La hora del duelo a muerte se acercaba y Hanna sólo contaba con el cálido resplandor de las antorchas. Las frías rejas de su celda supervisaban su encierro mientras ella contemplaba sus acciones y planeaba su estrategia.
Apenas hace dos días había sido secuestrada por una caravana de mercenarios mientras atravesaba uno de los caminos más peligrosos del reino; tenían planeado venderla junto a otras personas como esclavos para obtener fondos para futuras campañas. Recurrió a cada una de sus excusas y habilidades verbales para desentenderse, "puedo darles todo lo que llevo encima", "tengo un mensaje importante para el rey, no puedo perderme" decía, pero desgraciadamente, su valor en oro como esclava sexual era más atractivo que sus palabras.
Ya con cadenas en las manos y despojada de sus armamentos, recurrió a negociar con el líder, un treintañero tosco, calvo y narciso, poniendo a prueba lo que mejor sabía hacer: pelear.
-"Eres muy inteligente eh, eso lo acepto, pero que tan bueno eres en combate? Qué tal un un duelo, tú y yo, si gano, me dejas ir y si no..." dijo Hanna.
-"Mueres." Respondió el hombre, quién aceptó al ver que sus hombres hablaban a voz baja a su espalda, temeroso de que regaran la voz de que le tenía miedo a una simple chica.
Para ella morir era un destino mucho más deseable que acabar en cadenas o vendida a un burdel. Si su aventura la había llevado a morir en combate, moriría feliz, pues sería en sus términos, sabiendo que hizo todo lo posible por continuar su libertad.
Y en el presente, el líder rompió su concentración y la sacó de sus memorias, pues le tocaba abrir su celda y llevarla a la arena. Las reglas del duelo eran sencillas: cada uno elegiría dos armas y una poción de salud. La poción podía sanar cualquier herida que no haya cicatrizado, lo que aseguraba un duelo más largo y sangriento, perfecto para dar un mensaje y destrozar dos veces las esperanzas de cualquiera.
La chica caminó hacia una mesa, donde una multitud de armas se encontraban esparcidas sin ningún tipo de orden. Entre ellas vio su vieja espada y escudo, armas crudas y sin ningún tipo de adorno, pero las eligió porque confiaba en ellas. Su oponente tomó una lanza y un mandoble: una espada larga, pesada y extremadamente letal.
El duelo había comenzado. Hanna vació la poción en su boca sin aún recibir el primer golpe, luego amarró la botella vacía a su cinturón. El líder, confiado, tomó ese primer movimiento como un acto de locura, "un último trago antes de morir, clásico", pensó para sí mismo. Arrojó su lanza a la joven, pero esta fue rápida con su escudo: lo alzó para absorber el golpe que perforó la dura madera, relajó su brazo y luego lo tensó.
La audiencia celebró el fuerte sonido del impacto. Hanna solo quebró la lanza con su espada, dejando la punta encastrada. Cada paso que daba al frente su corazón latía fuerte, era la primera vez que peleaba con espectadores. Los miró por un segundo y sonrió: Podría morir en ese instante, pero la emoción por el combate corría en su sangre y la atención tampoco le sentaba mal.
Una vez llegaron cara a cara la joven usó su agilidad superior para esquivar los ataques de su oponente, quién peleaba de una forma más bruta y menos pensada. Los golpes que Hanna no podía esquivar los desviaba con su escudo. Para ella este duelo era un juego de resistencia, para él era una prueba de orgullo.
El líder mercenario no se esperaba a alguien entrenado, el se imaginaba un duelo contra una víctima, una joven a la que le temblaran las piernas apenas posara sus ojos sobre un asesino con una espada tan grande como ella. Pero no, Hanna no era una víctima, era una mercenaria entrenada y orgullosa de sus habilidades.
Y así fueron, uno, dos, tres minutos. La confianza del líder se agotaba con cada aliento gastado en golpes que no asestaban, pero su contrincante se veía fijo, sus grises ojos calculadores por un momento le helaron la sangre. Y en uno de sus intentos por asestar, tardó medio segundo más en volver a alzar su espada pues sus brazos temblaron cansados, tiempo suficiente para que Hanna apartara su mandoble con su escudo y le diera una estocada con su espada que atravesó sus costillas y se asomó por su espalda.
Apartó a Hanna de una patada desesperada, ayudado de una fuerza producto del temor a la muerte. Rápidamente tomó su poción y su herida cerró forma tajante, quedando como si jamás hubiera probado el acero. La audiencia enloqueció al ver a su líder estar a dos segundos de morir y arrojó piedras a la duelista, quien solo tuvo tiempo de cubrirse antes de resbalar con una roca y caer el suelo.
El viejo tramposo aprovechó para recoger su mandoble y corrió hacia Hanna para darle una estocada al corazón, de forma cruel y sucia, mirándola fijamente a los ojos. Lo sacó y apreció la sangre de la chica acariciar lentamente la hoja hasta llegar a sus manos, luego volteó a celebrar a su audiencia y la alzó.
La chica yacía en el piso, su vida brotando y escapando por su pecho pintando la arena de rojo. Ella solo gritó internamente al sentir su corazón partirse en dos, lentamente perdía el agarre de su espada, su escudo cada vez se sentía más pesado, sus sentidos se apagaban con cada latido que su corazón roto intentaba dar en vano.
Pero, tragó el líquido que se había llevado a la boca al comienzo del duelo y su herida cerró, tal como si su corazón nunca se hubiera partido, al menos físicamente. Hanna se levanto y trató de levantar su hoja, pero había perdido mucha sangre para poder alzarla, así que rápidamente partió su botella contra su escudo y se lanzó hacia el cuello del líder quien aún celebraba su victoria, haciéndole una profunda herida que iba de hombro a hombro. Y mientras este se aguantaba su sangre en shock la chica desatascó la punta de la lanza de su escudo y la clavó en el corazón de su contrincante tantas veces que perdió la cuenta.
Al ver su enemigo en el piso agonizando a segundos de morir le arrancó las llaves del calabozo. Sabía que si escapaba sola sería atrapada, así que corrió de vuelta a las celdas tomando su espada en el camino y liberó a cada uno de los presos, quienes tomaron armas para recuperar su libertad de los mercenarios a punta de hierro y sangre. Hanna no se quedó a luchar, evitó tantas peleas como pudo y huyó hacia el bosque en medio del frenesí. Corrió tan lejos como sus piernas le permitieron del fulgor de las llamas del fuerte que ayudó a destruir ayudada sólo con el fuerte deseo de su libertad.
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Sangre y Aventura - El Imperio Escarlata
FantasíaInspirada por las historias que sus hermanos mayores le contaban sobre el mundo, Hanna se dedicó a aprender lo más que pudo de los mejores maestros de Würmclaw, su ciudad natal y cuna de mercenarios, estrategas y aventureros. Su amor a la libertad l...