Voy a buscarte

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Marta se frotó las manos con nerviosismo a la espera del visionado de su actuación.

Siguió cada una de las notas que Alba y ella habían cantado la noche anterior sin mucho éxito y oyó como Manu y Noemí aconsejaban a Alba y señalaban algunos errores de afinación que había cometido.
Su compañera terminó rompiendo en llanto y Marta quiso levantarse a consolarla y pedirle perdón por haberla perjudicado con los cambios que tuvieron que introducir a la canción pero no le dio tiempo. Ahora era el turno de su valoración individual.

-[...] Hay que ser generoso, con uno mismo y con el otro. Y no ser nunca una carga. Ponte en la cabeza que sí llegas a los agudos. Porque el machaque que tu tienes a ti misma al de al lado le perjudicas el doble. Si hasta él te lo dijo, que eres muy pesada.

Marta asintió a todo lo que sus profesores decían mientras sentía como se le formaba un nudo en la garganta. Cerró los ojos durante unos instantes y esperó a que el brazo de Julia, como había hecho antes con Alba, rodeara sus hombros para darle ánimos. Pero no llegó nunca.

Por ello Marta tuvo que recomponerse sola, respirar hondo un par de veces y responder de la mejor manera posible manteniendo las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos dentro de estos.
El repaso de gala continuó pero los pensamientos de Marta ya no estaban en esa sala sino en un lugar del que siempre le resultaba muy difícil salir y en donde sólo había oscuridad.

En cuanto terminó el repaso de gala, tenían unos veinte minutos libres antes de la comida. Marta se levantó lo más rápido que pudo y puso rumbo al único lugar donde sabia que las cámaras no grababan: recorrió el pasillo que conducía a los baños a un paso regular para que nadie se diera cuenta de que estaba desesperada por llegar allí, donde podría romperse sin que nadie la cuestionara, juzgara y sobre todo... viera.

María por su parte aún seguía en la sala riéndose con una historia que había contado Sabela y cuando quiso hacer a Marta cómplice de su sonrisa, no la encontró.
Se le cambió la expresión del rostro y examinó rápidamente el espacio pero no la encontró.
Una sensación inexplicable de malestar y preocupación invadió su cuerpo y fue a buscarla.

Se recorrió todas y cada una de las aulas pero no había rastro de Marta. Hasta que se le ocurrió buscar en el único sitio que no había registrado ya.

Mientras recorría el pasillo de las duchas y lavabos oyó un llanto muy bajito pero constante, por ello aceleró el paso y se puso frente a la puerta del baño de la que provenían los lloros. Dudó unos instantes pero se decidió a llamar a la puerta muy flojo y con un tono suave preguntó:

-¿Marta? ¿Me dejas pasar, cariño?

Marta sonrió débilmente entre las lágrimas al oír aquel apelativo y aunque sentía que necesitaba un momento de tregua, de silencio y de descanso, no pudo resistirse a abrirle la puerta a María.

La había echado muchísimo de menos y aunque su orgullo nunca dejaría que lo admitiera, la necesitaba demasiado, más que nunca.

Tras la puerta María encontró a una Marta con el rímel corrido pero tan guapa como siempre. La castaña estaba sentada cabizbaja encima de la tapa del váter y María se puso de cuclillas quedándose a su misma altura.

Marta era incapaz de pronunciar palabra y María lo sabía, por eso se limitó a entrelazar los dedos de sus manos y le acarició suavemente el dorso del pulgar.
Marta sonrió y cerró los ojos ante esa acción. Soltó un leve suspiro y recordó algunos momentos de unas semanas atrás que vivió junto a la chica que tenía enfrente y a la que ahora miraba a los ojos y no recordó haberse sentido de esa manera nunca, haber sentido estar en casa.

Marta revivió en su memoria las clases con Itziar en la que se habían cantado "Ella" la una a la otra, cogiéndose de la mano y dándose las fuerzas que en aquel momento Marta no creyó necesitar, pero que ahora, lo hacía más que nunca.

Como si María hubiera leído su mente entonó una de sus frases:
<<Nadie puede hacerte daño, nadie puede hacerte daño>>
Marta soltó una carcajada que hizo que el corazón de María diera un vuelco. Y es que la chica que tenía enfrente, aún con los ojos poblados de lágrimas, tenía una de las risas más bonitas que había escuchado nunca.
Marta no tardó en responder en un susurro con otra frase:
<<Hoy no has sido la mujer perfecta que esperaban, has roto sin pudores las reglas marcadas>>

María la animó a continuar asintiendo con la cabeza pero la castaña negó suavemente intentado esconder una sonrisa pero sin conseguirlo.

-¿Quieres hablarlo?- María fue muy cuidadosa al formular la pregunta, después de ya un par de semanas junto a la chica, había aprendido que le costaba contar sus inseguridades y miedos. Pero esta vez Marta era consciente de que si no lo compartía ahora, ya sí que no podría deshacerse del peso que cargaba a las espaldas y que en algún momento terminaría por superarla.

Luchó durante varios minutos contra todas las voces que le repetían que a María no le importaba ella ni lo que tuviera que decir pero al final sacudió la cabeza y se armó de fuerza para pronunciar aquellas palabras que en cuanto salieran de su boca ya no le pertenecerían más.

-Es que estoy constantemente luchando contra mis inseguridades, contra el dolor no sólo físico sino también mental que me supone hacer agudos y mantener todo el rato una sonrisa en la cara. Y no entiendo por qué nadie se da cuenta de que yo también sufro, que os cuento mis sueños chulos y nos reímos una pechá pero soy más que eso, yo también me rompo por las noches, también lucho batallas que de momento aunque con mucho esfuerzo estoy consiguiendo ganar y nadie, María, nadie se da cuenta de eso.
Yo lo único que pido es que cuando tenga que luchar esas guerras, pueda abrazarme a alguien y consolarme con sus palabras de aliento.
Yo sé estar ahí para quien lo necesita y lo sabes.
Pero a veces, yo también necesito romperme y que alguien esté ahí para no dejarme caer.-

María escuchó una a una las palabras de Marta y supo distinguir en ellas la desesperación y el dolor con el que las pronunciaba un poco atropelladas pero lo suficientemente claras para que María se sintiera un poco culpable por su actitud para con la chica menor de esas últimas semanas.
Era perfectamente consciente de que se había alejado de Marta pero aún no era capaz de encontrar una explicación racional, coherente y  que pudiera justificar aquel vacío.
Quizá haya sido porque había estrechado lazos con África o porque cada vez se le hacía más difícil controlar sus impulsos hacia Marta y la constante manía que tenía en mirarla una y otra vez, en observarla cuidadosamente de arriba a abajo.
Y que provocaba que se le acelerara el corazón y se le retorcieran las entrañas.

Las reglas marcadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora