Catorce

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Rodeó la antigua cabaña con simulada premura, una inexistente. Necesitaba mantener las apariencias, aun si prácticamente estaban varados en medio de la nada. Aun no tenía la absoluta certeza de que no hubiera algún citadino por las cercanías.

Estaba cerca, Naruto tenía que estar cerca. No era ni remotamente posible que consiguiera desplazarse más de cincuenta metros sin ayuda. Por supuesto que no, y eso Orochimaru lo sabía a la perfección. El Rivotril tendría que estar surtiendo efecto todavía a esas horas.

Se relamió los labios al pensar en la imprudencia que acababa de presentarse. Ni siquiera comprendía cómo o por qué Naruto pudo levantarse esa mañana. La noche anterior había recurrido a uno de los sedantes más potentes con la finalidad de que durmiese hasta muy tarde. Sin embargo, la situación cambiaba de rumbo. Para bien o para mal, el chico ya estaba consciente de al menos un cuarenta por ciento de sus intenciones para con él.

Se detuvo a observar detenidamente la cabaña anexa más cercana. Había sospechado inevitablemente de aquel sujeto desde la primera vez que lo vio allí. Tan serio y distante. En un comienzo incluso había llegado a pensar que se trataría de algún citadino, mas ahora no podía estar tan convencido de ello.

Fuera ese quizá el único obstáculo que le impedía llevar a cabo sus experimentos tranquilamente. La presencia de aquel hombre de desgarbada cabellera platinada le infundía un vago temor de que sus planes se frustraran por completo. Fue por eso que durante las mañanas reducía progresivamente la dosis, de modo que Naruto estuviera consciente de lo que pasaba en el entorno.

Claramente existían efectos secundarios, pérdida de memoria, alucinaciones, desorientación, migrañas, nada de verdadera relevancia. Al menos había bastado para que Naruto olvidara el incidente acaecido semanas atrás.

"Extrañamente Naruto se veía más lúcido y alegre que de costumbre. Seguía argumentando que Jiraiya volvería por él, que no podía esperar a ese momento. Simples y llanas nimiedades de un adolescente que alberga vanas esperanzas. Orochimaru contuvo una amarga sonrisa cuando lo vio comer los panqueques de la mesa. 

Desafortunadamente Naruto solo había tomado dos, y ello equivalía a la mitad de la dosis suministrada diariamente, una no letal, pero lo suficientemente fuerte para dejarlo a la deriva de un torbellino de espejismos que, muy seguramente, no sería capaz de vincular a nada, salvo a pesadillas... tal vez.

Todo se complicó al caer la noche. Orochimaru sabía que después de la cena, Naruto no podría moverse un ápice de su recámara...error.

El medicamento escaseaba debido a un fallo en la caducidad. El efecto de los sedantes se veía reducido a la mitad y lo último que necesitaba era levantar sospechas al internarse de nueva cuenta en la ciudad para adquirir fármacos de cualquier índole. Pocos conocían su identidad autentica y no el sustituto que había estado usando los últimos diez años, desde la muerte del viejo entrometido. Sarutobi Hiruzen había sido un camarada que se volvió en su contra cuando descubrió sus propósitos de experimentar con niños y adolescentes sobre una amplia gama de trastornos y enfermedades. El buscaba curas, si, pero también necesitaba crear varias mutaciones en los genes de los enfermos para poder diversificar, y clasificar debidamente cada virus o afectación nerviosa que padecieran. Aunque para ello, (y al ser sus primeras experimentos de ese tipo), la mayoría...morían.

Él mismo le dio muerte a Hiruzen. Ocurrió poco antes de que Konoha fuera deshabitada en su totalidad. Fue la última muerte que precedió a varias decenas más. De ahí que tomara la resolución de fabricar por si mismo algunos calmantes con las hierbas a su disposición. Konoha poseía una extensa vegetación mortífera si se sabía buscar en las zonas adecuadas.

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