Muerte accidental

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El día transcurría naturalmente para los habitantes de la ciudad de Kioto en Japón, cada quien paseaba por las calles ocupándose de sus asuntos como diariamente hacían.

Entre todo el inmenso mar de gente, escondida lo más que el ambiente se lo permitía, se encontraba una chica.

Esta vestía unos pantalones deportivos grises y una chamarra color verde, de la cual usaba el gorro para esconder su rostro tanto como podía, cualquiera que la viera sabría al instante que trataba de pasar desapercibida, pero, ¿por qué será? ¿habrá cometido un asesinato o algo así?

Pues no, la razón era mucho más sencilla que eso.

Esta chica, de nombre Koharu Oshima, era lo que se puede considerar una "Lolicon" en todo su esplendor.

En sus manos traía varias bolsas, dentro de las cuales había todo tipo de mercancía, desde posters, pasando por figuras, botones, hasta uno que otro doujin de estos adorables personajes, nada fuerte por supuesto pues no era ese tipo de persona, solo tenía una pequeña... bueno, una muy grande fascinación por ellas, En su casa tenía un estante (en realidad toda su habitación estaba llena hasta el tope de esas cosas, pero el estante era lo más valioso.) repleto de sus "tesoros" como ella los llamaba, todo tipo de cosas con la imagen de una "loli", ella lo tenía y lo atesoraba como si de su vida dependiera.

—fue todo un alboroto ir hasta el otro lado de la ciudad solo por una tienda, pero vaya que valió la pena— pensó victoriosa.

Sonrió para si misma, complacida por el generoso botín que había adquirido, ahora su ya de por sí inmensa colección sería extendida aún más, nada la alegraba más que echarle un vistazo a su tan amado museo, era un pequeño placer de la vida que adoraba darse.

Continuó caminando por el lugar con una amplia sonrisa que apenas y era visible gracias al "disfraz" que llevaba, agradecía contar con una chamarra así de grande pues de otro modo se sentiría expuesta ante la sociedad, y eso de ningún modo podía suceder.

La tacharían de rara, incluso de pervertida, ya había pasado un par de veces antes, así fue como aprendió que no estaba a salvo, que la sociedad no la comprendía, lo mejor que podía hacer era aislarse de la gente que sabía que no comprendería su afición y tener una buena y tranquila vida como la otaku hikkikomori que era.

Así después de un buen rato llegó a la estación del metro y se subió a este, dejó sus bolsas en el piso con toda la confianza que el transportar ese material podía conllevar y sacó su celular, conectó sus audífonos y se puso a escuchar música para distraerse en el viaje, a medio camino finalmente se sacó el gorro de la chamarra, dejando al descubierto su largo cabello rojizo.

Sentía que podía hacerlo ahora, estaba rodeada de gente ocupada en sus propios asuntos, nadie se tomaría el tiempo de prestarle ni un segundo de su atención en un metro y eso la hacía sentir segura.

Pasaron los minutos y llegó a la estación correspondiente, tomó sus cosas, se levantó y salió de ahí, por fin se encontraba en terreno familiar, por lo que tomó el camino que ya conocía desde la estación.

Al dar la vuelta se topó con un pequeño grupo de infantes cruzando la acera, dos niños y dos niñas, parecían de alrededor de diez años.

Volvió a sonreír mientras se hacía a un lado para cederles el paso y no estorbarles, dejó de caminar un segundo para observarlos alejarse alegremente.

Eran tan lindas...

Sacudió su cabeza y se dio un suave golpe, no era ese tipo de persona, su amor tan solo abarcaba la ficción, estaba segura de que era así y las mariposas revoloteando en su estómago lo hacían por un motivo totalmente distinto.

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