La prueba. Parte 1.

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El aliento de Hanna se hacía visible con cada bocanada de aire, el frío de las montañas se hacía sentir en sus huesos y la blanca nieve caía sobre sus hombros y brazos. Sus grises ojos estaban fijamente trabados en la viciosa mirada de su adversario, un roegor, un pequeño hombre bestia con apariencia de roedor.

Esta alimaña de poco menos de metro y medio, tenía la apariencia de una rata encorvada parada sobre sus patas traseras, usaba ropas rotas sobre su torso de pelaje marrón y tiras de cuero como calzado. Su cara estaba llena de pequeñas cicatrices, probablemente causadas por peleas con otros de su clan.

Ambos danzaban en círculos a la velocidad de un paso, esperando el primer movimiento. El corazón joven de Hanna saltaba con fuerza, coloreando sus mejillas de rubor. Tenía una mezcla de emoción y un poco de miedo, ella sabía que los roegor rara vez mataban, ellos tomaban prisioneros, esclavos para construir sus madrigueras; prefería morir peleando que ser la sirvienta de una rata malformada.

Hanna apretó con firmeza la empuñadura de su espada corta y recordó el regaño de su padre, "No seas imprudente, niña".

Quería atacar primero, por sus venas corría una sed de conflicto que, aunque rara vez brotaba, era difícil de aplacar. Apretó su broquel con fuerza y llevándoselo al frente de su pecho caminó lentamente hacia el roegor.

El pequeño monstruo dio un paso hacia atrás, no esperaba pelear contra alguien que lo viera como presa y no como una amenaza. La chica se acercaba minuciosa, y aunque el helado viento de la montaña y la amenaza de la escarcha de nieve le achinaba los ojos, estos no parpadeaban.

Al estar lo suficientemente cerca alzó su espada para atacar. El roegor, al tratar de esquivar el alcance de la espada, se movió hacia el escudo de Hanna.

"Sé lista," se dijo a sí misma.

La joven había hecho una finta, asustó al roegor para que se moviera en esa dirección, y en un instante asestó un golpe con su pequeño escudo de metal que lo lanzó hacia atrás hundiéndolo en la nieve y ella, sin perder el paso, hundió su espada profundo en el hombro de la criatura.

No tardó tiempo en usar su peso para aprisionar a su enemigo bajo su pie, y ya segura de su victoria, desenvainó de la carne y sangre su arma, y lentamente la dirigió hacia la garganta de su enemigo.

El roegor con ojos llenos de aparente miedo suplicaba por su vida usando lo poco que sabía del idioma, pero Hanna había escuchado y leído historias sobre los hombres bestia, y sabía que al momento de darle la espalda la tendría llena de puñaladas.

Ella, queriendo saber qué tan ciertas eran las historias, apartó un poco su espada y sonrió, mintiendo de nuevo. La criatura daba falsos intentos de agradecimiento, pero solo era un acto mientas tanteaba en la nieve por su puñal.

Ni un segundo pasó entre el momento en el que tocó su cuchillo y en el que Hanna clavó su espada en su garganta sin quitar la sonrisa de su rostro, feliz de comprobar las historias.

Los roegors son una peste que suele entorpecer las rutas comerciales más solitarias: suelen atacar a los mercaderes y civiles para robarles su mercancía y obtener esclavos para comerciar con otras alimañas como ogros y troles. No eran particularmente fuertes, pero su rapidez y astucia los hace peligrosos contra aventureros inexpertos.

Hanna estaba allí para probar que podría valerse ante oponentes astutos, y el cuerpo cada vez más frío que yacía en el piso era señal de que había pasado. Sacó la espada de la garganta y la hundió en el corazón, "nunca está de más," se dijo así misma al tiempo que la sacaba y justo antes de darle un sacudón para limpiarla, dejando una pequeña línea roja en la nieve.

Sangre y Aventura - El Imperio EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora