PREFACIO

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  ¿Crees que perdonar sea fácil?

    Después de tanto tiempo con alguien, perdonas cosas.
Cosas minúsculas, pero no lo suficiente para cambiar a ambos y luego sucede lo temido, ambos cambian.
  He intentado perdonar por miedo a perder aquello que inició de manera inesperada, pero tal vez haya sido una opción igual de tonta. Y el tiempo pasa y ambos han cambiado. Me di cuenta que te perdoné, pero sin olvidar que estaba herida y continué eligiéndote a pesar de que sólo quería huir.
   A veces elegimos a esa persona de vuelta por algo mucho más allá que el amor; como una fuerte conexión, un nocivo aferro o la necesidad constante de huir de uno mismo. Me encuentro cuestionándome por qué hemos cambiado y por qué aplico esas decisiones. Soy consciente de que no tomo los pasos correctos.
Y continuamos extrañamente juntos, sin poder soltarnos y distantes, ya no recuerdo desde hace cuánto.

    El escalofriante anuncio que había alertado a laciudad el año pasado, había durado poco tiempo hasta ser olvidado. Todo semantuvo en silencio. Los meses pasaron y nadie siquiera hacía mención de ello.
Pero este año, de la noche para la mañana, todo volvió a repetirse.
Mucho más amenazante y persistente, cada vez más tétrico.
El sonido metálico de camillas siendo arrastradas y múltiples voces de personasimpacientes resonaba en el ancho pasillo. El trabajo había sido extenso yllevábamos días sin poder dormir, eran días tensos en plena primavera de 2029 yla ciudad sufría de casos que no podían ser aislados, se convencían de que noiría a mayores y continuaban eludiendo la realidad.
De pronto, una insistencia vibratoria había roto mi sueño profundo y abrí losojos manteniéndolos arrugados por la repentina luminosidad. Noté mi teléfonosobre el escritorio de madera, no me había percatado de que permanecí dormidasobre el frío mueble. ¿Cuánto tiempo habrá pasado?
Tomé el móvil que continuaba acercándose lentamente tras cada vibración y alver la pantalla, su nombre se dibujó en el medio: Max.
Fijé la mirada por unos instantes al tiempo que me debatía en contestar o no,eventualmente se detendría. Pero, era curioso el hecho de que hace un par detiempo se ha vuelto más insistente o tal vez debería decir, cuidadoso.
— ¿Hola?
Su voz era viril, pero con un tono severo.
— Hola, cariño — repetí con voz fatigaday mantuve los ojos cerrados, en un intento de preservar el sueño.
— ¿Estás bien? Me di cuenta que llevabas un largo tiempo sin aparecer.
— Sí lo estoy, no te preocupes. — seguí manteniendo los ojos cerrados tratandode preservar el sueño con la esperanza de volver a dormir, tal vez luego no lopueda y realmente me hallaba fatigada.
— De hecho — Guardé unos segundos de silencio, sintiéndome levementeavergonzada —. Me he quedado dormida.
— Ya lo suponía — Respondió con poca sorpresa.
— ¿Ah sí? — contesté somnolienta. —. ¿Cómo lo sabes?
— Pues, por tu voz. Suenas a mí cuando estoy ebrio.
Dejé escapar un pequeño relincho al tiempo que sonreí ingenuamente.
— Vete a la mierda — susurré —. ¿Cómo están?
Proseguí recuperando mi verdadera notade voz al tiempo que eché la espalda al respaldo.
— Te esperé una hora.
La voz de Max había sonado diferente, fruncí el ceño al captarlo.
— ¿Me esperaste?
Algo dentro de mí de pronto empezaba a cuestionarse si había olvidado algo yprocuré hacer memoria antes de caer en discusión.
— ¿Lo olvidaste? Es nuestro aniversario. Se supone que cenaríamos juntos.
Entrecerré los ojos lentamente maldiciendo en mi interior, era poco usual queolvidase los planes, al abrirlos nuevamente fijé la mirada sobre mi dedo anularizquierdo que se hallaba tendido sobre el escritorio; noté mi anillo matrimonialreluciente y medité sobre nosotros.
— Lo siento, de verdad. — respondí tras el prolongado silencio, llevándome unamano al rostro. Me hallaba demasiado desorientada para rememorar alguna fecha,tomaba ventaja de cada descanso para evadir las constantes inquietudes que measechaban.
— Cariño...
— Hey — Le interrumpí —. Trataré de salir temprano o quizá lo dejamos paramañana, no pasa nada si no lo hacemos.
Alejé rápidamente el teléfono y encendí la pantalla, la hora se dibujó frente amí y por encima del nombre de Max pude apreciar el horario; 21:30pm.
Me percaté que no había descansado ni siquiera una hora y una pequeña esperanzame nació en el interior, quizá sí pueda ir.
— No te preocupes, sé que en el hospital te necesitan.
Cambié de manos y esta vez sostuve el teléfono con la izquierda, dejando laderecha en reposo.
Alrededor de mi muñeca poseía una pulsera de cuero con cierre plegable; era decolor oscuro y en el medio una pequeña chapa de plata tenía una frase grabada:Eres mi Serendipia.
Siempre que lo volvía a revisar recordaba quienes fuimos y lo fortuito que fuenuestro encuentro sin olvidar la distancia que se dibujaba entre nosotros, loamaba a pesar de estar dañada.
— Estaré ahí — Le aseguré dulcemente sin despejar la vista de la pulsera.
Max se mantuvo en silencio por unos segundos, tal vez mostrándose escéptico, locual me pareció extraño y antes de que pudiera preguntar si ocurría algo, élvolvió a hablar:
— Está bien. ¿Cómo va el trabajo?
Medité mi respuesta en silencio y meestremecí al recordar las cosas que se repetían dentro de cada pasillo.
— Estoy bien — mentí.
— ¿Segura? — Max conocía aquel tono de voz, no era lo mismo.
Aventuré la mirada a mi costado, divisando a una compañera recostada en elsuelo sobre unas telas blancas de algodón.
Sumergida en un sueño profundo del cual tardaría en despertar, llevaba seguromás tiempo dormida que yo.
Hace varios días que la fatiga en el horario laboral del hospital se habíaincrementado, no era la única persona en encerrarse en un pequeño sitio paraluego caer rendido en un sueño inmediato y casi profundo. Todos estábamosexhaustos mientras enfrentábamos cara a cara a una situación de la cual apenasconocíamos.
— No sabemos qué está ocurriendo — dijeal tiempo que observaba a ellos —. Cada día aumentan los casos y es bastanteprobable que no podamos abastecer a todos los pacientes.
A mi derecha pude notar a dos personas más, enfermeros como yo que yacíanabatidos por el inaguantable cansancio.
— He venido aquí luego de estar un día entero detrás de varias personas, sindarme cuenta terminé dormida. Lo siento, de verdad.
— Está bien, lo entiendo — dijo Max con cierto tono de culpa, incluso sonabaligeramente más suave. Aguardé unos segundos a que continuara, pero al otrolado lo escuché murmurar algo.
Por un momento me pregunté dónde estaría y si realmente se encontraría en casa,pero debía evitar caer en los mismos pensamientos. Aquellos que nublaban miesfuerzo de mantenerme optimista.
— Lo siento, cariño. El pequeño me descubrió.
— ¿Mamá?
Oír la tierna voz de ese niño de pronto iluminó mi panorama tan súbitamente quepodría olvidar cualquier inquietud, dándome una sensación diferente y lejana alestrés constante.
— ¡Hola, corazón! — Evité alzar la voz, contuve la emoción de oírlo de vuelta.
— Mamá ¿Estás bien? — preguntó con inocencia, tal vez no era muy consciente delo que ocurría ni lo que significaba quedarse en un hospital de guardia.
— Sí lo estoy, pequeño. — Susurré al tiempo que bajé la cabeza, esperando nodespertar accidentalmente a alguien.
— ¿Estás divirtiéndote con tu papá? — Proseguí todavía emocionada de escuchar ami pequeño Dante. Era apenas un niño de seis años, pero demasiado listo para suedad.
— Sí, traté de convencer a papá que realmente vendrías.
— ¿Ah sí? — Me hallé sorprendida de que Dante tratase de relajar la inquietudde Max, de sólo imaginarlo una pequeña sonrisa pobló mi rostro.
— Sí, bueno. De hecho, fue una apuesta y lo gané — Dijo con leve orgullo.
— ¿Desde cuándo haces apuestas así? — Mascullé sin pretender sonar molesta.
Oí al fondo la voz de Max intentando colarse en la línea de voz.
— Es algo nuevo, entre nosotros — Respondió el pequeño de forma dudosa,claramente mintiendo.
— Oh vaya, entre ustedes — Repetí, esta vez con la intención de mostrarmecelosa —. Ahora sólo van a crear sus propios juegos. ¿No?
— Eso no — Respondió de inmediato y luego se detuvo —. ¡Es que debías ver cómoestaba!
— ¡Hey! — Intercedió él finalmente al fondo de su voz —. ¿Puedes dejar deavergonzarme?
Volví a reír genuinamente al escucharlos discutirse como dos niños traviesos,aquel pequeño fue lo que nos había unido de vuelta y pudimos dejar de ladonuestros repetidos conflictos. Fue nuestra luz, sin caer en exageraciones.
Entonces percibí una brisa distinta en la habitación, una que se habíainfiltrado en dirección a la puerta y giré la cabeza como quien es conscienteque finalmente ha sido descubierto.
Se trataba de Lili, una chica de estatura media, cabello oscuro y brillante,recogido hasta formar una coleta. Las zonas de sus labios estaban cubiertas porun barbijo de color azul cielo. Se mantuvo aguardando pacientemente detrás dela puerta de cristal.
Se demostró algo sorprendida al notar que más personas se encontrabandescansando en el suelo, pero luego volvió su mirada a mí e hizo un ademan dellamado a lo que señalé el teléfono con una mano, con la esperanza de quepudiera comprenderme mientras las voces de ellos todavía se escapaban por losaltavoces.
Sin embargo, eso no detuvo su insistencia y se retiró el barbijo dejando aldescubierto sus labios.
— ¿Qué ocurre? — Susurré al tiempo que había cubierto el micrófono del celularcon la misma mano libre.
— Te necesitamos, me han pedido que te llame — Me explicó en voz baja por loque apenas pude comprender lo que decía, pero algo era diferente y lo presentíapor su expresión casi estremecida.
— Max. Cariño, hablamos luego debo ir — Me despedí de ellos sin apartar lamirada de ella, una colega y amiga con quien no compartía demasiado tiempo.
Pude oír a Max colándose en la conversación con prisa para despedirse, perocolgué la llamada sin darles tiempo de siquiera pronunciar una despedida.

   Ambas abandonamos la sala, caminé demala gana hasta situarnos en un pasillo blanco. El aire volvía a ser denso depronto y de lejos se oían sirenas como pequeños ecos que rodeaban el sitio. Caminamossin mucha prisa, mientras aventuraba en el pequeño bolsillo de mi casaca médicami barbijo quirúrgico; al encontrarlo, rompí la pequeña bolsa de plástico quelo cubría y rodeé la mitad del rostro con ella.
Al tiempo que avanzábamos había enfocado mis pensamientos en Dante y porsegundos en lo que había asegurado a Max, traté de no pensar en el tiempoporque de hacerlo significaría una reducción de ella. Como si repentinamente elpaso de las horas se volviera tortuosamente lenta.
— ¿Lograste descansar? — pregunté fingiendo interés.
— Es lo que menos hago ¿Y tú?
Me mantuve dubitativa, ni siquiera tenía idea de cuánto tiempo permanecídormida, sólo sentía la tensión en la nuca y los ojos ligeramente pesados.
— Tampoco lo he logrado — Contesté con un tono desmotivador.
— ¿Cómo van las cosas con Max? — Continuó ella. Acostumbraba a contarle sobremis inquietudes a pesar de no ser demasiado cercana a ella, pero se sentíaliberador poder hablar con alguien más y mi tiempo para la vida social eraescasa.
— Lo estamos intentando — Agregué con una pequeña incertidumbre en la voz.
— Me impresiona que decidas continuar — Musitó.
Cavilé brevemente sobre su respuesta, impresionada de la similitud con lasinseguridades que me atormentaba cada día.
— ¿Por qué? — Contraje la expresión —. Después de mucho tiempo nos encontramosrealmente bien.
Giramos hacia la izquierda y nos desplazamos dentro de un extenso pasillo deapariencia más estrecha donde yacían algunas escasas personas aguardando turno.
— ¿Entonces realmente lo perdonaste? — Cuestionó nuevamente evidenciando suinconfundible extrañeza y replanteándome aquello de la que nunca he estadosegura.
— ¿Podemos hablar del nuevo caso? — Pregunté finalmente, un poco nerviosa.
— Creo que es fase temprana, todavía no presenta pigmentación.
Responde la mujer con voz casi robótica.
Un pequeño hormigueo recorrió todo lo largo y ancho de mi espalda yextrañamente sentí miedo. Al acercarme frente un reloj que se encontrabaadornado en la pared blanca, había notado la hora: 21:48pm.
Me pregunté en el interior cómo había pasado tan rápido los minutos, pero evitébuscarle lógica a ella; incluso cuando yacía lejos de aquel reloj de bordesoscuros, todavía podía oír las manecillas moviéndose y resonando con fuerza,amenazándome y sintiendo que con cada paso que realizaba perdía más tiempo.
Aquel pasillo de paredes blancas con rallas azules de pronto parecía infinito,lo recordaba mucho más corta o tal vez la ansiedad me estaba ganando.
Decidí entonces acelerar mis pasos sin llevar en cuenta las de ella, sería unaforma de forzarla a ir en mi ritmo.
El ambiente se tornaba un poco más tenso y mi respiración de pronto se sentíacomprimida, el cubre bocas rápidamente se convirtió en un objeto capaz degenerarme asfixia.
Inspiraba por la nariz y expiraba por la boca con moderación al tiempo quepasaba de largo a más personas que parecían aumentar conforme avanzaba en elespléndido e interminable pasillo.
— ¿Estamos cerca? — Dije casi impacienteal tiempo que nos aproximábamos en dirección a tres personas; un hombre encamilla que gritaba adolorido mientras realizaba presión sobre su brazo,cubierto por una tela que minutos antes era color blanco. Una enfermera en lapunta guiando la camilla hacía en frente, acompañado por un enfermero de tésoscura que guiaba su camino y se abría paso entre las personas.
Nos hicimos a un lado para luego ver cómo cruzaban frente a nosotros conurgencia y se iban alejando paulatinamente, aquellos adoloridos resonaban en elpasillo, incluso mucho más fuerte que las manecillas que trataba de olvidar.

    No tuve respuesta alguna, o tal vez la había perdido por el estruendoso ruido;volvimos a avanzar entonces a trotecillos y de pronto sin que pudierapredecirlo, Lili me había estirado del brazo para luego ingresar al interior deuna sala ubicado a mi izquierda. Un cuarto medianamente extenso de paredes deun color azul cielo y el suelo blanco, la iluminación era tenue comparada a ladel exterior; un par de camillas yacían acomodadas en fila frente a ellas, cadauna separadas unos pocos centímetros de los otros.
Un hombre adulto, pero de apariencia juvenil se encontraba sentado en unapequeña cama blanca; con la cabeza agachada, encorvando la espalda y con laspiernas suspendidas en el aire. La luz exponía las gotas brillantes de sudorque se deslizaban por su rostro pálido, su respiración era medianamenteagitada, podía oírlo expirar prácticamente por la boca y sus hombros elevándoselentamente con cada jadeo.
Una sensación de pesadez envolvía la sala y extrañamente me provocaba una rigidezmuscular, algo mecánica e involuntaria.
En el interior noté a dos compañeros vestidos con unas batas impermeables ycubiertos con sus respectivos barbijos, ubicados en una esquina revisando unatableta.
Estudiaban los nombres de las personas bajo cuarentena y hablaban entresusurros cosas que no alcazaba a oír.
Decidí acercarme y volver a encarar aquello con lo que llevábamos díaslidiando; al permanecer frente a él me tomé los segundos para estudiarlo con lamirada, el sujeto levantó la cabeza lentamente hasta que nuestras miradas seencontraron, revelando un rostro demacrado. Cuyas cuencas de los ojos eran deun color rojizo.
— Señor — dije con un hilo de voz —. ¿Puede decirme si siente algún dolor?
El hombre inspiró y tragó algo de saliva con dificultad.
— Siento mi cuerpo cansado y dolor de cabeza — respondió con fatiga, casi nohabía movido los labios al momento de hablar. Había pensado que las otraspersonas presentaban la misma dificultad.
— ¿Ha estado en contacto con otras personas? — pregunté al tiempo que me cubríalas manos con unos guantes que Lili me había acercado sigilosamente. El hombrese mantuvo dubitativo por unos segundos. Terminé de protegerme las manos, casitemblorosas.
— Fui a cenar con mi familia — respondió finalmente.
Sin apartar la mirada de aquel desmadejado hombre, levanté la mano a la alturade su rostro y con dos dedos ejercí una suave presión sobre su mejilla paraluego mover la cabeza con cuidado de un costado al otro en busca depigmentación en la piel. Era uno de los síntomas que no tardaba en aparecer.
— Lili, temperatura — añadí cautelosa, sin despejar la mirada de ambos ladosdel cuello.
Tan pronto había dicho eso ella se ocupó de tomar el control.
Lili mantenía el pirómetro apuntando directo a la frente sudorosa de aquelhombre. No mostraba ni un leve temblor en la mano al tiempo que se mantenía firme.
— Tal vez necesitaremos los números de su esposa, o el número de la casa en la queviven.
El hombre movió la vista lentamente hacia mí, como una maquina en cautela. Retiróel pirómetro y llevó los ojos hacia mí, su expresión era diferente, entonces,sabía lo que eso significaba.
— 38 grados. — Dijo, con un hilo de voz.
El escalofrío había vuelto y me había recorrido la espalda como un desagradablehormigueo. Llevé la mirada al hombre que esta vez los ojos estaban poblados delágrimas; pero no se demostraba triste, más bien aterrado.
— Señor — Me interpuse en su frente.
— ¿Mi familia también está enferma? – Su voz se agrietó en segundos.
Cavilé unos mili segundos en una manera de contestar a su pregunta sin acrecentarsu miedo, nunca resultaba en un trabajo fácil decirlo.
— Podemos aislarlo y hacer algunas pruebas — Sugirió Lili a alguien del fondo.Los contemplé unos segundos al tiempo que conjeturaba la siguiente oración.
— No deje que el pánico lo consuma, por favor. Sólo necesitamos asegurarnos dela salud de su familia.
— ¡Mi familia no está enferma! ¿Qué me está pasando a mí?
La sala enmudeció repentinamente. Sus ojos se inyectaron de pánico.
— ¡¿Qué me está pasando?! — Espetó con esfuerzo.
— Cálmese, por favor — susurré al tiempo que posé las palmas sobre sus tensadoshombros —. Señor, tenemos que estudiarlo de cerca como a muchas otras personasque están allá afuera y es muy probable que su familia presente los mismos síntomasen pocas horas, por lo que...
De manera mecánicamente detuve mis palabras al percatarme de sus ojos inmóviles,como si de pronto su alma abandonase su cuerpo. Sus hombros continuaban rígidospero su rostro abandonó completa expresión de un momento a otro.
— ¿Señor?
Entonces, llevó los ojos hacia atrás y echó la espalda a la cama comenzando asacudir su cuerpo de manera violenta seguido de movimientos rítmicos incontrolables.
Lili se aproximó sin que pudiera predecirlo, procuró despejar al hombre devestimenta y dejar la zona del cuello sin nada que lo cubra mientras que mi cuerpose encontraba inmóvil y mis músculos tensados.
Oía palabras al fondo al tiempo que me concentraba en aquella imagen, lossonidos se revolvían con mis latidos acelerados y unas manecillas... Las mismasque llevaba tiempo sin oír.
Marcando un tiempo, alargando la pesadilla.

Mañana Perdida - Juego del Caos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora