Canto XlX

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LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCE A ODISEO

En cambio, el divino Odiseo se quedó en el palacio ideando, con la ayuda de Atenea, la muerte contra los

pretendientes, y de súbito dijo a Telémaco aladas palabras:

«Telémaco, es preciso que lleves adentro todas las armas y que, cuando los pretendientes las echen de

menos y pregunten, los engañes con estas suaves palabras: "Las he retirado del fuego, pues ya no se parecen

a las que dejó Odiseo cuando marchó a Troya, que están ennegrecidas hasta donde les ha alcanzado el aliento

del fuego. Además, un demón ha puesto en mi interior una razón más poderosa: no sea que os llenéis de vino

y, levantando disputa entre vosotros, lleguéis a heriros unos a otros y a llenar de vergüenza el convite y

vuestras pretensiones de matrimonio; que el hierro por sí solo arrastra al hombre"».

Así dijo; Telémaco obedeció a su padre, y llamando a su nodriza Euriclea le dijo:

«Tata, reténme a las mujeres dentro de las habitaciones del palacio mientras transporto a la despensa las

magníficas armas de mi padre a las que el humo ennegrece, pues están descuidadas por la casa mientras mi

padre está ausente; que yo era hasta hoy un niño pequeño, pero ahora quiero transportarlas para que no les

llegue el aliento del fuego.»

Y le respondió su nodriza Euriclea:

« Hijo, ¡ojalá hubieras adquirido ya prudencia para cuidarte de la casa y guardar todas tus posesiones! Pero

¿quién portará entonces la luz a tu lado?, pues no dejas salir a las esclavas; quienes podrían alumbrarte.»

Y Telémaco le contestó discretamente:

«El forastero, éste, pues no permitiré que esté ocioso el que toca mi vasija, aunque haya venido de lejos.»

Así dijo, y a ella se le quedaron sin alas las palabras. Así que cerró las puertas de las habitaciones,

agradables para vivir.

Entonces se apresuraron Odiseo y su resplandeciente hijo a llevar adentro los cascos y los abollados

escudos y las agudas lanzas, y por delante Palas Atenea hacía una luz hermosísima con una lámpara. Y

Telémaco dijo de pronto a su padre:

«Padre, es una gran maravilla esto que veo con mis ojos: las paredes del palacio y los hermosos

intercolumnios y las vigas de abeto y las columnas que las soportan arriba se muestran a mis ojos como si

fueran de fuego encendido. Seguro que algún dios de los que poseen el ancho cielo está dentro.»

Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

«Calla y reténlo en tu pensamiento, y no preguntes; ésta es la manera de obrar de los dioses que poseen el

Olimpo. Pero acuéstate, que yo me quedaré aquí para provocar todavía más a las esclavas y a tu madre; ella

me preguntará sobre cada cosa entre lamentos.»

Así dijo, y Telémaco, iluminado por las brillantes antorchas, se puso en camino a través del palacio hacia

el dormitorio donde solía acostarse cuando le llegaba el dulce sueño. También entonces se acostó allí y

aguardaba a Eos divina. En cambio el divino Odiseo se quedó en el mégaron ideando, con la ayuda de

La Odisea De HomeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora