Capítulo 6 - La confesión

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Narra Tomás

Era jueves. Ya era mi último día de trabajo de la semana. Estaba caminando hacia el comedor para limpiarlo primero cuando escuché unas voces que venían de ahí. No quería entrar e interrumpir la conversación, así que sólo me quedé detrás del marco de la puerta. Una de las dos voces era Pedro, y la otra me pareció que era ese chico que nos ayudó con la situación del armario. Iba a entrar así sin más, pero me frené al escuchar mi nombre.

―Che, ¿qué onda con el pibe ese? ―preguntó el amigo, que si mal no recordaba era Martín―. Estaban muy pegados la otra vez.

―¿Con Tomás? ―respondió, riendo―. ¿Qué va a pasar? Solo viene a limpiar.

―Sí, pero estaban muy abrazados ―dijo en tono burlón.

―Él me estaba abrazando. Yo mucho no quería, viste. Pero qué le iba a decir.

Al escuchar eso sentí como si mi mundo se fuera abajo. Sentí una gran vergüenza. ¿En serio fue así? ¿De compromiso? Y yo que lo había sentido como un momento especial... pero no fue más que un error mío. Me sentí el más estúpido del planeta.

―¿No te gusta entonces? ―insistió Martín.

―Cómo me va a gustar ―volvió a reír―. No soy trolo, y si lo fuera, no estaría con él.

No quise escuchar más nada. Empecé a llorar en silencio mientras iba hacia la puerta. Intenté no hacer ruido, pero se me escapó un sollozo. Se callaron y escuché pasos acercándose, seguro me habían oído. Me tapé la boca y caminé más rápido, y antes de irme y cerrar la puerta pude ver a Pedro, seguro de que él también me había visto llorar.

No me importó la fuerza con la que cerré la puerta, ni las cosas que me había olvidado en la casa, ni el trabajo y la paga y mucho menos que me vieran llorar. Sólo quería alejarme lo más rápido posible. Antes de girar en una esquina escuché a Pedro llamándome, pero no le hice caso. Lo que menos quería en ese momento era verlo.

***

Entré al departamento ya sin llorar, pero todavía tenía ese dolor en el pecho. Sin darme cuenta me estaba enamorando de él. De la forma en la que sonreía, cómo me cuidaba, sus ojos, su amabilidad. Y yo había creído sus mentiras. Creí que era especial cuando realmente no lo era.

Sus palabras daban vueltas en mi cabeza. Todo lo que dijo se sintió como una puñalada. Me sentí el tonto más grande de la tierra. ¿Por qué había pensado que podría pasar? Era más que imposible.

Me acosté en la cama y las lágrimas volvieron. No era justo. Nada de eso era justo. ¿Por qué tenía que jugar así conmigo? ¿Qué ganaba él? Quizá fue la satisfacción de engañarme, o de burlarse con sus amigos. ¿Una apuesta? No lo sabía, nada tenía sentido.

―¿Tomás? ¿Estás ahí? ―preguntó Maia desde afuera de la habitación.

―Si ―dije, con las pocas fuerzas que tenía.

―¿Estás bien? ¿Puedo entrar?

Lo pensé un instante. Si bien era mi amiga, no quería que nadie me viera en ese estado. Pero a la vez necesitaba alguien con quien hablar.

―Sí, pasá.

Me senté en la cama y la vi entrar, preocupada.

―No te enojes, por favor ―fue lo primero que dijo.

No había entendido lo que dijo hasta que Pedro entró a la habitación. La tristeza fue reemplazada por enojo y vergüenza. No podía mirarlo a la cara.

Él entró y se sentó a mi lado, con una mueca triste. Pero no le creía nada.

―Tomás... lo que dije... yo no...

―Dejá, yo entiendo. Tenés novia, y tampoco saldrías con alguien... como yo. Está bien.

―¡No es eso! ―insistió―. Es que... no podía decirle a Martín que... bueno...

―Guardá tus excusas, por favor. No quiero que me humilles más. Si no estabas interesado no hubieras jugado conmigo. Me hiciste creer que... no importa, dejá.

―¡Escuchame, por favor! Desde que te vi me sentí atraído hacia vos. Después vi tu dulzura. Cuando estoy con vos no tengo preocupaciones, es como si todos mis problemas desaparecieran por un rato. Me hacés sentir tranquilo, en paz. Podría quedarme abrazándote todo el día, mirando tu carita preciosa. Sos la persona más hermosa que vi en mi vida. Me estuve guardando todo por miedo a la reacción de los demás, lo que le dije a Martín no es verdad. Es sólo una actuación para esconder mis verdaderos sentimientos, para esconder que... que me gustas. Dios, me gustas demasiado.

Me tomó unos segundos procesar todo eso. Una parte de mí no lo creía, pero la otra sí. ¿Sería otro de sus juegos? ¿Le divertía todo esto?

Él notó mi confusión. De repente se acercó a mí y plantó un beso en mis labios. Llevó su mano a mi cuello y me volvió a besar, esta vez con más profundidad. No pude negarme. Le devolví el beso, sintiendo un cosquilleo en mi abdomen.

Nos separamos para respirar unos segundos.

―No tenés idea de cuánto quería esto ―dijo, en voz baja.

Con un revoltijo de emociones adentro mío, no supe qué decir. Al parecer él lo tomó como una negativa, ya que miró hacia abajo y se separó.

―Perdón.

―Pedro... vos también me gustas.




¡Ya nos acercamos al final! Como siempre, gracias por haber llegado hasta acá. 

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-Mars

¿Casualidad o destino? - Pedrobleis (Terminada!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora