ROBERT
Era temprano en aquel día, las rutinas habían cambiado.
Caminaba en el angosto pasillo devuelta del gimnasio con los auriculares puestos, la fatiga me distraía del encierro indefinido.
Me detuve frente al dormitorio e ingresé al interior sin mucha prisa, pero manteniendo la cautela como costumbre; la habitación era espacioso y de tamaño rectangular con una vista panorámica del estadio al fondo y una puerta transparente. El suelo y partes de las paredes resplandecían de un confortante color blanco con adornos que formaban parte del estadio.
Caminé con discreción en dirección del sofá oscuro adornado a par de metros de la puerta que daba acceso a los asientos exteriores, pero me detuve súbitamente:
— ¡Hey! — Centré los ojos en él, levemente sorprendido —. ¿Te he despertado?
— No he logrado dormir — murmuró Max levantando poco a poco el cuerpo del sofá hasta mantenerse sentado.
— Con esto ya va otra noche que no logras dormir.
Estiré levemente los labios formando una débil sonrisa y caminé hasta alcanzar una pequeña silla de hierro con forro de cuero sobre el respaldo.
— ¿Cómo estuvo tu mañana? — Murmuró Max con expresión fatigada, leves ojeras se dibujaban por debajo de sus ojos marrones ausentes. Y el pelo castaño había adquirido más volumen otorgándole unos flequillos angulares y descuidados.
— Entretenido — asentí —. ¿Saldrás a desayunar? Lo necesitas.
Max reflexionó en silencio sin inmutarse.
— ¿No quedaste con la chica de la que me contaste?
Cuestionó Max finalmente. Mecánicamente rasqué el dorso de mi nariz al tiempo que cavilaba sobre su pregunta.
— Uhm, es complicado.
— Estamos encerrados aquí, no lo entiendo – Continuó él con una breve mueca burlona.
— Vamos — Finalmente me incorporé —. Debes salir de la habitación, comer, caminar; hacer algo diferente. No estar aquí como un pedazo de mierda, sin hacer nada.
Me acerqué rápidamente hasta alcanzar la puerta y me detuve a esperarlo. Max se debatió unos segundos, su silencio sugería un profundo debate.
Finalmente incorporó el cuerpo y caminó sin muchas ganas hasta atravesar la puerta y ambos nos desplazamos en el interior del cálido pasillo de subtonos azules y blancos. La iluminación era suave y el suelo ilustre casi de manera artificial.
Conservaba un silencio sepulcral que le dotaba de un aire pesimista durante el largo trayecto.
— Te sorprenderá la cantidad de personas que hay dentro, es como si toda la ciudad haya logrado entrar.
Estudió su entorno como un niño algo temeroso y poco asombrado.
— ¿Y aun así encontraste a esa chica? — murmuró —. Vaya que eres rápido.
Lancé un relincho.
— Vaya historia romántica, ¿No? – Le sostuve la mirada con regocijo.
– Puro cliché – asintió Max dibujando una leve sonrisa en su rostro. Resultaba satisfactorio observar una pizca de sonrisa en él.
Más de una vez lo oí romper en llanto durante las noches y mantenerse inmóvil durante horas en cualquier hora del día, como si súbitamente perdiera la capacidad de realizar algo por sí mismo. Contemplar al hombre listo que era capaz de realizar una introspección y ayudar a los demás actuar de esta manera, resultaba tristemente irónico.
— ¿No piensas que hoy es un día histórico? Finalmente levantaste el culo del sofá.
— No exageres, todavía pienso en dormir – Contestó algo desganado.
Giramos a la derecha y nos aproximamos al final del pasillo.
— No pediré mucho, sólo no te decidas dormir en nuestro desayuno. Ya vas un mes evitándome, Max.
— No puede ser un mes — sonó ligeramente confundido.
— Un mes y no has visto este lugar — agregué al tiempo que finalmente abrí las puertas cortafuegos de dos plazas revestidas en un ilustro color azul.
Al atravesarla pudimos contemplar un extenso y amplio patio de comidas. El suelo era de un reluciente concreto pulido y la iluminación provenían de unos fluorescentes rectangulares.
Podía apreciarse filas de mesas plegables de hierro con bancos y a los costados, pequeñas tiendas de comidas que se ubicaban unas a lado de otras. Una incontable cantidad de personas circulaban en el interior del basto espacio que lucía como una metrópolis contenida, todas aquellas personas viviendo como si nunca hubiera ocurrido nada.
— ¿Qué te parece? — Elevé las cejas con profundidad, para evidenciar mi dicha.
— Wow, un patio de comidas. Nunca he visto una — Contestó Max evidenciando su sarcasmo. Por lo menos aun poseía algo de humor en él.
— Por favor. Mantener sus documentos personales con ustedes y en caso de no poseerlos, acérquense a las oficinas para asignarlas.
Una voz de un tono anodina se extenuó a lo largo y ancho del patio de comidas mientras avanzábamos sin prisa.
— Ya me había olvidado de aquella voz — Susurró él nuevamente mientras exploraba su entorno.
Proseguí con la marcha mientras nos cruzábamos con personas que al igual que nosotros, habían sobrevivido a duras a penas. Personas que no conocíamos, pero eran agradables o al menos con quienes he hablado.
— ¡Hey Martin! — Saludé levantando levemente la palma a un sujeto de piel morena al costado de la cafetería.
Respondió el saludo cordialmente al igual que otras personas dentro del patio.
Era inevitable caminar por este lugar sin poder cruzarme con personas que, a pesar de verlos cada día, provocaba un pequeño regocijo de encontrarlos. Como antes.
Mientras continuábamos en nuestra apacible marcha, él observaba a los demás sin siquiera conocer sus nombres; no tenía idea de quienes eran y ellos tampoco conocían a él.
Se desplazaba con sigilo y sin ser percibido, como un fantasma entre los vivos. Ninguna vez se había preocupado en sentirse solo o de tomarse las molestias de relacionarse con alguien más.
— ¿Cómo conoces a estas personas? — Dijo finalmente, esperaba que lo preguntara.
— Max, llevamos un mes aquí — Respondí con incredulidad —. Se supone que tú deberías conocer a alguien también.
No podía explicar concisamente la satisfacción de poder socializar con más personas, volver a ser alguien nuevo y la dicha de ser reconocido. Nunca pude definir el término "mejores amigos" por esa cuestión, nunca puedo dejar a nadie a un lado. Max y yo somos amigos desde los dieciséis o cerca, pero llevamos años de amistad.
Tampoco sería justo apartarlo.
— Toma asiento — le señalé hacia una mesa vacía —. Iré por algo de comida.
Rápidamente lo había dejado atrás para dirigirme hacia un sector de comidas que anteriormente ofrecían donas y pretzels, la mañana era como cualquier otra y para mi suerte la fila era menos que los días anteriores.
— Hey, Ricky. — saludé al joven con bata blanca que se encontraba al otro lado del cajero.
— Romero — saludó con poca sorpresa —. ¿Lo de siempre?
Asentí la cabeza al tiempo que formé una sonrisa.
— Lo mismo de siempre — asentí —. Pero, esta vez necesitaré dos.
— ¡De inmediato! — Respondió el joven y retrocedió en busca del pedido.
Recorrí la mirada a mis costados percibiendo a todas esas personas en busca de otros amigos, como si de manera extraña todos se conocieran en el interior del recinto. Podía hasta pensar que volvíamos a tener algún partido programado y nosotros nos encontrábamos aquí en la ansiosa espera, quién diría que más de una persona ha perdido algo o alguien para estar vivo en este lugar ahora.
De pronto, detuve los ojos en Max de vuelta. Solo, sentado en el banco en medio de la mesa, como el chico nuevo de secundaria que no podía socializar. Verle de lejos era diferente, como inseguro y más pequeño.
— Robert — Retornó el joven a mis espaldas.
Giré rápidamente volviendo dibujar una sonrisa amigable, apreciando con ojos brillantes mis pedidos.
— Dos sándwiches de bistec — Añade con voz cortes.
Sostuve la comida con ambas manos y caminé en dirección de Max. Notó mi llegada por lo que sólo se había esforzado en mover los labios en una sonrisa bastante débil que se había esfumado en segundos.
— Esperemos que con esto recuperes el apetito — Comenté al tiempo que por fin podía tomar asiento en el banco que se dividía por la mesa, quedando cara a cara.
— Creí que los dos serían para mí.
— No seas codicioso, maldito hambriento – Respondí y ambos sonreímos genuinamente.
Levantó la mirada y observó su entorno como quien busca comprender algo nuevo.
— Impresionante. ¿No? – Dije luego de dar un mordisco a mi desayuno.
Desvió la vista hacia el gentío nuevamente mientras continuaba masticando, procurando no provocar ruido.
— Definitivamente estaba mejor en la habitación – bromeó él sin apartar la mirada de las personas.
Giró lentamente la cabeza hasta que su mirada fatigada se detuvo en mí, su expresión era dura.
— Entonces, cuéntame – murmuró –. ¿Cómo la conociste?
Tragué con dificultad y pensé rápidamente en los detalles.
— En realidad, fue dentro del grupo de auto apoyo. Lo tenía planeado, era el único lugar donde podría captar su atención completamente.
Max realizó un relincho y asintió con la cabeza suavemente. Una torcida sonrisa se dibujó brevemente en su rostro, finalmente aquella expresión de piedra iba cambiando.
— Es gracioso, siento como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, esa sensación es simplemente...
Aventuré la vista a mis costados mientras pensaba alguna palabra para continuar hasta que la descubrí rodeada por un par de personas, quienes buscaban alguna palabra suya, como una deidad. Y aun en la distancia podía notar su cálida y excepcional sonrisa con la que siempre la recordaba.
— Oh Dios, es ella — musité de pronto y acto seguido había elevado la palma tan súbita e impulsivamente. Sin que pudiera predecirlo, aquellos ojos color café y rasgos asiáticos se detuvieron en mí una milésima de segundos y entonces me percaté que agitó la palma como respuesta.
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Mañana Perdida - Juego del Caos 1
Teen FictionMañana Perdida gira en torno a Max, un psicólogo que debe lidiar con unas crisis personales que jamás ha experimentado mientras procura sobrevivir en un nuevo y hostil mundo, en compañía de su amigo Robert. ¡AVISO DE CONTENIDO SENSIBLE! La histori...