Capítulo 3: El viaje a casa

1.7K 129 4
                                    

Los soldados emprendieron la marcha mientras yo me despedía de Miki. Bajé los escalones de piedra, disfrutando del frescor de la brisa primaveral. Hacía suficiente frío para llevar un manto durante el día, lo cual haría necesaria una tienda por la noche. Los carromatos que llevaban los suministros, la comida y las tiendas para nuestra caravana iban en último lugar. Vi a Alba esperando en silencio junto a Marta y mi sanador, Famuos.

Famuos era un nombre extraño, otro de mis empleados, no un esclavo. Era un etrusco procedente de una tierra situada muy al norte de Grecia. En los días en que me dedicaba a la piratería, antes incluso de que se me conociera cono a la Destructora de Naciones, derroté a una banda de piratas etruscos cerca de Córcega. El sanador que iba a bordo del barco era experto en una serie de artes curativas que yo no conocía. A cambio de su libertad, Famuos me enseño las técnicas curativas aparentemente mágicas que conocía. Una vez obtuvo la libertad, el hombre cambió de opinión y solicitó ser mi sanador privado.

Marta le dijo algo a Alba y la rubia asintió mientras mi doncella se montaba en el carromato al lado de Famuos. Fui hasta Alba y le indiqué que me siguiera. Tuve que acortar de forma considerable las largas zancadas que me salían de forma natural y, así y todo, Alba casi tuvo que echar a correr para seguirme.

- Señora Conquistadora – dijo Carlos, entregándome las riendas de mi caballo.

Fígaro era un semental negro como la noche que tenia la fuerza de un toro y la agilidad de una mariposa. Era un caballo de guerra como ningún otro y para mi valía más que todo el otro de Grecia. El orgulloso animal nunca había sentido a nadie que no fuera yo sobre su lomo, pero estaba convencida de que el animal aceptaría la pequeña carga adicional que yo tenía en mente.

- Esta es mi nueva... esclava personal – le dije a Carlos, sin saber muy bien por qué me negaba a usar las palabras "esclava corporal" – se llama Alba – terminé, y Carlos saludó a la muchacha con la cabeza – Alba, este es Carlos, capitán de mis ejércitos. Si alguna vez me separo de ti, la suya es la cara que tienes que buscar ¿Comprendes? – era como si tuviera que preguntarle a Alba directamente si me comprendía porque sino jamás la oiría pronunciar palabra.

- Si, Mi Señora.

Me monté de un salto en el musculoso lomo del semental y le ofrecí la mano a Alba. Vi que tragaba saliva y cuando me cogió la mano, advertí que estaba temblando. Me eché hacía atrás en la silla.

- ¿De qué tienes miedo? – pregunté confusa.

Levantó la mirada y fue la primera vez que sus ojos se encontraron con los míos sin que yo tuviera que obligarla. Miró de nuevo al animal y dijo suavemente:

- Es muy grande, mi Señora.

Me eché a reír y los que nos rodeaban se volvieron a mirarnos. Era muy raro verme reír, pero el miedo de la pequeña muchacha me parecía muy lógico. Era por lo menos dos cabezas más baja que yo y pensé que si yo fuera de su tamaño también estaría un poco preocupada.

- Dame la mano, Alba – ordené y ella así lo hizo obedientemente.

La subí sin esfuerzo a la silla colocándola delante de mí: al fin y al cabo, no pesaba más que un saco de higos. La acomodé para que se apoyara en mi cuerpo y el calor que eso me provocó entre las piernas era una sensación que hacía mucho tiempo que me había acostumbrado a no sentir. Atisbó por el costado del caballo y se echó hacia atrás de nuevo.

La miré con sinceridad mientras nos poníamos en marcha.

- No te preocupes, Alba, Fígaro no dejará que te caigas – dicho lo cual, le rodeé la cintura con el brazo y la pegué a mí. Tardé mucho rato en quitarle el brazo de la cintura.

Al Final Del ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora