Misión Alterna - No aceptes encantamientos de desconocidos.

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Tres horas después de salir del pueblo de Creu hacia la ciudad de Cating, Hanna se encontraba descansando a las solitarias orillas del lago Marsos, pues su estómago le rugía por comida. Sacó de su bolso un pedazo grande de pan y un frasco de 'miel de joyas' que compró en la posada de Creu por unas cuantas monedas. La miel era espesa y de color rubí, su sabor era ligeramente picante y dulce, y era muy comprada por los turistas por su color vistoso producto de abejas que posaban sobre los campos floridos del pequeño pueblo.

Al untarla al pan se escondió entre su interior, tiñéndolo de rojo. La chica había esperado un buen momento para comer el dulce que había comprado con tanta emoción, pues escuchó de él mucho antes de poner un pie en el pueblo. Al ver el pan soltó una pequeña risa, de esas que salen del pecho, acto seguido, lo volteó de un lado a otro cuidando de que no se perdiera ni una gota.

-"Hola". Dijo una voz femenina, suave y tersa.

Hanna apartó el pan de su cara y buscó confundida a la dueña de la voz. Se había asegurado de escoger un tramo apartado de la vista de quienes corrieran por el camino, pues al ser tan transcurrido las emboscadas por bandidos eran comunes. Pero no encontró a nadie, y asumió que era su hambre haciéndole escuchar cosas, se alzó de hombros y arrugó su boca, pero fue interrumpida de nuevo.

-"Aquí, en el lago" - Dijo esta vez la voz.

Hanna se detuvo de nuevo, alzó su cara y miró al lago donde una mujer se encontraba ligeramente sumergida hasta la cadera. Su piel suave era de un azul turquesa apagado, con pequeñas manchas esmeraldas esparcidas pero juntas a lo largo de todo su cuerpo semejante a pecas. Su larga cabellera roja y brillante abrazaba su cuerpo desnudo, y aunque parecía estar mojada, ondeaba ligeramente como con vida y voluntad propia. Era de rasgos finos, ojos grises sin iris ni pupilas, rayas  horizontales bajaban a lo largo de su cuello.

La joven acercó su mano a la empuñadura de  su espada sin soltar su pan, apretando ambos con la misma fuerza. Jamás había visto algo así, y su experiencia como aventurera le enseñó que debía dudar de todo ser que no conociera de antemano, y a veces, a dudar de quienes conocía también.

-"Lo que sea que quieras, no me interesa" - Hanna no quería alzar la voz, sabía que la mejor forma de salir ilesa de peleas era evitándolas.

-"Te he visto, y observado, quiero darte mi bendición, ofrece tu espada a mí y la encantaré, podrás blandirla con la fluidez del agua, y disparará agua cuando le ordenes" - La voz de la mujer resonaba en la cabeza de Hanna de forma armoniosa.

La chica negó con su cabeza -"Nop, no, mi espada está bien, gracias"- dijo, y siguió -"Tiene tiempo conmigo, recién la mandé a afilar, podría brazos y cuellos sin necesidad de encantamientos"-  Hanna mentía, su espada estaba tan afilada como una cuchara de madera producto de golpear escudos, cascos y armaduras de pequeños hombres bestia. Precisamente iba a la ciudad de Cating a repararla.

-"¿Qué tal tu escudo? Puedo hacer que rebote magia" - La mujer manipuló el agua para crear pequeñas figuras que representaban a un mago que lanzaba hechizos a un guerrero que alzaba su escudo. - "Ningún mago se atreverá a lanzarte hechizos, porque regresarán directo a la boca de donde fueron conjurados" - La figura del escudo regresó una pequeña bola de agua a la del mago, que estalló en un pequeño rocío brillante.

-"No, eh, no, no" - Hanna volvió a negar con su cabeza, mordiendo un costado de su lengua: Un escudo que rebotara magia era tan tentador como un cofre lleno de monedas de oro o una pequeña villa en una colina.

-"Puedo preguntarte, hija mía, ¿por qué no confías en mis bendiciones?" - Preguntó la mujer, su boca sonreía inocente, su mirada parecía estudiar a Hanna de forma curiosa, pero al no tener pupilas era difícil saber.

Sangre y Aventura - El Imperio EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora