D O S

6.5K 296 57
                                    

Como pudo Catalina salió de la habitación del padre Robert, corriendo por el pasillo sonrojada, mojada y jadeante, aún sentía los labios del sacerdote sobre los suyos. Por una ventana observó la lluvia y en un intento desesperado por calmar el calor que la consumía dejó que el agua mojara las partes de su cuerpo que se mantenían secas, su mente iba y venía de ese beso, ese beso que había cambiado todo.

Siempre quiso ser monja, jamás tuvo deseos lujuriosos, nunca pensó que esto le pasaría y menos con un sacerdote, bien dicen que entre más te acercas a Dios el demonio más cerca estará también, en este caso, el padre Asher... su demonio personal.

Robert Asher salió también de su cuarto, no sin antes acomodar su miembro de manera que no fuera tan notorio, avisó a la madre superiora que saldría y luego de unas horas logró llegar a la parroquia del pueblo más cercano a confesarse con quien toda la vida había sido su mentor, desde el día 1, aquel que lo ayudó a superar el trauma.

—He pecado—, dijo de inmediato ganándose la mirada preocupada del Padre Sebastián Tollini. El canoso hombre lo guió hasta el confesionario pero Robert negó, necesitando el apoyo de un amigo y no la bendición de un sacerdote—. ¿Qué hiciste, Rob?— fueron las palabras incrédulas del sacerdote mayor ante la confesión que acababa de recibir. Asher cubrió su rostro con sus manos, avergonzado, lamentándose de que el arrepentimiento no era parte de él y por eso no podía confesarlo y librarse de eso.

—Jamas me había pasado, lo sabes... he estado rodeado de esas niñas por 10 años—, dijo mirándolo, sus ojos azules chocando con los cafés del sacerdote más viejo.

—Lo sé, sé todo... pero, el día de hoy no sé qué contestarte—, debía excomulgarlo, lo sabía, ambos lo hacían... pero eran amigos, el padre Tollini fue como un padre para él luego de su desgracia, estaba en aprietos y seguía sin arrepentirse, es más, las ganas de más lo dejaban boquiabierto—. Aléjate de ella—, sentenció el padre y Robert asintió.

—¿Ese es tu consejo?— respiró hondo.

—Sí—, contestó el mayor y Rob asintió, saliendo del lugar a paso lento y decidido en ni siquiera voltear a verla, escapar de la tentación y el pecado, alejarse de ese demonio de ojos azules.

Se quedó esa noche en un pequeño hostal, cenó algo ligero mientras las putas le hacían burla por los hábitos y le decían que en ellas estaba la mujer que lo sacaría del sacerdocio, una mentira... la única mujer que tenía ese poder estaba en el maldito convento al cual se dirigiría en la mañana.

Cuando el gallo cantó Catalina sintió el pesar de sus acciones, la fiebre no la había dejado dormir, su cuerpo temblaba sin parar y le castañaban los dientes mientras sudaba a chorros.

—Métanla en agua fría, mucho hielo—, dijo Sor Carmela y minutos después sintió su cuerpo en un choque contra el hielo, la bata que usaba para dormir cuando confiscaron sus pijamas se empapó del líquido congelado, si eso bajaría su fiebre lo aceptaba, pero solo sintió como desfallecía en el agua.

—¿Qué está sucediendo?— preguntó el padre Asher al entrar al convento y ver a las madres corriendo de un lado a otro con agua caliente.

—Catalina está enferma—, dijo otra de las novicias, ¿Claudia? Era una de las amigas de Catalina, de eso estaba seguro, ante la mención de su nombre y el hecho de su enfermedad caminó a paso seguro hasta su habitación, la cual habían puesto en cuarentena hasta saber si la chica mejoraría.

No era novedad que el padre visitara a las hermanas enfermas, de hecho era algo común, pero las razones de Asher no eran las mismas, odiaría mostrar preocupación por la chica y que alguien descubriera lo que había pasado, pero aquí estaba frente a su puerta.

Padre -One Shot- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora