I: Agápē

361 66 42
                                    

—Que soy un fantasma, Fabrizio. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?

Llevábamos dos horas en un interrogatorio sin fin. Mi mejor amigo, un italiano millenial que disfrutaba de sus vacaciones de verano, seguía negando la cabeza sin entender. Yacíamos sentados; él en su cama y yo en una silla enfrentada a ésta. No era la primera vez que veía su habitación, ya que hacíamos videollamada bastante seguido. Por lo tanto, el que sus libros de electrónica general y cocina —extraña mezcla, por cierto— puestos en la mesita de luz siguieran desordenados, me enojaba.

—P...pero hablamos hace unos minutos. Por celular. O móvil, como se le diga.

—Celular —me quejé—. Idioma neutro no, chabón.

—"Chabón". No podés llamarme así después de lo que me dices.

Hice ademán de mover los libros. Sin embargo, el que mi mano traspasara aquellos me desanimó un poco. La única oportunidad que tenía de volver a mi "envase", como le llamó la señora, estaba frente a mí hablando como si de un loco se tratara. ¿No vio películas o qué?

—Decís.

—Me decís. Espera, ¡ya basta! Deja de corregirme. Que sé hablar español, no tienes por qué hacerme una corrección cada dos minutos.

Frunció el ceño, cosa que me causó una carcajada. ¿Ya tan rápido se enojó?

—¡No te rías, Alex! Que esto es grave. Me estás diciendo que tuviste un accidente. Y pese a que fue a miles de kilómetros, estás aquí hablándome como si nada y traspasando cosas como si fueras un holograma.

—Acá —corregí.

—¡Alex!

—Perdón, perdón. Seguí.

Ladeé la cabeza impulsivamente en cuanto vi algo increíble. Fabrizio tenía los ojos llorosos. Estaba encorvado, con las manos temblando. ¿Tanto miedo me tenía? Si hasta lo que yo sabía, el maldito ni siquiera le tenía miedo a It. ¡Se me cagó de risa cuando grité en un par de escenas en el estreno!

—¿Qué te pasa? —pregunté. Me levanté para tocarle el hombro, darle un poco de ánimo. Supuse que estaba así por mí, ¿no?—. No estoy muerto, Fabri. Según la señora me revivieron.

—Pero estás acá. Estás conmigo. ¿Por qué? ¿Por qué no estás con tu familia, que está más cerca? Con tu amiga, con tus compañeros. No sé cómo ayudarte, Alex. Y me estoy volviendo loco. ¡Estoy hablando con un fantasma!

Rodeé los ojos. Era mayor que yo, muchísimo más maduro y astuto. ¿Por qué carajos se preocupaba tanto? Solo tenía que hacerle caso a las "energías", ¿no?

Traté de tranquilizarlo:

—¡Eh! Agradecé que no te asusté, che. Solo necesito que... no sé, ¿me lleves a casa? Y juro que cuando viva de nuevo te voy a rankear todas las partidas posibles.

Levantó la vista, haciéndome dar escalofríos con aquella mirada fría que siempre ponía cuando se concentraba en las team-fight. Negó con la cabeza, para luego acentuar su preocupación.O tristeza, mejor dicho.

—¿Y si no vives?

—¿Tengo otra opción, aparte de hacerle caso a la única persona que me explicó que me está pasando? —pregunté. Sonreí—. Dale, no seas un maníaco. Esto va a ser rápido, lo prometo. No vas a perder a tu dúo tan fácil. ¿Qué te pensás, que solo por un choque voy a irme para siempre?

—A muchas personas les pasa, Alex.

Me mordí el interior de la mejilla, pensando lo peor. Como si no lo supiera. Como si no supiera que mi vida, literalmente, dependía de un hilo. Que nunca podría volver a ver a nadie. Que ya no disfrutaría las corridas o simplemente el gritar y putear a la pantalla porque un hijo de puta me hizo perder la partida.

Cuidado a quién le dices te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora