Diez

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Un ruido ensordecedor le laceraba los oídos. Sentía los parpados pesados y el cuerpo rígido, entumecido. Tenía los labios resecos y la mente aturdida. Y cada vez que intentaba recordar cualquier cosa, el incesante martilleo mental se repetía hasta que Naruto se veía forzado a abandonar el intento.

Aquello era, sin duda alguna, como dar vueltas en un laberinto sin salida. Quizá se topara con algún espejismo que le proyectara una puerta falsa, la respuesta a sus interrogantes estaba cerca. Y sin embargo, cuando Naruto intentaba tocarla, cuando estaba cerca de rozarla con los dedos, desaparecía, sin más.

Alrededor no había nada, pero no estuvo seguro de estar solo, así que decidió forzarse otro poco. Lentamente separó los párpados, sus pupilas se dilataron por breves instantes. No hubo pinchazo, pero el dolor de sus muñecas lo obligó a levantarse de golpe para inspeccionarlas mejor. La improvisada alcoba se encontraba tal como había estado el primer día que Naruto llegó ahí. Sabía que, si se asomaba a la ventana, vería el sembradío a punto de marchitarse. Las hojas amarillentas estaban próximas a desprenderse de las raíces que las mantenían fijas en la tierra. Naruto hizo un esfuerzo más por salir de la cama, resintiendo hasta el mínimo movimiento de sus articulaciones.

Al estar de pie junto a la ventana, pudo mirarse mejor las muñecas. Casi al instante, perdió el aliento. Desde la coyuntura de las muñecas hasta el reverso del codo, había profundas cicatrices enmarcando su piel, unas más pequeñas que otras, pero todas denotaban el rojizo tono de irritación. Naruto recordaba vagamente haberse rascado mientras dormía.

Se preguntó al mirar por la ventana, si había sido él quien lo hizo. La respuesta fue casi instantánea.

Recorrió la hilera de cicatrices con la yema del dedo índice, sintiendo la aspereza y un leve ardor que se extendía por debajo de la maltratada dermis. Alzó de nuevo la mirada, adaptándose a la tibieza de los haces solares que se intensificaban con el paso de los minutos, reflejándose en su rostro como diminutas esferas de luz.

Naruto aspiró el aire exterior y cerró los ojos. Más allá del sembradío se encontraba la casa de Kakashi. Podría ir con él, pero... ¿realmente quería hacerlo, o era acaso la desesperación por ver a alguien la que lo motivaba a querer salir de su encierro?

Decidió bajar. Caminó resueltamente con la piyama aun puesta y los pies descalzos. No quiso detenerse a comer nada, tampoco se detuvo a mirar el calendario. La misma rutina venía repitiéndose por demasiado tiempo como para tropezar en los mismos errores de antaño. Por primera vez tomó la decisión de seguir sus impulsos, tal como Itachi le recomendara anteriormente.

No podía seguir siendo tan ignorante. Ahora comprendía mejor que quizá Itachi tuviera razón acerca de Jiraiya. Las primeras semanas le había pasado desapercibido pero actualmente no podía. No existía ningun motivo para creer que Ero Sennin volvería por él. Ni siquiera lo había llamado, sabía en donde estaba y aun así no iba a visitarlo, a decirle que todo estaba bien o, caso contrario, que surgió algún incidente y por ello no había tenido tiempo de informarle nada. Sin embargo era demasiado tiempo ya para que cualquier justificación fuera valida. La pregunta era si Orochimaru se había enterado de eso, puede que fuera igual de ignorante que Naruto, que tuviera la esperanza de volver a ver a su amigo y siguiera esperándolo. No había más razones para que el amigo de Jiraiya aun lo aceptara en su casa y continuara tratándolo como a un huésped, preparando sus alimentos y asegurándose de que llegara temprano a dormir. Porque Orochimaru estaba atento a sus acciones, siempre lo estaba. Al menos las últimas semanas lo había demostrado al estar pendiente de sus comidas y horas de llegada.

Era ridículo porque Naruto ni siquiera se aventuraba a ir más allá de la casa de Kakashi. Del lado opuesto del sembradío, solo había avanzado hasta el robusto roble que proyectaba una placentera sombra vespertina. Junto a ese árbol, Naruto había creído ver una casa, sus lagunas mentales fueron las responsables de ello. No existía tal cosa, así como tampoco debía existir el supuesto anciano que creyó ver. Todo lo había dejado en el pasado, junto a la necesidad de que alguien lo rescatara.

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