11:00 Am, Karla va corriendo por las calles de una Medellín despistada. ¿Una Medellín despistada? pensarás tú, sí, una ciudad totalmente despistada, un lugar donde los rostros de la soledad, el dolor, la pena, la incertidumbre, la confusión, el amor, el desamor, felicidad, infelicidad (y puedo continuar por un largo rato); son pasadas por alto, 25 de las 24 horas del día. Una ciudad en que los saludos cálidos y sinceros han pasado a un tercer plano cuando debería ser el primero, un lugar dónde sólo unos pocos se esfuerzan por mantener a flote sus ideales, sus pasiones, su sinceridad ante la vida. Un lugar donde muchos le han dado más valor al “yo” que a él “todos juntos”, y si me lo preguntan a mi, es esta nociva Medellín en el que la vida de unos prima más que las de otros -sólo por el egoísmo de pensar que los deseos propios son más importantes que los deseos del otro-, de esta nociva Medellín, es de la que Karla quiere huir, y por eso corre… ¿Hacia dónde corre? creo que no lo sabe, pero se siente bien, ojala que nunca pare de correr.
Su cuerpo de repente se siente agotado, no puede respirar bien, el sudor cae por todas partes… está a punto de desmayarse, pero sonríe, hay un silbido al respirar, yo se que su cuerpo se siente mal, demasiado cansado, pero ella sonríe ¡carajo! sonríe. Karla se tira en una cera, volviendo su respiración a la normalidad, y pasa, justo cuando uno menos lo espera pasa, uno de esos grandes placeres de la vida… un viento suave y tenue rodea su cuerpo, y ella sólo cierra los ojos para recibirlo.
“Hora de empacar” me dice.
¿Empacar? ¿Empacar a dónde?
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La historia que nunca existió
Short Story¿Les pasa que huyen? -a ustedes mismos, a los demás, a su consciencia-. Karla huye sin sentido pero con razón, se adentra en lugares y en aventuras magníficas, vive a su manera con la música como fina expresión del sueño cumplido y el caos olvidado...