Día 06. Bailando

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Hoy Mori estaba de buen humor y Fukuzawa no necesitaba ser como Ranpo para saberlo. De la consulta salía una melodía clásica llena de violines que no encaja en nada con su mentalidad oscura y desequilibrada.

Cuando entró en el despacho, le vio bailando con Elise agarrados como si estuvieran bailando un vals.

—¡Ah, Fukuzawa-dono! Hoy no le esperaba tan pronto.

Tan pronto como dejó de bailar, la niña regresó a sus pinturas. Fukuzawa sabía que era un comentario que no esperaba respuesta y solo vio al doctor cerrar los ojos y deleitarse con aquella melodía.

—Ahh… An der schönen blauen Donau… Para los incultos, el Danubio Azul. Una pieza maestra de Johann Strauss hijo.

Fukuzawa pasó por alto el insulto (habitual) de Mori y se centró en su perfecta pronunciación.

—¿Sabe hablar alemán? 

—Estudié medicina allí y durante uno de aquellos bailes, conocí a una bailarina hermosa… Ahh… Pero esa es otra historia. ¿Usted ha bailado alguna vez?

—Nunca me llamó la atención.

—O es que no sabe bailar.

Si algún día deja de leerle la mente, le daría todo el chazuke del mundo, pero estaba claro que ese día estaba muy lejano.

Con algo de resignación, Mori negó con la cabeza y chasqueó la lengua.

—No se puede ir por la vida sin saber bailar lo básico, Fukuzawa-dono. Un vals lo es todo a la hora de ligar.

—Y usted sabe mucho de eso, ¿me equivoco?

—Tenía a todas rendidas a mis pies —se rio mientras se quitaba la bata y la colgaba de la silla.

A Fukuzawa no le gustaba por donde iban los tiros.

—No.

—Aún no he dicho nada.

—Pero su mirada y sonrisa, sí.

—¿Qué hay de malo con que le enseñe a bailar?

—Que sea usted.

Con gesto resignado, Mori se giró y se hizo el ofendido.

—No hace falta ver que es usted un palo de escoba que no sabe moverse. No hay nada que hacer con usted. No me extraña que siga soltero.

“¿Y usted?”, pensó Fukuzawa molesto.

—Pero todo sea por la ciencia: si consigo que alguien como usted aprenda a bailar, estoy seguro de que los simios estarán más cerca de aprender a hablar.

El albino decidió ignorar aquel comentario para proteger al doctor de posibles heridas por parte de su espada. Pero era un hecho: si Mori no conseguía que Fukuzawa hiciera lo que él quería, los insultos para molestarlo no tardaban en aparecer. ¿De dónde venía el empeño de Mori por controlar a Fukuzawa y hacer de su vida una tortura?

—Venga, no sea tímido —le dijo mientras alargaba la mano hacia él y le guiñaba un ojo—. No es tan difícil como usted cree.

Fukuzawa miró la mano con total desconfianza, pero al final decidió darse por vencido. Había aprendido que llevar la contraria a Mori podía acarrear las peores consecuencias posibles (como que se pusiera en peligro constante durante un mes). Le tomó la mano y se dejó guiar.

—Le enseñaré los pasos del vals como comienzo. Con algo de pesar, me tocará a mí hacer de mujer, así que… Coloque su mano en mi cadera.

—¿Perdone?

Mori suspiró y tomó la mano de Fukuzawa y la colocó en su cadera.

—Ahí está bien. Ni se le ocurra bajarla o apretar si no quiere acabar con una incisión en la yugular.

El albino asintió sin dudar siquiera. En su sano juicio, jamás habría pensado en la idea de tocar el trasero a Mori.

—Bien. ¡Elise-chan!

La niña puso el gramófono en marcha, sonando de nuevo el vals.

—Muévase. El hombre es quién debe guiar a la mujer.

—Buena sugerencia. Cómo.

Mori le dijo cómo debía hacerlo y, tras varios tirones, pisotones y patadas, consiguieron bailar algo parecido a un vals.

—¡Muy bien, muy bien! —sonrió Mori mientras giraban—, pero me gustaría pedirle que no se acerque tanto a mí.

—Usted me ha dicho que debo pegarme a la mujer.

—Solo si ella quiere. Y yo no quiero.

Fukuzawa se quedó mirando la cara de Mori, a escasos centímetros de la suya. Jamás se había fijado en el color de sus ojos: morados con toques rojizos. Sí que era cierto que cuando utilizaba su habilidad, estos se volvían más rojos, pero no había visto nunca la tonalidad real de ellos.

No se había dado cuenta de que habían dejado de bailar y de que seguían abrazados, mirándose el uno al otro. Sin previo aviso, notó un cambio en las pupilas del doctor y un fuerte cabezazo le partió la nariz.

Los dos se soltaron y Mori se abrazó a sí mismo gritando.

—¡¿POR QUÉ ME MIRABA ASÍ?! ¡DEPRAVADO! 

Fukuzawa se agarró la nariz ensangrentada.

—¡Mire quién fue a hablar! ¡Me ha partido la nariz de un cabezazo!

—¡A mí solo me gustan las menores de doce! ¡No vuelva a tocarme! ¡Y menos a mirarme con esos ojos!

“Descuide, es la última vez que bailo en toda mi vida”, pensó mientras desenvainaba su katana, preparado para hacer del doctor un pincho moruno.

FukuMori Week 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora