Capitulo 3

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Cuando llegué a la oficina del señor Hink, Grace ya estaba esperando junto a la puerta. Volvió a llevar ropa de chico, pero esta vez algo distinta, parecía mucho más limpia y sana. Se había lavado y peinado la cabellera rubia, lo que le daba un aspecto muy diferente; no obstante, el cabello le caía en mechones desiguales sobre los hombros, como si se lo hubiera cortado ella misma con un par de tijeras para pasto oxidadas.

Me senté a su lado en el banco, tan incómodo que no logré colocarme de forma normal y tuve que hacer un esfuerzo extra para situar mis extremidades. No lograba adoptar una postura correcta, así que me dejé caer hacia delante con una voz extraña que hacía que me doliera el cuello; sin embargo, no quería seguir moviéndome, porque veía que Grace me miraba con el rabillo del ojo.
Estaba sentada con las rodillas pegadas al pecho y el bastón entre ellas. Leía un libro con las páginas teñidas del color de unos dientes manchados de café. No fui capaz de ver el título pero sí que estaba lleno de poemas. Cuando me cachó mirando por encima del hombro, pensé que cerraría el libro o que lo movería para que no pudiera seguir chismeando; en cambio, lo volvió un poco hacia mí, para que lo leyera mejor.

El poema que dice estaba leyendo (de forma compulsiva, a juzgar por el aspecto gastado y manchado de las páginas) era un tipo llamado Pablo Neruda, al que yo no conocía para nada. Se titulaba <<Soneto XVII>>, y eso me intrigó, así que empecé a leerlo, Aunque Hink no había conseguido que me gustara la poesía.
Había dos versos subrayados:

... te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma.

Hink salió de su oficina y Grace cerró el libro de golpe, antes de que yo pudiera acabar de leer.
--Ah, bien, veo que ya se conocen ---dijo Hink, cuando nos vio sentados juntos.
Me levanté de un salto, aliviado por poder abandonar la extraña postura en la que había doblado el cuerpo. Grace se deslizó hasta el borde del banco y se puso de pie muy despacio, distribuyendo con cuidado su peso entre el bastón y su pierna buena. Por primera vez, me pregunté qué tan grave sería su lesión. ¿Cuánto tiempo debía llevar así? ¿Sería un defecto congénito o habría sufrido un trágico accidente en su infancia?

---Vamos, entren.

La oficina de Hink estaba al final de un pasillo que tal vez se abría considerado moderno y atractivo a principios de los años 80: paredes de color rosa pálido, luces fluorescentes, plantas de plástico baratas y un extraño linóleo, imitación de granito, pero completamente de plástico. Seguí a Hink a un ritmo más lento de lo normal porque no quería que Grace se quedará atrás. Ahora bien, no es que quisiera tenerla cerca, sino que pensé que ella lo agradecería, qué sería un gesto lindo por mi parte permitir que me siguiera el ritmo; pero, aún cuándo yo caminaba muy despacio, ella continuaba cojeando dos pasos por detrás de mí, hasta que tuve la impresión de que competiamos por ver quién era el más lento. Hink se había distanciado unos 10 pasos de nosotros para entonces, así que acelere, la dejé atrás, y debí parecer un tipo muy raro.

Llegamos a la oficina de Hink (pequeña, insulsa y pintada de verde), me pareció tan deprimente que pensé que debía de pertenecer a un club de pelea los fines de semana; entramos y nos hizo un gesto para que nos acomodaremos en las dos sillas que había delante de su escritorio. Me senté con el ceño fruncido; no tenía idea porque también había venido Grace.

--Los llamé a mi oficina porque los dos escriben fantásticamente bien. Y ahora que debo elegir a los editores del periódico, pensé que sería los más adecuados...

--No-- lo cortó Grace con brusquedad.

Su intervención me sobresalto tanto que sólo entonces me di cuenta de que esa era la primera vez que la oía hablar.
Tenía una voz clara y profunda que no encajaba en absoluto con su imagen de chica frágil y tímida.

Efectos colaterales del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora