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"- Nunca debes enamorarte hijo mío, o serás arrastrado a tu propia perdición."

Eso era una de la cosas que su madre siempre le repetía en las noches, como un mantra, y siempre lo recordaba estando al lado de su padre.

Había pasado un tiempo desde la última vez que había escuchado esa frase pero aún la tenía presente, y casi le parecía que antes de cerrar los ojos podía escuchar claramente la frialdad de su madre al decirlo.

No era un secreto para Damián Wayne que muchos de los mejores asesinos con los que había entrenado habían sucumbido ante el amor, llevando sus pobres vidas a un abismo de locura y desesperación. Es por eso que él había entrenado durante sus primeros años de vida para no sucumbir antes sentimentalismo inútiles que lo alejaran de su misión.

Sin embargo, ahora era capaz de entender ciertos sentimentalismos, ciertas situaciones y condiciones. Había aprendido muchísimas cosas bajo el ala de su padre y sus hermanos adoptivos, además de los pocos, pero importantes, amigos que él había logrado hacer desde que se había mudado a Gotham.

Había aprendido a confiar, a creer y entender no solo su propio pensar y razonar sino el de las personas que lo rodeaban, y eso lo hacía sentir bien, satisfecho.

Era mucho más de lo que había aprendido bajo el cuidado de su madre, que aunque amaba y respetaba desde el fondo de su corazón, sabía bien que ella jamás sería capaz de enseñarle a amar.

No puedes enseñar algo que perdiste, algo que fue arrancado, extirpado y eliminado para siempre.

Al menos así lo veía él.

2

La noche caía silenciosa y tranquila, como cada una de las noches en Metrópolis. Una ciudad tranquila con un porcentaje criminal extremadamente bajo y ciudadanos casi demasiado ejemplares que paseaban por las hermosas calles iluminadas.

La paz se respiraba, y aunque había veces que esa paz era quebrantada nada era tan grave como el circo que residía en Gotham y que casi a diario creaban situaciones caóticas y macabras que ya habían dejado en un estado constante de alerta a los habitantes de Gotham.

Al menos así lo veía Jonathan Kent, o mejor conocido como Superboy. El joven héroe que patrullaba Metrópolis por las noches acompañado la mayor parte del tiempo por Robin, el siempre leal compañero de Batman.

- Siempre te he dicho que las cosas aquí son más tranquilas - murmuró Superboy mientras se metía un pedazo de hamburguesa a la boca.

Como era habitual Robin se quejaba de la falta de actividad.

- Más aburridas - corrigió Robin bostezando mientras observaba su tableta en busca de algo por hacer.

Le exasperaba un poco la tranquilidad de aquella ciudad, aunque claro, estar acostumbrado a lidiar con constantes amenazas terroristas, explosiones y masacres dejaba a cualquiera con una sensación de alerta bastante elevada.

- Más normal querrás decir - murmuró Superboy con una sonrisa.

Robin los miro de soslayo por unos segundos.

- ¿Tengo algo en la boca? - pregunto Superboy al notar la insistente mirada.

- En todo tu rostro de hecho bebé llorón - se burló.

Superboy murmuró un insulto antes de centrarse nuevamente en su comida. Aunque el silencio no duró lo suficiente para el mayor de los dos.

- Te traje esto, por cierto - mencionó buscando entre sus cosas -. Es una ensalada que mi mamá preparó, pensé en ti cuando la hizo ya que no comes carne.

HanahakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora