IV - Donde esté la felicidad

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Él era y es el hombre de mi vida. Algo que nos ha unido es el concepto de la vida que tenemos. Queremos ser libres, libres de aquello que nos haga privar de nuestra propia libertad. La libertad de cada persona es única y cada uno decide si ser libre o estar bajo obligaciones. Por suerte, no nos importa ser ricos o pobres, vemos lo bello que es la vida, vivimos sin tantos límites, sin preocupaciones, sin el qué dirán las demás personas... Pero, la libertad en la actualidad es solo una utopía que pocas personas quieren verdaderamente alcanzar.

Preparé la bañera. Puse la radio cassette encima del lavabo, donde el agua no lograse alcanzarla. Preparé unos CDs de los artistas que a ambos nos gustaban: The Smiths, The Rolling Stones, Stevie Nicks, Led Zeppelin, Jim Morrison, entre muchos otros. Apareció él, él con su bata negra, su pelo, que le llegaba hasta el cuello, recogido en una pequeña coleta y su cara de cansancio. Me abrazó y me besó la mejilla para después llegar a los labios. Se quitó la bata y se metió rápidamente en la bañera como si de un nadador profesional que compite en las nacionales se tratase. Le pregunté que quería escuchar esta vez y me respondió cantando una parte de una canción: "Some girls are bigger than others, some girls are bigger than others, some girl's mothers are bigger than other girl's mothers". Entonces supe que quería escuchar el álbum "The Queen Is Dead" de "The Rolling Stones". Me quité la bata también y me metí en la bañera con él. Me senté delante de él, cogí un cigarrillo de la cajetilla abierta que estaba en un lado de la bañera y cogí el mechero que estaba en el suelo para encenderlo.

―Kathy, no fumes que sino te lo cojo y lo apago en el agua, eh ―dijo Guilleaume mientras me abrazaba y olía mi pelo.

―Si me lo apagas, esparcirás la sangre que el arma ya tenía en sí y apuesto a que no querrías eso ―contesté mientras expulsaba el humo de mi boca hacia arriba.

―El agua es quién nos dió la vida ―dejó de abrazarme y puso sus manos debajo del agua. ―Agradece que al menos siempre haya alguien que se preocupa por ti ―me echó agua a la cara y por ende logró apagar el cigarrillo. Dejé al kamikaze en el suelo.

―Eres idiota... ―suspiré y me alejé de él. ―Y por ello deberás combatir con la reina para conquistar este terreno ―empecé a tirarle agua y él empezó a hacer el mismo. 

Paramos un momento y yo sumergí la cabeza en el agua. Estuve varios segundos en el agua pensando en nada. Nada. Nada. Nada. Pinté mis pensamientos de blanco como si de repente en nada pensara. Como si nada sintiera. Como si me hubiera muerto. En aquel momento, él me hizo volver a la vida dándome un beso desde el otro lado. Me sentí como si realmente le importara a alguien, como si mi cuerpo ya no fuera un objeto para cualquiera, como si estuviera protegida de mis grandes temores.

Estaba cumpliendo mi castigo, como siempre, en una clase, específicamente el aula veinte. Casi siempre veía a las mismas personas cumpliendo algún castigo e incluso me hice amiga de algunas personas.  La persona que siempre nos vigilaba era la misma, un profesor que no me daba clases. Era muy majo con nosotros. Conseguía entablar conversaciones con todos nosotros. Siempre nos preguntaba la razón por la que estábamos castigados y el por qué de nuestras acciones. 

―Katherine, ¿y esta vez por qué te han castigado? ―preguntó el profesor con una sonrisa en su cara. Cosa que siempre hacía.

―Digamos que mi profesora de arte me cabreó, me fumé un cigarrillo en clase para no partirle la cara, me dijo que saliera al patio si quería fumar y antes de salir, hice una calada, me levanté y le eché todo el humo en la cara ―oí como los demás se "burlaban" de mí diciendo que era una malota. ―Me gané una amonestación y no entiendo por qué no me expulsan. Asco de instituto ―saqué una goma de pelo y me hice una coleta. El pelo me empezaba a molestar un poco.

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⏰ Última actualización: Mar 08, 2015 ⏰

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