A la mañana siguiente Robert logró convencerme de empezar una nueva rutina. Era la primera vez que levantaba el cuerpo tan temprano a pesar de haber descansado tal vez, unas tres horas.
Traía puesto una sudadera naranjada con unos pantalones de lana de un tono oscuro, mientras que yo había optado por una camiseta de algodón y unas mallas cortas ceñidas a la piel y que proporcionaba mayor libertad de movimiento.
Corríamos levemente en el jardín verde y mientras transpiraba, me enfocaba en no dar un paso en falso. Sólo debíamos ir al costado del jardín de unos noventa metros y retornar sobre la misma línea, para no llamar la atención de los que yacía más allá de las barreras metálicas que rodeaba el extenso campamento militar. Era la primera vez pisando el césped y percibiendo el calor de un sol matutino, así como lo era el contemplar aquellas carpas montadas y esparcidas que cubrían la mitad del campo.
Todo se sentía inquietantemente novedoso. De pronto me había preguntado si alguien se atrevió a pasar las barreras o cuales serían las consecuencias de sólo hacerlo.
— ¿Todavía tienes estado, viejo? — agregó él al tiempo que avanzaba a trotecillos a mi costado.
— ¿Por qué preguntas? — dije jadeando —. ¿Ya te cansaste?
Robert río momentáneamente.
— Veo que amaneciste mejor — Señaló. Decidí actuar como acostumbrábamos hacerlo, como si realmente tuviera humor el día de hoy.
— Sólo me siento diferente corriendo — expliqué reduciendo ligeramente la velocidad —. Además, ya casi había perdido la costumbre de hacerlo.
Una mueca de esperanza pobló el rostro de Robert, como si de pronto se sintiera orgulloso.
— Es lo que dijo ella, hacer rutinas nuevas y procurar normalizar las caminatas o recorridas en el interior. Ya sabes, tenemos toda una ciudad aquí dentro.
Llevé los ojos instintivamente hacia el campamento a nuestro costado pensando en esta nueva ciudad, como Robert lo había llamado. Me preguntaba si era el único en poseer una inquietud al observarlo, como si estuviéramos expuestos y no al mismo tiempo.
— ¿Y ellos controlan todo el recinto? — Pregunté con un tono de incertidumbre.
— Lo sé, todos al principio tuvieron las mismas preguntas. Nadie estuvo tan cómodo hasta que lo olvidaron — continuó soltando unos leves suspiros —. Es la FEMDA o parte de lo que queda de ella, al parecer trabajan de cerca con los militares. Lo que no entiendo es, ¿Qué mierda pueden hacer los militares por ellos?
Avancé sin perder de vista aquellas carpas verdes y amarillas que parecían contener algo demasiado relevante y aterrador. Esperando tal vez divisar algo que rompa con la monotonía y lleve al pánico nuestros cuerpos, tal vez de esa manera recuperaría la voluntad de correr sin atajos. Pero, era consciente de ser un desconocido dentro de aquel enorme espacio.
No había pasado demasiados días desde que contemplé a los militares o de saber sobre ellos, como si una parte de mí se sintiera desconectado de la misma realidad.
Más tarde el mismo día, me hallaba en el mismo círculo de personas que ni siquiera conocía. Los músculos de mis piernas presentaban ligeras contracciones, un poco más en comparación a aquel aterrador día donde nos creíamos muertos tras el brutal impacto, que nos tomó sorpresivamente.
Apenas he logrado evadir el sofá o el colchón, supuse que sería mejor caminar y mantenerme distraído. ¿Con qué?
A veces necesitaba algunas canciones para silenciar el estrepitoso ruido que se almacenaba en el interior de mi cabeza, a veces la música no era suficiente para enmascarar la realidad.
Permanecí sobre el asiento con cabizbaja, sosteniendo un pequeño vaso de plástico de donde bebía café, dándome cuenta que tal vez ya perdí la cuenta de los tragos. Mis manos se encontraban sudorosas y evitaba elevar con constancia el envase hacia mi boca para no develar el pequeño temblor que parecía emerger.
Me encontraba desesperado, con ganas de huir, pero de alguna forma retenido por mi propio cuerpo. Mucho más inusual de lo acostumbrado y parecía conocer aquellas características.
Me concentré obligatoriamente en la figura delgada de una mujer de no más de treinta años. Pelo castaño y tés albino, su rostro sugería poco descanso y tal vez, una fuerte experiencia que lo había trastocado.
Al poco rato comprendí que relataba su trágica experiencia y su desafortunado logro al huir de las personas infectadas. Había escapado dejando atrás a su marido y a un hijo de ocho años, vivían en un departamento en un sector céntrico de la ciudad. Al igual que a mí, le costaba relatar con detalles y se tomaba breves silencios para recomponer sus fuerzas, admiraba la capacidad de hacerlo sin quebrarse completamente.
Su rostro albergaba un espiral de emociones contenidas que alcanzaban a ser expresadas, conocía ese tipo de expresión. Lo había visto enumeradas veces antes e irónicamente también lo estaba conteniendo.
— Lo cierto es que, día a día sólo siento un dolor insoportable y no sé si puedo seguir fingiendo, sólo por tratar de recuperarme o vivir mi vida de forma normal.
Continuó de manera pausada mirando el suelo en un punto inespecífico. Dentro de mi interior podía notar las consecuencias de haber reprimido sus emociones, es un error natural que todos cometemos cuando deseamos desconectarnos de aquello que nos somete.
— Y me siento furiosa, porque hui cuando pude hacer algo, estoy jodidamente avergonzada de mí misma. ¡Era mi maldita familia y los dejé morir! — exclamó con resonancia. La contemplé con cautela como si fuese la única persona oyéndola.
Siendo consciente de mi propio enfado. Un sentimiento que mantenía reprimido durante demasiado tiempo y a su vez, visualizándome con nitidez en aquel instante donde mi cuerpo perdió fuerza y posé la espalda por la puerta de Dante.
Recordándome que pude haber evitado aquel catastrófico suceso, diciéndome interiormente que había fallado.
— Me di cuenta que no ha existido una decisión más difícil en nuestras vidas como cuando debimos dejar a alguien. Porque la posibilidad de que estemos aquí, dentro de esta habitación, es la consecuencia de la decisión que hemos tomado — murmuró con voz ligeramente agrietada —. La posibilidad de nuestras vidas ahora, nos costó la vida de los demás y eso es algo con la cual no puedo lidiar, es un peso horrendo. ¿Vale la pena vivir de esta forma? Encerrados, sin siquiera saber cuándo saldremos o cuándo esta pesadilla va a terminar; seguir viviendo sólo para recordar que no pudimos evitar la muerte de otras personas.
Toda la sala conservó un sepulcral silencio, uno con cierto aire de pesadez en el ambiente. Mientras ella aguardaba una innecesaria respuesta a su culpa manifestada.
De sólo oír cuestionarse de la misma forma que yo me producía un escalofrío, humano y compartido.
Como si de alguna forma estuviera proyectando mis tormentos en ella para luego hablarlos con todos sin atajos.
— Tus decisiones pasadas no te definen, Ángela — susurró Diana de una forma tranquilizante —. No eres peor persona por la decisión que has tomado.
Ángela, aquella chica joven se mantuvo cavilando durante unos segundos y en su silencio me detuve en las últimas palabras de Diana, procurando creer que no era una peor persona por lo que había hecho.
El silencio parecía extenuarse y las imágenes retornaban como fragmentos quebrados que se negaban a permanecer en el olvido y la misma desgarradora sensación envolvía mi cuerpo.
— No lo entiendes, nadie puede siquiera creer lo que ha ocurrido y tampoco yo, no puedo creer mi impulsividad y mi cobardía.
Se estremeció unos breves segundos donde se permitió el silencio, momento donde ella luchaba por recuperar su compostura.
— Cada día vivo pensando que debí volver por ellos, pero tenía miedo y salí corriendo, fui más rápida. Pero debí volver.
Habló con voz agrietada y se detuvo una vez más, vencida por sus emociones y tal vez un nudo que impedía sus palabras.
Me estremecí en silencio al recordar mi nula capacidad de afrontar los hechos y la manera en cómo el miedo terminó paralizando mi cuerpo. De pronto deseé haber vuelto, deseé haber evitado que Dante fuera mordido.
Sus palabras sonaban como los constantes pensamientos que procuraba evadir.
— ¿Quieres continuar, Ángela? — cuestionó con delicadeza.
Pero ella había desasentado con la cabeza, siendo incapaz de seguir hablando.
Conocía aquella incapacidad de continuar y la impotencia que de pronto ser cernía de manera imprevista, es algo abstracto y pesado que sólo demandaba sentirse.
Diana aguardó unos instantes donde parecía procesar toda la información, la basta y compleja densidad de los problemas ajenos. A veces necesitaba salir devuelta en las calles luego de algunas sesiones o reproducir alguna canción.
No pretendes cargar con los problemas de los demás, pero como una esponja, a veces sin querer absorbes parte de la sensación.
La tristeza, la angustia. Son estados complejos con los que lidiaba con constancia.
— Si alguien desea hablar, sin importar si es recién llegado o ha estado más tiempo, el piso está abierto — Dijo finalmente luego de recomponerse.
La sala volvió a enmudecer por unos segundos donde nadie cruzaba miradas en busca de la persona valiente que elevase la mano, incluso Robert, la única persona que permanecía invariable frente a todos ellos, recorría la mirada con cautela.
Percibí una leve transpiración sobre mis palmas, algo dentro mío me arrastraba al silencio y a la inmovilidad.
Inspiré ligeramente y abrí la palma con timidez para luego volver a esconderla debajo de mi brazo, arrepintiéndome en último momento.
— ¿Sí? — su voz adquirió un pequeño entusiasmo —. ¿Quieres hablar?
Asentí con la cabeza, nuevamente las miradas habían vuelto de forma casi discreta, podía sentir la cautela de cada uno.
— Mi nombre es Max — agregué en voz baja.
Todos habían repetido mi nombre de forma sincronizada provocando que dentro de la sala se oyera con mayor amplitud.
Continué en silencio debatiéndome si realmente debía hablar sobre lo que había ocurrido, aunque intentara abrir mi boca o hacerme escuchar, algo parecía retenerme.
— Necesito ayuda — Admití de manera avergonzada. El silencio se tornó más pesado, lo percibía en el ambiente.
— Había tratado de matarme — continué siendo incapaz de levantar la mirada y percibiendo algo extraño en la garganta, no era un nudo, más bien algo que parecía infiltrarse.
Me convencí que no era algo demasiado alarmante, después de todo parecía un síntoma más que se repetía con frecuencia en mí.
¿Cómo puedo explicarlo? ¿Cómo hacerlo cuando ni siquiera soy capaz de hablar sobre lo que ocurre conmigo?
Inspiré profundamente.
— Porque... — mi voz se volvió a apagar, tensé mis brazos —. Me siento cansado.
Diana y yo nos sostuvimos las miradas, finalmente, como si le debiera una explicación acerca de todo. Nadie parecía rodearnos en aquel instante y sin embargo, un pequeño hormigueo se extendía por mis manos.
— Me siento cansado de repetirme que pude haber hecho algo para evitar que mueran. Cansado de juzgarme por herir los sentimientos de la única persona que pude amar, me siento cansado de saber que no puedo volver atrás por mucho que lo desee.
De pronto fui consciente de que mi voz fluía sin ataduras y no existía nada que amenazaba con detenerme, me mantuve en silencio unos breves segundos tratando de recuperar aliento para proseguir. Ella continuó esperando si signos de impaciencia, mis latidos se dispararon de manera desprevenida, como si todo aquel instante me encontrara corriendo tras algo por demasiado tiempo.
¿Se ha disparado ahora o lo estaba notando recién?
Iba ascendiendo poco a poco, de manera que lo podía oír retumbando mis oídos.
— Cada día que despierto, menos consciente soy de mi realidad y me siento enojado por todo y...
Quería continuar, pero el nudo en la garganta me había impedido. Posé rápidamente el pequeño envase antes de que sacudiera con fuerza y vertiera el líquido, acto seguido crucé los brazos y luché por no perder el control. Estaba demasiado inquieto y consumido por un miedo inusual, como si realmente no estuviera presente frente a los demás o como si fuese lanzado a una horrible incertidumbre, capaz sí lo estaba.
Este episodio era diferente, no sabía cómo actuar y se apoderó mi cuerpo de manera impredecible.
— Ya no puedo cambiar las cosas.
Hablé por un tono más bajo, de manera que nadie comprendió que lo había dicho.
Las sacudidas se disipaban y los latidos golpeaban mi cabeza de manera estrepitosa, impidiéndome seguir.
— No sé qué ocurre conmigo — repetí con temblor en la voz. Necesitaba hablar con urgencia en aquel instante, gritarles por ayuda, que no me dejen caer.
— Comprendo por lo que pasas, Max — Ella continuó con un hilo de voz. Tensé la mandíbula y abrí los ojos nuevamente procurando recomponerme sin mucho éxito.
— Volver a sanar requiere tiempo. Eres consciente de tus errores, sólo que no pareces dispuesto a corregirlo y tú cómo psicólogo sabes a qué me refiero.
— ¿Por qué piensas que porque fui psicólogo tengo las respuestas para todo? — Interrumpí —. Las cosas no funcionan de esa forma.
Se mantuvo en silencio de vuelta mirándome perpleja. Nos sostuvimos la mirada durante un tiempo indefinidamente prolongado donde toda la sala se mantuvo en expectativa.
— Lo siento si te he molestado, sólo trato de ayudar — pronunció las palabras con ligera pausa esforzándose en parecer arrepentida.
No podía despejar los ojos sobre ella y por mucho que pudiera esforzarme en mostrarme molesto, sabía que no podía.
Esperé que haya notado la desesperación en mi voz, no podía continuar conteniendo el estallido. Había liberado finalmente los brazos para luego ponerme de pie.
Mi mente abandonó completa reacción normal, sustituyendo un pánico desenfrenado que me incitaba a realizar algo de inmediato, algo de la cual no me encontraba del todo seguro qué podría ser.
— Necesito volver a mi cuarto — susurré con desesperación.
— ¿Max? — Siguió Robert. Se había incorporado al tiempo que lo había hecho.
— Necesito volver, Robert — repetí con el temor acrecentado.
— Hey — me detuvo —. ¿Estás bien, amigo? — Movía sus ojos, estudiándome el rostro rápidamente, procurando reconocer el problema sobre mí. Inspiré de manera honda y di unos pasos en dirección a la salida, pero un peso irracional de fatiga invadía mi cuerpo, un peso que en segundos pareció haberse materializado y me detuve súbitamente.
Hincando una rodilla hacia el suelo, reconocía de nuevo lo que ocurría y empecé a regular desesperadamente mi respiración con el deseo de evitar el vértigo.
— Max — Apareció a mi costado —. ¿Estás bien?
— Sólo quiero volver a mi habitación — Susurré con impotencia.
De pronto todo se mantuvo oscuro.
El sonido se suspendió y el malestar se esfumó en un chasquido. Como si el mundo dejase de existir en una fracción de segundo y se levantara un silencio existencial, aterradoramente pacifico.
Infinitos segundos después, dentro del vacío oí pequeños ecos inentendibles; sonidos que viajaban por el aire y parecían contener un ruido particularmente familiar.
Dos voces lejanas que se mezclaban de manera indescifrable y paulatinamente ganaban cercanía, logrando reconocerlo.
Y de pronto, todo se aclaró de golpe y nos encontrábamos en el interior de nuestra habitación. Reconocí las paredes azules de nuestro dormitorio y la tenue iluminación de unas lámparas naranjadas.
Ella de alguna forma volvía a estar molesta, la divisé frente a mí con los ojos llorosos y las cejas juntadas. Era una de esas ocasiones donde discutíamos sobre cosas que ella no podía dejar en el pasado.
— Lo siento, no voy a poder confiar de la noche a la mañana.
— Judith — Murmuré y avancé un paso frente a ella.
Sus brillantes ojos verdes yacían poblados por las lágrimas.
— No hagamos esto de vuelta, no quiero que Dante vuelva a escucharnos. Esto no es saludable para él.
Judith volvió a estremecerse. El peso del dolor recayó sobre ella de manera imprevista y caminó hasta abandonar la habitación y un pesado silencio reinó en el interior, uno donde me permití suspirar levemente.
Debía lidiar con sus cambios, pequeñas cosas que no desaparecían del todo. Entonces, él había aparecido en la entrada y se mantuvo expectante. Al notarlo caminé con urgencia y lo elevé en un brazo para luego desplazarme hasta el interior de su espaciosa habitación.
— ¿Qué estás haciendo aquí, cachorro? — Murmuré al cerrar la puerta y acercarme en dirección a su cama.
— No podía dormir porque escuché a mamá gritar — Dijo con pequeña inseguridad en la voz.
Dante apenas tenía cuatro años cuando corrían esos tiempos, su inquietud hacia nosotros comenzaba a florecer.
Lo acosté en la cama con cuidado y lo arropé sin apuros. Odiaba el hecho de que pudiera notar nuestras discusiones, me preguntaba cuál sería su percepción de nosotros en el futuro.
— ¿Por qué mamá estaba llorando? — Preguntó repentinamente.
Sus ojos tiritaban con ternura, había adquirido la mirada de ella.
Me miraba con ojos de inocencia que pretendían seguridad.
— No lo estaba — Mentí.
Judith ha estado enojada conmigo desde hace demasiado tiempo y de alguna forma continuamos juntos, no era la clase de relación que podría llamarse como algo saludable.
— Tal vez parezca, pero no fue así — Le acaricié su sedoso pelaje por un momento —. Sólo está algo cansada y se había lavado el rostro, el trabajo a veces es demasiado pesado para ella.
Procuré sonar verosímil mientras continuó con una expresión dubitativa.
— ¿Por qué no tomas un descanso? Ha sido un día largo para ti también — Proseguí.
— Quédate, papá — murmuró —. Es que no quiero dormir solo.
Por un instante el corazón se me había contraído.
¿Estaba descuidando la atención de mi hijo? Temí que así lo fuese puesto que a veces, uno de los dos procuraba descansar todo el día o simplemente, no podíamos lidiar con su energía hiperactiva e indomable.
Dante se hizo a un lado liberando un pequeño espacio en la cual recosté el cuerpo, para luego rodearlo con un brazo. Posó la cabeza delicadamente sobre mi pecho y relajó la respiración ligeramente procurando dormir.Y súbitamente volví a despertar. Del sueño más extenso y el descanso más corto, de pronto desconocía mi entorno como si hubiese hibernado por años, pero por la tenue iluminación del interior del cuarto pude deducir que tal vez, era de noche.
Yacía acostado sobre mi colchón respirando con suavidad, dándome cuenta que sólo era otro recuerdo. Y aquella solitaria sensación abrazó mi cuerpo, una vez más. Recordándome que ya no volvería a esos momentos.
Así empezaban mis largas noches sin sueños, consumido por la nostalgia y el vacío que se acrecentaba en mi interior. En noches como estas los destellos del ayer se vuelven mi refugio yen ellas revivo instantes sin ningún orden cronológico.
A veces retornaba en instantes donde ambos poco a poco cambiábamos, de manera que a veces podíamos asustarnos.
Era difícil no cambiar sin asustar al otro, era todo tan diferente cuando las discusiones emergían porque aquellos instantes actuaba como idiota. ¿Tanto la amaba y actuaba de esa forma?
Mis síntomas se disfrazaban de sentimientos con las cuales me hallaba familiarizado, he ahí donde reside la complejidad de comprender lo que ocurre conmigo mismo.
El cúmulo de cosas que luchaba por acallar en mi subconsciente de pronto se vertían sobre mí. Podía reconocer aquella consecuencia ligada a mis decisiones personales, como la más irónicamente absurda que se trataba de las emociones que necesitaban ser expresadas.
Mis destellos del ayer no pretenden ser felices, están ahí para recordarme quiénf ui y de lo que me niego a olvidar. Percibía una vez más la sudoración sobre mi frente de forma espontánea, así empezaba mis largas noches sin sueños.
La noche pasa a día, una semana a un mes. Soy tan consciente de mi tristeza de una forma diferente a la que nunca fui de mi felicidad, y entonces observé la pulsera.
Era lo último que me quedaba de ella y mi única manera de mantenerla cerca, fue el regalo que más había amado. Casi podía divisar su rostro de regocijo al recibirla.
No podía seguir soñándola y aunque pudiera seguiría buscando un perdón que jamás tendrá respuesta. ¿De qué me sirve seguir soñando con ella diciendo lo mucho que siento haberle fallado envida? Cuando al final de todo sólo será un sueño.
Deseaba fervientemente volver atrás y reparar todos los daños que nos causamos juntos, lo deseaba desde el inicio de toda esta pesadilla.
Giré de costado con leve esfuerzo y encendí mi teléfono donde pude divisar la hora expuesta en el medio de la pantalla, marcando las 03:20.am.
Tomé los auriculares blancos de siempre y busqué las notas de voces que se mantenían intactas dentro de nuestras conversaciones, sólo de esa manera podría volver a oírla de manera realista. Como si estuviera aquí nuevamente.
— Hey, no quiero estar mal contigo. Sé que podemos quitar adelante lo nuestro, no quiero que termine.
Quiero que te esfuerces, no me digas que cambiaste, demuéstramelo. Me estoy esforzando en dejar las cosas a un lado y ser diferente, pero ambos necesitamos cambiar. Te amo, no dejes de insistir, por favor.
Discúlpame si he sido explosiva o te he llevado al límite. No quiero que te canses de mí, Max. Te amo y no quisiera perderte.
La nota se detuvo, pero me negué al silencio y volví a repetirlo deseando caer dormido tan solo oyendo su voz. Y en el interior de mi pecho un agudo dolor parecía emerger, algo ardiente que no alcanzaba a describirlo con certeza.
Inconscientemente contraje las piernas hasta dejarlas flexionadas y me mantuve en posición fetal, todavía oyendo su aguda y temblorosa voz. Sin dar crédito a lo lejos que he llegado, sin dar crédito a cómo su ausencia golpeaba mi ser.
Y mantuve los ojos cerrados concentrándome en su voz, mientras los destellos del ayer se disparaban junto con una dolorosa lágrima.
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Mañana Perdida - Juego del Caos 1
Novela JuvenilMañana Perdida gira en torno a Max, un psicólogo que debe lidiar con unas crisis personales que jamás ha experimentado mientras procura sobrevivir en un nuevo y hostil mundo, en compañía de su amigo Robert. ¡AVISO DE CONTENIDO SENSIBLE! La histori...