No me digas adiós

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¿Qué si me duele? Un poco; te confieso
que me heriste a traición; más por fortuna,
tras el rapto de ira vino una
dulce resignación... Pasó el exceso.

¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso?
El amor es un huésped que importuna;
mírame cómo estoy; ya sin ninguna
tristeza que decirte. Dame un beso.

Así; muy bien; perdóname, fui un loco;
tú me curaste -gracias-, y ya puedo
saber lo que me imagino y lo que toco:

En la herida que hiciste pon el dedo;
¿qué si me duele? Si; me duele un poco,
mas no mata el dolor... No tengas miedo...

La Herida, Luis Gonzaga Urbina.



Una serie de murmullos y sobresaltos rodearon a Steve cuando Sarah cayó pesadamente sobre la duela por la patada de su contrincante. Él mismo contuvo la respiración, su mano apretando el celular que grababa la competencia, casi deseando tirar el teléfono y correr a defender a su pequeña. Sarah se levantó con un jadeo al contraataque, mostrando porque era una competidora dura de vencer con una serie de golpes combinados entre patadas y puños que tumbaron a la chica pelirroja contra el suelo, ganándole puntos en el round. Para ser un lunes todos estaban muy emocionados, peleando con ánimos, aunque eso significara uno que otro moretón en su hija, quien pasó a la siguiente ronda. Ella le sonrió cuando el réferi levantó su brazo, su coleta a punto de darse por vencida con sus cabellos rubios y sus ojos azules del mismo tono de su padre, pero llenos de esa viveza propia de la adolescencia brillando orgullosos. Le esperó afuera de los vestidores, con un ramo de rosas que le había comprado sin importarle el resultado, siempre sería una campeona para él. Sarah salió ya en sus pants y sudadera con su maleta en el hombro y otra mochila en la mano, despidiéndose de su entrenador antes de correr hacia él, recibiendo con una risita el ramo de rosas.

—Gracias, papi, están hermosas.

—Esa última chica te pateó muy duro.

—Ja, lo tenía controlado.

Steve negó, abrazándola para besar sus cabellos. —Es hora de volver a casa, pero antes pasaremos a cenar a un restaurante, te lo has ganado.

—¡Weeee! ¿Y podemos jugar videojuegos después?

—Está bien, pero solo un poco, tienes que descansar.

—Jiji, okay, papi —Sarah brincó al auto, echando en el asiento posterior sus cosas— ¿Ya no has tenido más solicitudes de tipas descaradas?

—No me he fijado en ello.

—¡Papá!

—Mi prioridad es cuidar de mi hija que está compitiendo para ir al mundial juvenil.

—Bueno, mejor.

Lo cierto era que antes de ir al gimnasio, Steve había revisado su computadora para asegurarse que su fantasma del pasado no hubiera insistido de nuevo, aliviado de ver unas pocas solicitudes de gente extraña a quienes no conocía. Tenía la aplicación en su celular, pero nunca la había usado. Su hija aprovechó el viaje para conectarle, agregando páginas de arte, noticieros, y lo que sabía le gustaba.

—Papi, ¿por qué tú no te volviste a casar como mamá?

—Así estoy mejor, cariño.

—Esa no es respuesta.

¿Cómo te va, mi amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora