III: Hospital

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Mi mamá tenía razón. Siempre la tenía y lo que había dicho sobre Fabrizio no era más que otra de sus verdades. Apenas él tocó mi cama, no tardó siquiera en acomodarse o demás como lo hacía cualquier persona común. Abrazó mi acolchado como si de un peluche se tratara y, apenas apoyó la cabeza en mi almohada, se durmió.

Literalmente.

No roncaba, por suerte. Sin embargo, el que le hablara o lo llamara no hacía diferencia alguna. Podía ver cómo babeaba, acurrucado en mi viejo colchón.

Mi habitación no era muy grande como la suya, así que me parecía poco creíble que pudiera relajarse tanto en un lugar como este. A comparación de su pieza, en mi habitación solo entraban tres elementos que me eran de importancia: la cama, el armario y mi computadora. Bueno, y una ventana al lado de la cama si lo contábamos. Unos tres por seis metros perfecto.

El espacio de sobra, por suerte, nos dejaban llegar a mis principales elementos importantes.

Tampoco decoraba mucho puesto que no me gustaba hacerlo. Lo único que había eran fotos. Diría que las más importantes ahora eran las que estaban sobre la computadora. Una de ellas tenía a toda mi familia, otra a Camila junto conmigo y otra... a Fabrizio y a mí. O, mejor dicho, a nuestros dos personajes jugables. Como recuerdo.

Podía verlas incluso sentado sobre la cama, a un lado de Fabrizio dormido.

Me parecía increíble lo importante que ahora todo se me hacía. Justo cuando no podía tocarlo.

Qué ironía, ¿no?

Los dichos eran ciertos por algo, quizá. No sabía lo que tenía hasta que lo perdía. Aunque no recordaba nunca haber desperdiciado mi vida. Me gustaba como estaba. ¿Por qué debía perderla cuando la estaba disfrutando?

Miré a Fabrizio.

Lo había arrastrado a él hasta acá con la idea de sobrevivir. ¿Pero, y si no lo hacía?

Es decir, ahora... que sabía lo importante que era para él, ¿era justo dejarle vivir un trauma como mi muerte en primera persona? Me hubiera convenido el que se enterara allá en Italia donde tenía sus amigos, ¿o no?

Yo también me consideraba uno de sus amigos, pero... ¿en serio tan importante era para él como para que viajara miles de kilómetros por mí? ¿O simplemente había sido culpa porque me pegaron a él?

Estiré mi brazo impulsivamente, tocando su pelo negro.

Era suave. Cosa que no me sorprendía para nada. No entendía cómo pero el bobo tenía una genética buenísima. Tanta que siempre me pareció lindo. Como amigo, claro. ¿A quién no le gustaría un cocinero trigueño, alto y con pestañas largas? Incluso tenía labios finos y bien formados, de esos que te daban ganas de hasta dibujarlos.

Sentí cómo se removía y quité la mano, más por vergüenza que por otra cosa. No le había pedido permiso para tocarle el pelo, así que seguro me mandaba a volar si se despertaba. Aparte, seguro le iba a parecer asqueroso el que un chico le toque de esa forma.

Wow, un momentito.

¿Había sentido su pelo en mi mano? ¿O fue mi imaginación?

Intenté tocarlo de nuevo, con lentitud. Sin embargo, esta vez, mi mano había traspasado.

Maldije por debajo. Estaba seguro que había sentido su pelo. Lo había tocado. ¡Y ni siquiera podía contarle! ¿Qué iba a hacer? Decirle "che, ¿sabés que puede que esté más vivo o muerto que antes? Porque toqué tu pelo mientras dormía y no lo hice como fantasma".

Bueno, podía intentarlo una vez más, ¿no?

Volví a estirar el brazo. Sin embargo, un ruido hizo que me quedara quieto en el lugar. Al mirar hacia el costado, pude ver que mi hermana, Sofía, había abierto la puerta con fuerza. Había golpeado la pared.

Cuidado a quién le dices te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora