Is Anybody in There?

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El dolor forma parte de nuestra vida desde que nacemos hasta que morimos. Compartimos la lacerante situación de la madre cuando dio a luz a nuestro pequeño y delicado cuerpo de bebé. Después el médico nos propinó una buena torta en la nalga para saber si estábamos vivos o no.

Es por esta razón que asociamos la vida con el dolor. Si duele, es que estás vivo. Respiras, comes y duermes rodeado de la constante amenaza de una enfermedad insoportable. Incluso nuestro corazón no se queda tan lejos, basta con un simple desamor o una traición para que muchas veces queramos abandonar este mundo sin sufrir más.

Aquellos que digan que no sufren, mienten con un descaro colosal. Hasta por la nimiedad más insospechada, padecemos. Un gesto, una simple palabra o que una persona no nos corresponda, hará que nuestro castillo en las nubes se derrumbe y sepulte nuestra exánime vida sin sentido.

Muchas veces el suicidio soluciona ese problema, pero no contamos con el sufrimiento que provoca a su vez en las personas que están presentes cerca de nosotros, cuyo estúpido orgullo humano les impide transmitir ese amor antes de que sea demasiado tarde para que veamos cuánto les importamos, cómo de importante es nuestra influencia sobre ellos y el por qué de su amor hacia nosotros.

Arthur se había sumido en el limbo con aquel temor. ¿Y si era demasiado tarde? ¿Y si no merecía la pena que salvara a Alfred o que se salvara a si mismo? ¿Y si la vida sólo era una ilusión, un sueño tal y como había retratado Shakespeare en sus obras?

Sin embargo, no podía rendirse. Había dado su palabra y había suplicado por su vida, para poder estar junto al americano. Sentía que caía hacia una nada absoluta, pero caía a fin de cuentas. Flotaba en una dimensión que finalizaba allí abajo en donde el destino era desconocido. ¿Y si aquel aterrador futuro le seguía persiguiendo allá donde cayese? Simplemente no podría soportar tan funesto pensamiento. Pero era testarudo. No se dejaría vencer por las circunstancias como había estado haciendo hasta ese instante en el que caía. Solo bastaba volver a donde se había quedado plácidamente adormecido. Solo necesitaba ese punto de partida para poder arreglar las cosas, costaran lo que costasen.

El dolor nos devuelve a la realidad. Una amarga sensación en el estómago fue lo que Arthur sintió cuando abrió sus apagados ojos esmeralda. Estaba allí, en su sofá de cuero mugriento, frente al televisor, cuya programación se había renovado y el ruido blanco había dejado de ser el protagonista fantasmagórico de la pantalla. El locutor anunciaba las previsiones para aquel día de Navidad. Una densa capa de nieve iba a cubrirlo todo y si Arthur hubiese estado atento a las palabras del meteorólogo que hablaba con seriedad a sus espectadores, no habría pensado en la locura que iba a hacer a continuación. Arthur tuvo la acuciante necesidad de devolver y no se lo pensó dos veces. A la vez que se levantaba de su asiento dejó que la bilis amarillenta cayese sobre el suelo atestado de jeringas. Viendo lo miserable de la situación y de su propio cuerpo que parecía un esqueleto andante, volvió a vomitar de nuevo. Con su cuerpo tambaleante se fue apoyando sobre las pocas pertenencias que aún se encontraban a lo largo del pasillo, y con movimientos lentos abrió la puerta que daba a la calle. No se cercioró del viento que había comenzado a levantarse ni de los pequeños copos que estaban cayendo del cielo sobre su figura esquelética ataviada únicamente con la mugrienta camisola manchada de vómito.

–Tengo que salvarte de mí –repetía una y otra vez a la vez que se adentraba en una repentina niebla espectral que lo había cubierto todo.

Lo primero que hizo Alfred al bajar del avión en Gatwick fue correr y correr. Haciendo auto-stop varias veces y explicando el destino a los respectivos conductores llego al centro de la capital. Se sentía aturdido por el vuelo de varias horas, pero eso era lo de menos en aquellos instantes. Tomó un taxi que lo llevó a la lujosa Kensington y salió del vehículo a toda prisa cuando alcanzó la destartalada mansión de Arthur. Lo primero que vio fue que la puerta de la casa estaba abierta y sintió una extraña corazonada de que la mansión había sido abandonada en ese momento. La televisión seguía encendida y tuvo que ahogar una mueca de asco cuando observó las jeringuillas y el charco de vómito en el suelo.

Cuento de Navidad (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora