Nido de ratas

227 27 3
                                    

Había humedad en el aire, era oscuro, no entraba ni un rayo de sol, las paredes estaban despintadas y el acero que conformaba las rejas estaba completamente oxidado, se podían ver las ratas caminando por el lugar como si fuese su casa desde hace siglos, había uno que otro cadáver en plena descomposición de los cuales las ratas de alimentaban y que nadie tenía la decencia de remover, así es como vivía la gente que estaba encerrada ahí, los peores criminales terminaban en aquel lugar, sobrevivían obteniendo comida podrida y mohosa que les entregaban cada vez que se acordaban o comiendo la carne de aquella gente pudriéndose, si uno quería obtener comida fresca podía tomar una rata, pero solo si querías ser la cena de estas, algunos otros mataban a los que llegaban, siempre decían que unos ojos que aún recuerdan el color del sol sabrían mejor que uno que llevaba años encerrado en ese lugar; había uno que otro que se mutilaba para poder comer, un dedo un día, la mano al siguiente, ellos eran los que menos duraban.

Entre toda esa gente que había cometido los peores pecados, estaba un pequeño niño, nadie sabía porque estaba ahí, o qué pecados había cometido, parecía tener 10 años, pero con lo desnutrido que estaba era imposible adivinar su verdadera edad, sus manos huesudas se aferraban al insignificante pan mohoso y duro que había encontrado en un rincón lleno de olores desagradables, lamió sus labios resecos, era la primera comida que probaría en semanas, miró a ambos lados, sus ojos estaban tan adaptados a la oscuridad profunda que no se le hizo difícil saber si había alguien ahí o no, por fortuna, no había nadie, así que pudo saborear aquel alimento, primero intentó morderlo, mala idea, pudo sentir como su diente se rompía y sus encías empezaban a sangrar, apretó la boca, no le dolía, pero era incómodo, miró el pan unos segundos y pronto ideó el plan B.

Encajó sus largas y mugrientas uñas en un pequeño pedazo y empezó a apuñalarlo una y otra vez hasta que ese pequeño pedazo que cabía completo en su boca cayó al suelo. Al caer una rata corrió rápidamente buscando aquella migaja, pero el chico rápidamente lo tomó y aunque estuviera llena de mugre, cabello y orina, se lo metió a la boca sin dudar, con su escasa saliva fue ablandando el pan en su boca hasta que pudo masticarlo sin romperse un diente, podía sentir la tierra y el cabello en su boca y su garganta, pero ya era común para él ese sabor, incluso pudo decir que esta vez supo mejor que otras veces, tal vez no lo dejaron pudrirse tanto antes de que se lo dieran o tal vez es porque no pasó tanto tiempo en el piso antes de que entrara en su boca, cualquiera que fuera la razón, este momento estaba resultando de manera agradable.

Poco después de terminar su festín, un recluso bastante nuevo se acercó a él, al mirar atrás de él y ver aquellas caras grasientas que tenían impresas una sonrisa, pudo entender que hacían ahí, el nuevo estaba en su iniciación.

La mayoría de los reclusos hacían su iniciación para poder sobrevivir en ese lugar ya que gracias a esto estaban hasta cierto punto protegidos y se adueñaban de casi todo el alimento que era arrojado ahí, los pocos que huían de ella terminaban muertos de hambre o por las plagas. El niño no era necesariamente parte de aquel grupo, pues jamás había pasado por la iniciación ni había jurado lealtad a esos tipos, pero tampoco era uno de los que se había negado, él simplemente era una de las etapas y cada vez que había un nuevo iniciado a él le daban una pequeña recompensa por sus servicios.

Miró al chico, era fornido, tal vez dolería, pero no lograba entender porque tenía una cara asustada y parecía a punto de llorar, la mayoría de ellos tenían aquella cara, como si no quisieran hacerlo, pero al final lo hacían, porque siempre les importaban más ellos que él, porque él era inferior a ellos.

Retrocedió unos pasos, hasta que su espalda chocó con el pecho de los otros, en ese momento pareció como si su mente se aclarará y avanzó con firmeza.

El más pequeño solo suspiró, se levantó y bajó su pantalón rápidamente, ojalá acabara rápido.











El príncipe Julius arrugó la nariz ante tal olor pútrido, no quería estar ahí, si fuera por él estaría en casa estudiando o jugando con su madre, pero era su deber como príncipe revisar a su pueblo y buscar las anomalías en todo lugar, y este lugar era una gran anomalía, desde hace años que no se entregan registros de este lugar ni algún papel que dijera a donde iba a parar el dinero que otorgaba el reino para el mantenimiento del lugar y cuando entró pudo entender el porqué.

La villana no busca amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora