Capítulo 18: El día más feliz... la hora más feliz

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Oí sus leves pasos antes de notar cómo me apartaba el pelo a un lado y me hacía cosquillas en la nuca con los labios. Más rápido de lo que se esperaba, me volví, la agarré por la cintura y me puse a la pequeña figura en el regazo.

—¡No vale! — exclamó Alba entre risas.

—Ah, ¿y que tú robes un beso sí vale? — pregunté con falsa severidad.

—No me ha parecido que tuviera que robarlo — replicó Alba — Me parece que lo has entregado muy deprisa, Conquistadora — dijo, acercándose para darme un rápido beso en la mejilla.

El dolor y el sufrimiento del día anterior habían desaparecido entre las dos, sustituidos por una sensación casi vertiginosa de amor primerizo. Alba parecía incluso otra mujer: se comportaba de una forma totalmente distinta, y no comparada con cómo se comportaba cuando la conocí, sino desde el día anterior. Parecía segura de sí misma y fuerte, y sentí que me volvía a enamorar de ella. Me tomaba el pelo con el título de Conquistadora, y sentí que el vínculo que había entre nosotras se había solidificado, para que las dos pudiéramos aceptar una cosa así.

—Sabrás que tienes que pagar por robar ese beso — dije, poniéndome en pie y levantándola sin dificultad en mis brazos. Entré en la estancia exterior, pensando en nuestro dormitorio.

—Oh — ronroneó Alba con tono seductor — ¿y cuál va a ser mi castigo?

Me detuve en medio de la estancia exterior, con la libido humeante convertida en una hoguera ardiente gracias a la voz de Alba. La miré enarcando una ceja y le dirigí una sonrisa traviesa.

—Tendrás que devolverlo — susurré.

Nuestros labios se unieron en un beso que no tenía nada que ver con los que nos habíamos dado hasta entonces. La única manera de describirlo con meras palabras es diciendo que fue poderoso. Ese solo beso no tardó en convertirse en otro y otro, hasta que me empezaron a temblar las rodillas por causa de algo que tenía poco que ver con el peso de la pequeña figura que sostenía en mis brazos. 

Por desgracia, justo en ese momento se abrió la puerta. No sé quién se llevó la mayor sorpresa, Marta o nosotras dos. Se me había olvidado por completo que mi doncella... perdón, nuestra doncella, entraba en los aposentos cada mañana para despertarme. Se había acostumbrado a no entrar en nuestro dormitorio, pero supongo que pensaba que todavía podía entrar en la estancia exterior.

—Ah... eh... perdón, Señora Conquistadora — balbuceó Marta.

—No pasa nada, Marta — dije riendo, sujetando aún a Alba en mis brazos.

De repente, mi amante debió de sentirse un poco tonta, cosa que me sorprendió, pero lo atribuí al nuevo concepto que tenía Alba de sí misma. Era una mujer libre y yo iba a tener que empezar a recordarlo.

—Natalia, bájame — ordenó Alba y la obedecí de inmediato, ante el asombro de Marta.

La joven doncella arregló la habitación y trajo las bandejas con nuestro desayuno. Me fijé en que las dos jóvenes estaban cuchicheando muy pegadas la una a la otra. Marta me miró con desconfianza varias veces mientras yo entraba y salía de mi estudio. Lo achaqué al moratón que todavía tenía Alba en la mejilla y que ya estaba desapareciendo. Por fin, vi que Marta abrazaba a Alba con fuerza y supe que mi joven amante le había comunicado a su amiga su importante noticia.

—Natalia... ¿te vas a sentar a comer algo? — preguntó Alba. Me acerqué y me metí un pedacito de molleja en la boca.

—Tengo que bañarme y arreglarme, hoy se van a dictar el veredicto y la sentencia. Además — deposité un besito en la coronilla dorada — tú también tienes que arreglarte.

Al Final Del ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora