Capítulo único

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Draco había tomado buenas y malas decisiones en su vida, horribles y grandiosas, estúpidas e inteligentes, calculada e imprudentes. Decisiones que le había evitado una marca maldita y que le habían hecho perder a su familia, que lo habían salvado de Azkaban más no de los prejuicios. Pero no se arrepentía de ninguna de ellas, pues lo habían llevado justo a donde estaba; en su sofá favorito frente a la crepitante chimenea de su sala en medio de la helada tarde del 29 de diciembre, con una manta y una novela de época que lo hacía soltar exclamaciones de emoción en cada capítulo. Algunos dirían que los personajes eran demasiado dramáticos, él por el contrario los encontraba muy razonables y con reacciones de lo más lógicas.

Había pasado toda la mañana y parte de la tarde en el mismo lugar, devorando uno de los muchos libros muggle que Hermione le había enviado al enterarse de su forzado reposo de dos semanas. Había sido una idea maravillosa, esos muggles tenían un sentido del romance trágico que los magos solo podían soñar. Diálogos ingeniosos, tramas enrevesadas, chismes de la corte, drama, elegancia y lujos, todo en una pequeña colección de siete libros que reposaba en su mesita de noche. Y todos esos protagonistas de ensueño, con el fascinante señor Fitzwilliam Darcy a la cabeza, como debía de ser.

Luego de ser envenenado por una mantícora roja de norte del Congo, que estaba supuestamente extinta y muy mal ubicada geográficamente, en una de sus misiones como inefable había sido dado de baja por dos semanas, cortesía del medimago inefable en turno. Lo había agradecido cuando al tercer día había sufrido un agotamiento mágico tal que ni siquiera podía hablar, sin embargo, luego de diez días de fiebre, dolor de huesos, vómitos y mareos se sentía perfectamente bien, listo para regresar al trabajo y volverse otra vez un adulto de veintidós años funcional. Arruinar la navidad por su repentinos vómitos e interminable fiebre había sido más que suficiente.

El tenue crack de una aparición en el vestíbulo lo apartó de una repugnante propuesta de matrimonio del endeble señor William Collins. El escalofrío de repugnancia no se iba ni con la tercera leída.

—¡Draco, ya llegué!

El rubio suspiró ante el llamado, ¿Por qué su novio no podía tener aquella aristocrática educación y silencioso encanto que poseía Mr. Darcy? Él está seguro de ser igual de agudo e inteligente que Elizabeth Bennet, ¿Qué había fallado en el medio?

—En sala —anunció sin levantar la voz. No es como si apartamento a un lado del Támesis fuera especialmente grande.

El moreno, aun vistiendo su uniforme de entrenamiento de los Montrose Magpies, apreció en la estancia con una sonrisa enorme, que Draco sabía, era a causa de la adrenalina que un buen juego de práctica le daba.

—¿Cómo has estado hoy? ¿Te sientes mejor? — consultó acercándose al sofá.

Se inclinó hacia él, que apoyaba la cabeza en uno de los reposabrazos, y depositó un delicado beso en su frente, una costumbre adquirida desde su envenenamiento, como si algo más apasionado fuera a lastimarlo. El rubio sonrió, se estiró para darle un rápido beso en la línea de la mandíbula antes de que se alejara. Sabía a sudor y tierra.

—¿No te duchaste antes de venir? —preguntó removiéndose para hacerle lugar a Harry, que sin mayor gracia se dejó caer al otro extremo del sofá.

El moreno tomó sus piernas y los colocó sobre su regazo, con naturalidad comenzó a masajear sus pies enfundados en esponjosas calcetas de rayas, ese invierno había sido el más helado de la década. Draco casi se rio de la ironía de ser él quien recibía el masaje y no Harry, que lleva más de seis horas practicando quidditch con un clima espantoso.

—Quería venir rápido, si me duchaba en el club los chicos me obligarían a ir al pub para celebrar —se encogió de hombros.

—¿Y ahora por qué?

El calor de un suéter WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora