—Respira, An —susurré de cuclillas mientras observaba por el lateral de la cabina telefónica que me ocultaba de Marcos, mi persecutor—. Es que no sé por qué carajos no evalúo mejor a los hombres con los cuales me voy a ver—, refunfuñé reposicionando los lentes de sol sobre el puente de mi nariz.
—Verá, amigo—comentó con desesperación Marcos al vigilante de la entrada del bufete—, necesito ver a Anneliese, por favor dígale que estoy acá.
El pobre hombre ya no sabía que más hacer para calmar y poder echar a Marcos, negó repetidas veces y se posicionó frente a él.
—Caballero, la señorita Alcalá no se encuentra en estos momentos—informó con decisión Juan—. Apenas ella ingrese al bufete yo le informaré sobre su visita, y si gusta deje un numero de contacto para que ella le devuelva la llamada.
Reí entre dientes y me agaché más al ver que Marcos giraba sobre sí mismo exasperado, bufó y soltó aquella clase de risa que sabes muy bien que es irónica.
En mi defensa, yo fui muy clara y dejé mis términos sobre la mesa:
1. Citas solo ocasionales (a mi disposición y tiempo).
2. Nada de sentimientos ni emociones que puedan llegarse a confundir con un romance.
3. Nada de celos ni reclamos territoriales.
4. Solo es sexo.
Yo jamás les exigía atención, no pedía mensajes de buenos días ni de buenas noches, no quería obsequios ni nada que pudiera llegar a malinterpretarse ni que tampoco les diera pie a algo más. Por otra parte, una vez finalizada la parte cruda de la conversación ellos decidían aceptar o no, muchos de ellos aceptaban complacidos y casi que sin poder creer que les ofrecieran tal detalle en bandeja de plata.
Lo mejor de todo esto es que me funcionaba bastante bien, te acostumbras a una vida ligera y sin problemas, claramente existen sus excepciones… ejemplo: Marcos.
—¿A quién espiamos? —preguntó una voz detrás de mí.
—¡Oh Dios mío! —exclamé excesivamente alto como para llamar la atención de los hombres que se encontraban frente a la entrada de A&A—. ¡Escóndete, Eugenia! —siseé.
Podía sentir el sudor corriendo por mi espalda, justo por mis espinas dorsales, y el corazón latía a un ritmo inhumano. Incluso era mejor batallar con los piojos que con Marcos, él simplemente no aceptaba un NO por respuesta.
—Dios, si estás ahí, por favor perdóname —susurraba mirando al cielo en suplicas.
—¡¿Qué demonios?! —cuestionó con incredulidad la joven a mi lado, la culpable de mi reciente martirio.
—Yo sé que no he sido la mejor, que puede que me haya dejado llevar por el deseo y el placer carnal —me sinceré—. Pero aquí entre los dos, nadie antes me dijo que el sexo era tan bueno.
—¡Anneliese!
—Shh —siseé con enojo a Eugenia—. Uno tiene derecho a cambiar.
—Vaya manera de cambiar.
—Te prometo escoger mejor a mis vict… parejas casuales, pero por favor haz que Marcos se vaya y me deje en paz.
—La esperaré aquí —gruñó Marcos al pobre Juan, se arregló el sacó gris que llevaba.
Debía admitir que él estaba como para chuparse los dedos, el cabello castaño lo llevaba bien peinado a pesar de que el degradado ya le daba un estilo formal, la mandíbula estaba cubierta por aquel diminuto rastro de vello que me encantaba y más la sensación que causaba al contacto con mi piel, sus ojos negros y profundos hacían contraste con su piel bronceada. Me hacía disfrutar y contar el firmamento entero.
—¡¿En serio, Anneliese?! —Gruñó Eugenia aún de cuclillas a mi lado—, ¿Cuándo te comportarás como una adulta?
—¡Hey, me ofendes! —comenté recelosa—. Me comporto como una adulta, no es mi culpa que él se haya encaprichado.
—Deberías ser más responsable.
—¿Con mi vida sexual? —Cuestioné altiva, pues algo que odiaba eran las etiquetas y más si estas venían sin fundamentos—. Creo y estoy segura de que mi vida sexual la llevo de muy buena manera, cuando tropiezas tantas veces con la vida decides si ser el titiritero o el títere.
El móvil en mi bolsillo comenzó a vibrar, al sacarlo pude comprobar que la llamada entrante era de Juan.
—Dígame, Juan.
—Señorita, el señor Marcos Roith la busca en el bufete, manifiesta quedarse esperándola porque necesita hablar con usted.
Bufé y negué mientras me acomodaba mejor para observarlos.
—Dígale que la señorita Alcalá no irá hoy al bufete y que agradecería que amablemente se retirara, yo me comunicaría con él luego.
Pude ver como Juan le comentaba a Marcos mi recado, este negó y detrás de la línea escuché un seco “bien” para luego retirarse.
—¿Ya podemos entrar? —preguntó con diversión Eugenia.
—Si quieres te adelantas —contesté—. Yo esperaré unos cinco minutos por si acaso.
Eugenia se levantó y caminó decidida a la entrada, era mi amiga y socia. Ambas nos conocimos en la facultad de derecho hacía ya unos siete años. Caminaba con gracia en sus altos tacones rojos que hacían juego con su blusa y el pantalón talle alto color negro, su larga melena rubia iba atada. Ella era toda una mujer de clase y refinada.
—Juan, lamento mucho lo de hace unos minutos —dije con sinceridad al pobre hombre que me miraba con una sonrisa apenas me acerqué.
—Me matará de un infarto un día de estos, señorita Anneliese —comentó con dulzura.
—Le prometo que no se volverá a repetir.
El hombre sonrió sin agregar nada más y continué con mi camino, ya que de por sí me encontraba bastante atrasada.
Con todo lo sucedido había llegado a la conclusión de poner dos términos más:
5. Prohibido que me busquen en mi trabajo sin previa autorización.
6. No repetir más de tres veces, pues se encariñan.
Con eso en mente y la sonrisa dibujada en mis labios ingresé a mi despacho.Si tuviera que describirlo en tres palabras estas serían: cómodo, tranquilo y luminoso. Repudiaba los colores oscuros, por eso en mi estancia predominaba el blanco, las plantas, un escritorio de vidrio y muebles de madera fina.
Susane, una mujer regordeta y de unos cuarenta años, aproximadamente, entró a mi despacho con agenda en manos.
—Anneliese, tienes reunión para el caso de los Moliarte a las once, a las dos viene el abogado Rochert.
—Perfecto, Susane.
—Tu padre dejó un mensaje —agregó extendiendo la agenda para que la tomara—. Que te comuniques a ese número, es un abogado que se quiere unir a la firma.
—Pablo Barnut —leí con inquietud. No, el tema no me agradaba, sin embargo, dentro de la abogacía practicabas la política en sobremanera.
Suspiré tomando asiento y dejé que mi mente descansara para afrontar lo que se avecinaba.
Al final todo estaría bien, o eso quería creer.
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Los Términos de Anneliese
RomansaDicen que de los errores se aprende al igual que de las desilusiones, pero para Anneliese ya son tantas desilusiones que decide blindar su corazón y jugar como lo hacen los hombres: sin compromiso alguno, solo por y para su placer. Para ello creó u...