Y llegaron los problemas

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Todo comenzó cuando a los 7 años empecé a dudar de mi felicidad.

Mis padres se divorciaron, algo que ya se veía venir, debido a esas discusiones intinerantes a lo largo de cada día.

Pero ese no fue el problema.

Me quede con mi madre, una mujer que hizo todo lo posible para que viviese la buena vida.

Pero dejó de ser ella.

La miraba a los ojos, y no encontraba aquella luz que tenia.

Su situación empeoraba.

No había ningún día en el que no escuchase sus llantos.

Mi madre entró en depresión, debido a los problemas que tuvo en el pasado, que hicieron que se arrepintiese de este presente.

Mi vida empezó a basarse en escuchar el crujido del aluminio que envolvía las pastillas, y en ver como mi madre las consumía.

No teníamos conversaciones, no nos sentábamos juntas. Ya la di por perdida.

Empecé a decaer y sentirme sola.

En el colegio empecé a automarginarme.

Sólo quería pensar una solución para que mi madre volviese a la normalidad.

Días así se convirtieron en mi rutina.

Apartada de mis compañeros podía ver como me señalaban, y terminaban con una doliente sonrisa.

¡MAMÁ! ¡PARA POR FAVOR!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora