Capitulo primero

488 24 19
                                    

Diana despertó abruptamente de un sueño: agitada, mojada por la transpiración, con la piel tan fría como la nieve que veía caer a través del vidrio de la ventana.

Se sentó sobre la cama y esperó que sonara el timbre de la casa, como lo había soñado. Unos segundos más tarde se oyó el timbre de entrada; Diana bajó al vestíbulo, un sobre con su nombre en letras doradas apareció por debajo de la puerta principal. Dentro del sobre encontró la invitación, una tarjeta musical con forma de tren, y al abrirla se oyó el silbato de un tren, y un poco de humo se disipó en el aire

«Diana, estás invitada a la fiesta del olimpo de Wattpad.Prepara tu equipaje, el tren pasa a las cinco por el frente de tu casa»

Diana cerró la tarjeta, volvió a sonar el silbato de tren.

―¿A las cinco pasa un tren? ¿Que tren? ―Diana abrió la puerta, la nieve seguía cayendo sobre Wattpadia, y hasta donde ella podía ver, todo estaba cubierto por una sabana blanca―. Aquí no hay trenes ―dijo protegiéndose los ojos del resplandor—, Tampoco nunca nevó —dijo tiritando de frío. En ese preciso momento dejó de nevar, los copos de nieve desaparecieron en el aire como por arte de magia, y comenzó a soplar el viento, mucho viento. De un lado a otro y de arriba hacia abajo, el viento fue soplando y moldeando la nieve acumulada frente a la casa de Diana. Una estación de tren iba tomando forma ante la incrédula mirada de Diana. Miró el reloj que colgaba en la pared del living, faltaban dos minutos para las cinco.

—¡Es imposible! —dijo, y un silbato de tren se oyó a lo lejos. Diana alcanzó ver un diminuto punto negro en el horizonte, que crecía con el sonido y el humo que ganaba el cielo de Wttpadia.

—¡El tren! —corrió hasta su cuarto, tiró adentro de la balija las ropas que fue juntando del desorden que tenía, y corrió hasta la estación de nieve.

Una antigua y enorme locomotora negra, con una W de color naranja en el frente, se detuvo delante de la casa de Diana.

El guarda bajó tambaleante los cuatro peldaños de la escalera hacia el blanco y frío andén, vestido de futbolista, con los colores de Belgrano de Córdoba, y una botella de Fernét Branca en la mano.

—Vamo subí que te ievamo con el Huguito pal bailongo del Ignu —dijo el particular guarda con la camiseta numero diez y el nombre Gustavo en la espalda.

—¿Yo? —preguntó la chichi. Gustavo miró hacia todos lados en la inmensa llanura blanca.

—¿Y aaa quien si no? No via veeni a buscar a la mona Jiménez —dijo el diez—. Teeníamo que pasar aier che, pero nos agarró un emboteiaamiento de ferné en la bailanta, decí que puse el reló en reversa y volvimo. No saabé como eestaba, meta cuartetazo, no veía naa con la polviaadera.

—No entiendo —dijo Diana— ¿Cuartetazo? ¿Ferné? ¿embote qué?

—Ia va enteendé cuando ieguemo al olimpo del Ignu. Y siinó buscalo en Google ché.

Diana subió al tren, Gustavo hizo sonar el silbato, Hugo tocó la bocina y el tren se puso en marcha. En unos segundos, la formación desapareció entre la nieve, y el anden se desvaneció en el aire.

La fiesta del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora