dos

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Dos.

La cabeza le dolía tanto que pensaba le iba a explotar, los ojos le escocían por la luz y pensó en cubrirse con su almohada, seguramente había olvidado cerrar las cortinas cuando se acostó la noche anterior.

Entonces, escuchó murmullos, como si hubiera personas discutiendo; la comprensión le llego al instante y se levantó con brusquedad de la cama que, ahora sabía, no le pertenecía.

Miró a su alrededor y distinguió tres siluetas en la esquina de la habitación. Eran tres mujeres.

Una estaba sentada alrededor de una mesa redonda, tenía el rostro apoyado en la palma de su mano; dos cortinas de su largo cabello rubio le caían por la cara mientras la miraba con sus brillantes ojos azules. Parecía estar aburrida.

La otra, sentada en la misma mesa, tenía los brazos extendidos por la superficie de madera y le sonreía a Hermione. Ella no tenía ni el cabello rubio ni los ojos azules, al contrario, era castaño y sus ojos eran oscuros; sin embargo, a Hermione no se le pasó el hecho de que, aun así, guardaba muchísimo parecido con su acompañante.

La última tenía la espalda apoyada en la pared, los brazos cruzados y la vista clavada en el techo. Los rizos de cabello negro le caían sobre la cara y contrastaban estupendamente bien con su piel pálida; ella también era en extremo parecida a las otras. Quizá demasiado.

—Es una niña muggle —dijo con desprecio la que tenía cara de aburrida—. ¿Por qué trajiste aquí a una niña muggle?

—Este es mi cuarto, Cissy —le recordó con calma la otra, recogiendo sus extremidades. Luego, ella le dedico a Hermione una agradable sonrisa—. Y estaba sola en el bosque, inconsciente, ¿debí dejarla morir?

—No debemos meternos con el destino —exclamó la última con frialdad. Hermione dirigió su mirada hacía ella y, cuando sus miradas se cruzaron, pensó que era alguien con quién no querría tener problemas—. Si en el destino estaba escrito que la pequeña muggle moriría ésta mañana, debiste dejar que sucediera.

La otra le lanzó una mirada de incredulidad acompañada de una risa burlona, probablemente quisiera responderle, pero pareció entender, al último momento, que hacía mejor en guardarse sus palabras.

Silencio.

Hermione pasó la mirada de una a otra sin saber qué hacer. Se sentía más perdida que nunca en su vida, quería hablar, quería preguntar porque estaba allí, como había llegado y quienes eran ellas, pero, cuando abrió la boca, hizo una interrogante totalmente diferente.

—¿Qué es eso que ella me ha llamado? —preguntó, apuntando con la mirada a la mujer con cara de aburrimiento—. Muggle. ¿Qué es eso? ¿Qué significa?

La mujer levantó las cejas empezó a reír. Esa risa, más suave, y muchísimo más peligrosa, inundó el ambiente.

—La niña se despierta en un lugar desconocido, con gente a la que nunca ha visto en su vida —pronunció— y lo único que parece preocuparle es que la han llamado muggle.

Ella se puso de pie, avanzó con lentitud hacía Hermione y las otras dos la imitaron. Rodearon la cama y la miraron fijamente, Hermione notó que, en sus ojos, había algo que bien podría ser curiosidad.

Eso no la tranquilizó en lo absoluto.

—¿Qué significa? —exigió. A pesar de lo amenazante que era la voz de ésa mujer, no se dejó intimidar—. Dígamelo o...

—Que no tienes magia —contestó la mujer de cabello más oscuro—. Que no eres como nosotras.

Aplausos y otra carcajada.

—Pareces decidida a ir a Azkaban por romper el Estatuto del Secreto, Bella —dijo la mujer de cabello castaño.

—Iba a borrarle la memoria, Andy —respondió ella con simpleza—. No me la pienso quedar.

De repente, la asaltó el recuerdo de una historia que había crecido escuchando.

Era la historia de tres mujeres, tres hermanas, tres brujas que vivían al fondo del bosque, en una antigua mansión; decían que muchos habían buscado el lugar, decían que muchos se habían perdido siguiéndolas, decían que muchos las habían visto a orillas del bosque, moviendo el cabello y sonriendo con dulzura, buscando atraer la atención de algún ingenuo.

Por esa razón, todos los niños habían crecido con las mismas tres advertencias, las tres cosas que debían evitarse a toda costa para evitar su encanto: 1) no les digas tu nombre, 2) no comas su comida y 3) no gustes de ellas. Muchos aseguraban que esa era la única manera de salir ileso.

Hermione siempre pensó que esa era una manera efectiva para que los adultos asustaran a los niños cuando se portaban mal. Funcionaba, en la mayoría de los casos, y había ayudado a darle cierta aura de misticismo al bosque, pero ella no creía ni una sola palabra. Ni cuando Ted la contó esa mañana, con la misma seriedad con la que comunicaría el fallecimiento de un familiar.

Sin embargo, y evaluando la posición en la que estaba, Hermione empezó a preguntarse si es que acaso no había encontrado a las mismas tres mujeres del cuento.

Y se rio, sin ninguna razón, sin motivo alguno, solo para ella; era una manera extraña de lamentar su mala suerte. 

Brujas [BELLAMIONE AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora