|𝕰𝖓 𝖇𝖚𝖘𝖈𝖆 𝖉𝖊 𝖙𝖚 𝖓𝖔𝖒𝖇𝖗𝖊|

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"M"

Nunca le temí a la muerte, pero mis padres me obligaban a hacerlo. Creían que con eso, demorarían el tiempo y el óbito llegaría más tarde.

A diferencia de mi, nunca quise apresurar las cosas; vivía como se tenía que vivir, y jugaba como se tenía que jugar. Sin embargo, a los 7 años, cuando apenas comprendía que era morir: mi madre falleció. No tenía idea del dolor que se sentía la pérdida, ni el coraje que te asaltaba, la ansiedad o los impulsos ¡nada!...absolutamente nada. Lo consideraba injusto. Tan injusto que le empecé a rogar al cielo que me llevara a mi también porque una mujer como ella no merecía estar muerta.

Desde ese momento, y con entrañables sentimientos de ira; le juré a mi padre que no dejaría morir a alguien de esta familia, ni nadie en que confiara en mi para salvarlo. Así entendí, (de la peor forma) que la mejor vocación sería la más difícil, pero la más efectiva.

Terminé mis estudios médicos en la Universidad Estatal de Moscú, sería irónico decir que fue como lanzar una piedra porque sorprendentemente no había reto que no pudiese terminar. ¡Que maravillosa fue mi juventud! que al día de hoy todavía me sigue trayendo recuerdos incontables, y experiencias entretenidas.

Como uno de los mejores neurocirujanos, podría decir que toda mi vida se ha basado en detectar tumores, y tomar vodka por las tardes en el bar de Shrodinguera. Y no por aflicción o algo, sino porque me encantaba mi trabajo, era el mejor y eso ameritaba un trago por todas las vidas que he salvado en los 10 años que llevo en la sala de emergencias.

Toda una vida.

Sin embargo, no fue hace más de 4 días, que pareció voltearse el barco en el que estaba.

El viernes después de una sesión con estudiantes de la universidad, terminé de la mejor manera celebrando con Tokay, y una bienaventurada chica que me acompañaba en ese momento. Era un médico muy afortunado por ganar bien, y mantener sólo a un gato flojo que comía atún en la mañana. No me preocupaba por tener familia aún, era joven y bohemio.

Recibí un correo, a las 2:59 de la mañana, advirtiéndome que había llegado un paciente con un glioblastoma agresivo muy avanzado: y que habría de atenderlo ahora. No supe que hacer; estaba más borracho que aquella vez en la que asistí a un concierto con Alemania, estaba hasta las puntas de ebrio y mis sentidos no presentían el tacto de la mujer que ahora, me estaba tratando de manosear por debajo del pantalón.

El sexo no era lo mío, pero sí lo era atender pacientes con gliomas avanzados. La aventé de una manera brusca y sin pensarlo tomé el auto y conduje hasta el hospital: ebrio, cansado, abrumado, nunca en mi vida me había sentido así: con las manos mórbidas y sensibles.

Rápidamente unas enfermeras me brindaron batas y guantes, artículos de disección, material quirúrgico, y me llevaron a la sala de urgencias para que atendiera a la pobre mujer, que ni por su mente pasó tener un tumor canceroso invadiendo su cerebro. Casi por 4 años.

Estaba suspendido en una visión nublada, ¡Maldita sea! que no podía ni reconocer a mis compañeras. Me temblaban las manos, sudaba de todas partes y me afligía el solo pensar que esta paciente sería la primera que no logre salvar. Porque de ser así, preferiría perder lo que tengo a ser causante de la muerte de una señora que ni culpa tiene.

No pude.

...No pude.

Miraba las máquinas, y todas ellas señalaban lo mismo. Muerte. Conduje mi mirar a la enfermera que estaba a mi izquierda y muy claro lo dijo, ¡Yo lo escuché!: <<Lo siento doctor, acaba de fallecer>>. El glioma se había expandido lo suficiente como para atacar las células del cerebro, y ni yo: un neurocirujano experto, maestro de las ciencias en medicina, pude sacarlo de su lugar.

𝕺𝖓𝖊𝖘𝖍𝖔𝖙𝖘 || RusmexWhere stories live. Discover now