despojó de sus andrajos, saltó al gran umbral con el arco y el carcaj lleno
de flechas y las derramó ante sus pies diciendo a los pretendientes:
«Ya terminó este inofensivo certamen; ahora veré si acierto a otro blanco que no ha alcanzado ningún
hombre y Apolo me concede gloria.»
Así dijo, y apuntó la amarga saeta contra Antínoo. Levantaba éste una hermosa copa de oro de doble asa y
la tenía en sus manos para beber el vino. La muerte no se le había venido a las mientes, pues ¿quién creería
que, entre tantos convidados, uno, por valiente que fuera, iba a causarle funesta muerte y negro destino? Pero
Odiseo le acertó en la garganta y le clavó una flecha; la punta le atravesó en línea recta el delicado cuello, se
desplomó hacia atrás, la copa se le cayó de la mano al ser alcanzado y al punto un grueso chorro de humana
sangre brotó de su nariz. Rápidamente golpeó con el pie y apartó de sí la mesa, la comida cayó al suelo y se
mancharon el pan y la carne asada.
Los pretendientes levantaron gran tumulto en el palacio al verlo caer, se levantaron de sus asientos
lanzándose por la sala y miraban por todas las bien construidas paredes, pero no había en ellas escudo ni
poderosa lanza que poder coger. E increparon a Odiseo con coléricas palabras:
«Forastero, haces mal en disparar el arco contra los hombres; ya no tendrás que afrontar más certámenes,
pues te espera terrible muerte. Has matado a uno que era el más excelente de. los jóvenes de Itaca; te van a
comer los buitres aquí mismo.»
Así lo imaginaban todos, porque en verdad creían que lo había matado involuntariamente; los necios no se
daban cuenta de que también sobre ellos pendía el extremo de la muerte. Y mirándolos torvamente les dijo el
muy astuto Odiseo:
«Perros, no esperabais que volviera del pueblo troyano cuando devastabais mi casa, forzabais a las
esclavas y, estando yo vivo tratabais de seducir a mi esposa sin temer a los dioses que habitan el ancho cielo
ni venganza alguna de los hombres. Ahora pende sobre vosotros todos el extremo de la muerte.»
Así habló y se apoderó de todos el pálido terror y buscaba cada uno por dónde escapar a la escabrosa
muerte. Eurímaco fue el único que le contestó diciendo:
«Si de verdad eres Odiseo de Itaca que ha llegado, tienes razón en hablar así de las atrocidades que han
cometido los aqueos en el palacio y en el campo. Pero ya ha caído el causante de todo, Antínoo; fue él quien
tomó la iniciativa, no tanto por intentar el matrimonio como por concebir otros proyectos que el Cronida no
llevó a cabo: reinar sobre el pueblo de la bien construida Itaca tratando de matar a tu hijo con asechanzas. Ya
ha muerto éste por su destino, perdona tú a tus conciudadanos, que nosotros, para aplacarte públicamente, te
compensaremos de lo que se ha comido y bebido en el palacio estimándolo en veinte bueyes cada uno por
separado, y te devolveremos bronce y oro hasta que tu corazón se satisfaga; antes de ello no se te puede