizá si que podemos llegar a ser amigos.

Pero sólo si él se deja.



Cuando ya me veo lo suficientemente persona, bajo para incarle el diente a lo primero que pille, ya que ya es bastante tarde, y habrán recogido todo el desayuno ya. Mis tíos son personas muy madrugadoras.

Cuando bajo y entro en la pintoresca cocina, no puedo evitar formar una gran sonrisa en mi rostro, al ver a la persona que tengo delante.

—¡Amelia! —Corro y le abrazo.

Mi prima se ríe.

—¿Me has echado de menos?

—Sí... aunque bueno, me he sabido apañar.

Aplaudo mentalmente al ver que han dejado la cesta de bollos fuera y la leche.

—¿Estuviste con Sam?

Asiento.

—Sí, por la mañana vino a la piscina. Íbamos a quedar de nuevo por la tarde pero no sabes quien apareció.

—¿Quien?

—Empieza por A y acaba por -andro.

—¡No me digas!

—Sip. Vino a decirme que si quería salir por la tarde con él.

—¡Eva eso es fantástico! ¿Aceptaste no? —Exclama mi prima emocionada. Sé perfectamente que en su cabeza se está montando cientos de historias diferentes que han podido ocurrir entre nosotros, pero creo que el final del relato no va a esperárselo para nada.

—Pues claro que acepté. Soy paradita, pero no tonta —Me río.

—Esa es mi chica.

Le cuento mi pequeña excursión y mi falta de sentido de orientación y como me acabé perdiendo en medio del diluvio.

1982Donde viven las historias. Descúbrelo ahora