──── 𝗧𝗛𝗘 𝗟𝗔𝗦𝗧 𝗤𝗨𝗘𝗘𝗡
❝ Dicen que los Targaryen están más cerca de los dioses que de los mortales. Doscientos años después de la danza de los dragones, el destino de su dinastía esta en sus manos. ❞
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305 d. C
Rhaella Targaryen dirigió su mirada hacía Jon Snow. Aquella noche, mientras otros velaban la muerte de la princesa prometida, el asunto de sucesión de Poniente estaba en manos de los últimos lobos del norte y el último dragón.
No había ruido, ni si quiera un susurro.
No estaba orgullosa, mucho menos esa noche, y se hundía sobre la copa de oro rellena de vino que saciaba relamiendo sus labios contra el sabor a frutas mezclado con alcohol para saciar su sed. Todo estaba oscuro: cubierto de enormes mantas negras tachando el escudo del dragón de tres cabezas, el frío viento del norte aproximando los enormes ventanales fundidos en plata podrida por los años y Bran Stark en cabeza de la mesa.
No quería aproximarse demasiado, se sentía cómo un pequeño dragón recién nacido en las manos de depredadores. Había tantas preguntas que resolver y tan pocas respuestas. A veces, Rhaella había agradecido ser bastarda. Mayormente en los primeros años de su juventud. No tenía muchos recuerdos sobre lo sucedido antes de su huida. Alguien había conseguido sacarla a tiempo, antes de ser asesinada por el viejo y regordete rey muerto de Robert Baratheon que ya yacía descansando en brazo de la mujer que nunca correspondió su amor.
Había agradecido no tener el platino de los Targaryen, a medida la confundían con lo que era su madre. Un león. Una Lannister. Había muchos rumores de quién, tal vez, fue la desafortunada de meterse entre las sabanas del Rey loco. Muchas mujeres pasaban por su cama, incluso cuando la locura ya le vencía y no era capaz de reconocerse así mismo en un espejo. Rhae no conocía mucho de su padre, era un bebé cuando apenas fue entregada en las ciudades libres y su nombre quedo en el olvidó menos para ella. Aún con ello, nunca dejo de luchar hasta el encuentro con Daenerys y Viserys, en el hogar de un viejo hombre de Pentos.
Se acordó de Daenerys esa noche. De cómo la acogió en su casa, tomado de la mano y aceptándola cómo su hermana, sangre de su sangre. Chasqueó su lengua contra su paladar para pedir un poco más de vino.
—No hay otra solución, Jon. —se quejó el más pequeño. Apenas se podía mover, estaba inmóvil sobre aquella silla que le condenó por vida y sus ojos vagaban por todo el salón cómo si su voz fuera para todos. —El viejo legado de los Targaryen es el único que puede mantener los siete reinos en uno. Nosotros somos simples lobos del norte, no Reyes. No olvides tu posición en esta guerra.
—¿Y si no da resultado? —le dijo. —Y si es simplemente eso, una visión.
—No perderíamos nada por intentarlo, Jon. —intervino en ese momento Sansa Stark, la pelirroja acunaba su cuerpo sobre la puerta de cabestrillo y de madera que cubría casi la mitad de su vestido negro. Para Rhae casi no era visible, tuvo que incorporar levemente su cuerpo un poco más para mirarla a los ojos. —Ya hemos perdido todo, hermano. —añadió acercándose a paso ligero a la mesa para tomar la mano de su medio hermano. —Solo un dragón puede estar en el trono y nosotros no somos dragones.
