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El extraño.

Lucia

El olor a hierro en mis fosas nasales y paladar cada vez se intensifican y mis manos se tornan rojas por las bajas temperaturas; la ráfaga de viento que entra por la puerta metalizada hace que mi piel se erice mientras que el dolor se extiende por mis músculos. Siento que mi cuerpo llega al fallo, pero sigo sujetándome fuertemente de la baranda subiendo y bajando mi propio peso hasta que caigo y el impacto contra la colchoneta.

La luz blanquecina me molesta y el pitido en los oídos aún sigue resonando desde la última misión que tuve.

Mis jadeos resuenan y las ramas de los árboles chocan contra el pequeño ventanal. La pequeña bodega se mantiene con una tonalidad casi oscura si no fuera por las pequeñas modificaciones que le hice.

Me gusta ejercitar mi cuerpo sin distracciones ni contratiempos, porque es una de las pocas cosas que me ayudan a sacar toda la carga y presión que se acumula al estar a cargo de un trabajo donde si doy un paso en falso presentaría represalias mortales. Soy capitán a cargo de más de doscientos hombres a lo largo de la central, donde entre ellos dirijo escuadrones de búsqueda y rescate, además de entrenar a soldados nuevos.

Por eso me gusta mantenerme alejada entre pequeños pasadizos y puntos estratégicos que tienen las instalaciones de la FMSG, ya que cuenta con áreas donde es menor el flujo de soldados y puro moverme libremente.

Al salir el bosque se encuentra oscuro de madrugada haciendo poco visible el camino hacia la central; se escucha mi respiración entre el espesor de los árboles y los latidos de mi corazón nublan poco mi vista.

Por suerte el sendero es corto y fácil de transitar porque me sé dé memoria. Los centinelas que vigilan los macizos muros me dedican el saludo militar sin decir ni una palabra bajando las linternas tácticas mientras que atravieso el sistema de seguridad antes de darme paso hacia mi habitación.

El día comienza a las cinco de la mañana, me alisto con mi uniforme táctico de pila que consiste en botas negras, pantalón táctico y camisa y boina que se tornan en tonalidades negras y grises, mi cabello rojizo trenzado desde la coronilla hasta la punta sin dejar alguna hebra suelta.

Bajó las escalerillas de la torre de los dormitorios dando paso al campo abierto que se encuentra cubierto por una capa de neblina debido al clima gélido.

Se acerca el invierno al parecer.

Alcanzó a visualizar una figura que se mueve de forma rápida y no me es difícil reconocerla.

Sarah.

Está llena de barro y despeinada, sus gemidos suenan fuertes al no poder subir completamente el plantón de madera del área de obstáculos que se le hacen a los cadetes recién ingresados. Intentan de nuevo todo el circuito, desde deslizarse por el barro con pesas atadas a los tobillos y las muñecas hasta balancearse entre las alturas por medio de las barras de metal, una y otra vez haciéndola soltar un gruñido de frustración al quedar en el mismo sitio.

—Como se atreven en ponerme esta mierda de ejercicio de principiantes, soy teniente y no tendría que estar haciendo esta idiotez—exclamó entre jadeos cayendo de rodillas—Maldito Alaric, estúpida Lucia, que se cree.

Toma aire exageradamente poniéndose en la tonalidad de un tomate, no ha notado mi presencia y me posiciono a una distancia prudente a sus espaldas.

Es teniente de elite, pero no puede pasar una pista de obstáculos que le ponemos a los nuevos.

Los soldados al subir de rango subestiman en muchos casos los ejercicios por el cual comenzaron, confiándose de sus habilidades, pero al volver a intentarlo fallan. Por eso no hay que subestimar los pequeños avances y verlos de manera objetiva, de esa manera se forman los pilares del carácter.

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⏰ Última actualización: Aug 11 ⏰

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