—¿Setenta y seis? —los ojos de Yachi resplandecían con entusiasmo. Yo me limité a asentir, pues no quería darle demasiadas vueltas. Los exámenes me generaban mucha ansiedad, y eso sumado a mi tendencia a dejarlo todo para el último momento formaba un cóctel molotov—. ¡Está muy bien!
Setenta y seis estaba lejos de ser lo mejor que podría haber sacado, y más tratándose de algo que me resultaba tan fácil como japonés. Estaba decepcionada, pero sabía que no tenía derecho a estarlo. No me esforzaba lo suficiente. No prestaba atención en clase, no hacía las tareas y llegaba el día del examen y me estudiaba todo unas cuantas horas antes pretendiendo sacar un sobresaliente. "No, T/N, las cosas no funcionan así", me decía siempre a mí misma. Ese setenta y seis no era algo de lo que pudiera enorgullecerme. Era decepcionante ver lo que podría haber sacado si hubiera prestado más atención, pero que ya fuera demasiado tarde para hacerlo. Mi vida entera era un constante cúmulo de «y si...» y de «haberlo pensado antes, ahora ya es tarde».
—Tsukishima ha sacado noventa y dos, o eso me ha parecido ver.
Gracias, Yachi. Ahora me siento mucho mejor.
—Me da cosa preguntárselo —susurró en mi oído, haciendo que me sobresaltara—, ¿no te da como miedo hablarle? Es súper intimidante.
—Me das más miedo tú —bromeé y ella colocó una mano en su pecho y el revés de la otra en su frente haciendo una pose dramática digna de un episodio de Jojo's—. No se lo voy a preguntar yo, si eso es lo que pretendes.
—¿Por qué no? —Aleteó sus pestañas como las alas de un colibrí y los labios se le encogieron en un puchero.
—¿Tanto necesitas saberlo? —Mi amiga asintió con profusión y su coleta siguió balanceándose incluso cuando dejó de zarandear la cabeza —Eres de lo que no hay.
No quería hablar con él. No quería sentirme más zángana de lo que ya me sentía, así que opté por preguntárselo a Yamaguchi.
—¿Qué tal? —lo saludé.
Se formó un largo e incómodo silencio entre nosotros hasta que él alzó la cabeza y nuestras miradas se encontraron.
—Ah, ¿me hablabas a mí?
No pude evitar reírme. No conocía a un solo chico en todo el colegio que fuera más torpe que él al socializar.
—Claro, bobo.
—Ah. —Ahora se había puesto colorado—. Sí, perdona. Me ha ido mejor de lo que esperaba. ¿Tú qué tal?
—Bastante bien —mentí. Preferí no mencionar la parte en la que me sentía negligente—. Ya que estamos, ¿qué ha sacado Tsukishima? Es que me da un poco de cosa preguntárselo.
—¿Tsukki? —Lo buscó con la mirada para asegurarse de que no anduviera cerca—. Noventa y tres. Se ha esforzado mucho. Incluso lo he visto sonreír cuando se lo han dado.
Se me había formado un nudo en el estómago. Forcé una sonrisa y le di las gracias.
—Por cierto, ¿a qué club te vas a apuntar ahora?
—¿Qué? ¿Cómo que ahora? —respondí, sin entender a qué se refería.
—Tendrás que apuntarte a algún otro, ¿no? Son obligatorios.
Fruncí el ceño.
—¿De qué hablas?
—¿No te has enterado? —Yo negué repetidas veces. No quería más malas noticias. Notaba el corazón golpeándome el pecho como si pretendiera escapar de entre mis pulmones—. Los profesores han suspendido las actividades del club de literatura por falta de miembros.
—¿Qué? —«No, por dios, el club no»—. Pero, ¿el mínimo no era de cuatro personas?
—Sí, pero sois tres, ¿no?
No, que yo supiera, éramos cuatro: Leiko, Sachi, Haku y yo.
—Igual alguien se ha desapuntado —sugirió él, encogiéndose de hombros.
—¿Se puede hacer eso? —inquirí yo. Según creía recordar, una de las normas de los clubes era que no podías desapuntarte en todo el año una vez te hubieses apuntado.
—No, —Tsukishima hizo acto de presencia, colocándose tras Yamaguchi y haciendo que este diera un cómico respingo—, pero puede que hayan hecho una excepción con algún miembro, dependiendo de quién sea.
—Bien visto, Tsukki —lo halagó el pecoso mientras guardaba su libro de matemáticas en la mochila.
—Leiko —dije, entendiendo, al fin, la situación.
—¿Hachiya? —demandó Yamaguchi.
—Es la hija del director —susurré. Sentía como si me hirviera la sangre. Yamaguchi abrió mucho los ojos. Al parecer, él no lo sabía.
—Bingo —dijo Kei y se encaminó hacia la salida. Yamaguchi se quedó observándolo sin saber si seguirlo o quedarse conmigo.
—Puede que haya sido solo un malentendido —aventuró—. Seguro que lo vuelven a abrir si se lo comentas al profesor Takeda.
En ese momento yo estaba en trance. Podría parecer exagerado, pero había pocas cosas en esa época que adorara tanto como el club de literatura y a sus miembros. Bueno, si no contábamos a Leiko, que era un miembro fantasma. Visto así, debería haberlo supuesto desde el principio.
Maldita niña mimada. Siempre me había parecido repelente, así que era un alivio que ni siquiera se dejase ver por el aula del club. Pero no sabía cómo no lo había visto venir.
—Intentaré ver lo que puedo hacer —murmuré, perdida en mis pensamientos.
¿Ahora con quién compartiría mis escritos? ¿Cuándo volvería a oler los viejos volúmenes que solía traerme Haku de la casa de sus abuelos? Podríamos hacerlo los fines de semana, pero ya no sería lo mismo. El aula doce era nuestro rincón, nuestro jardín secreto, y Leiko Hachiya nos lo había arrebatado.
Tenía un nudo en la garganta, pero mi cerebro no dejaba de repetirme lo mucho que estaba exagerando. No podía dejar que esto me distrajera del examen de historia que tenía dentro de dos días.
Iba a empezar a estudiar ese mismo día, o eso pretendía. Me repetí mentalmente la promesa de empezar para motivarme lo suficiente y alejar de mi mente la imagen de Haku y su precioso ejemplar de La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson, edición de 1897.
—¿Quieres que te acompañe? —se ofreció Yamaguchi.
—Tranquilo, ve a comer. En el peor de los casos, me uniré al club de vóley con vosotros. —Me encogí de hombros. Los ojos de Yamaguchi centellearon.
—Si eso pasa, sabes que te recibiremos con los brazos abiertos.
Tadashi era encantador. Si no fuera porque lo veía como un hermano, estaría completamente prendada de él.
—Si no tienes al menos tres cajas de bombones en San Valentín, renuncio al club —declaré riendo. Su cara se había teñido de un intenso color rojo.
—¿Qué?
—Vete a comer.
Abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor y asintió para después agarrar su mochila y salir por patas, tratando de alcanzar a Tsukishima.
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Era sarcasmo, Kei (Tsukishima Kei × FemReader)
Fanfiction─Era sarcasmo, Kei. ─Él esbozó una sonrisa genuina, sin un atisbo de altanería─. ¿De qué te ríes? ─Nadie me llama Kei ─declaró con simpleza, tratando de restarle importancia al asunto, y se recolocó las gafas─, ni siquiera Yamaguchi. ─No pienso llam...