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—Pero ¿no se supone que no puedes desapuntarte en todo el año? —le demandé a Takeda, sintiendo cómo el corazón se me encogía en el pecho.

—Así es, pero... —guardó silencio, releyendo el documento que tenía entre manos.

—¿Pero qué? ¿Se lo pasáis por ser la hija del director? —sabía que estaba siendo insolente, pero me hervía la sangre. No podía evitarlo.

—Miyamoto, ha sido decisión del director, no mía. Yo no tengo nada que ver, y tampoco puedo hacer nada al respecto. De verdad que lo siento —parecía estar escondiendo la cara entre los papeles, como si estuviera avergonzado por no poder solucionarlo—. El año que viene lo reabrirán si conseguís otro miembro, pero hasta entonces tendrás que apuntarte a otro club.

—¿No hay opción? ¿No podrías intentar hablar con el director? —Él alzó las cejas, sorprendido por mi petición.

—No, no puedo hablar con él cuando me plazca. Además, esto ha sido cosa suya. Dudo que vaya a cambiar de parecer porque yo se lo pida. —Me miró a los ojos y respiró hondo—. Solo es un año, ¿vale? El año que viene buscaremos un nuevo miembro. Yo mismo te ayudaré, pero ahora elige otro y hazlo lo mejor que puedas.

Me limité a asentir en silencio.

—¿Alguna idea?

Sí, salir volando por la ventana y no mirar atrás. Es lo que me hubiera gustado responder, pero en lugar de eso me encogí de hombros.

—Bueno, no tienes por qué decidirlo todavía. Tienes hasta el lunes. Piénsatelo bien.

—Lo haré —susurré y salí de la sala de profesores, o más bien huí. Me senté en las escaleras y me eché a llorar.

Sí, ahí en medio. No fue muy racional por mi parte, pero a esas alturas me daba completamente igual. Sollocé y me enjugué los ojos. En ese momento alguien me golpeó y provocó que me diera un manotazo directo en la cara.

—¡Ay! —exclamé, y al alzar la cabeza me encontré con un rostro poco amigable. Era un chico alto, de cabello negro brillante, y un aparente humor de perros. A su izquierda caminaba su antítesis, que al mismo tiempo era el culpable de que me doliera la nariz; un chico bajito y pelirrojo que, por la energía desbordante que emanaban sus gestos, recordaba a un cachorro de Golden Retriever.

—Hinata, idiota, ¿por qué no miras por dónde vas? —le espetó el alto.

—¡Lo siento mucho! ¿Te he hecho daño? —El tal Hinata se inclinó cinco o seis veces repitiendo una y otra vez lo mucho que lo sentía. Me pareció tan gracioso que por un segundo incluso olvidé por qué estaba llorando.

—No, tranquilo. Estoy bien. Ha sido culpa mía. —Me incorporé y me sacudí la falda—. No tendría que haberme sentado ahí.

—Oye, ¿estás bien? —Frunció el ceño y se acercó a mi rostro, cosa que hizo que me alejara de un brinco, sobresaltada—. ¿Estabas llorando?

—No seas metete, ¿a ti qué te importa? —lo regañó el otro una vez más.

—Es verdad, perdona.

—Da igual —susurré—. Es que... Os parecerá una tontería, pero... Han cerrado mi club por falta de miembros.

—¿Tu club? —inquirió el pelinegro.

—El de literatura —maticé—. He ido a hablar con el profesor Takeda, y resulta que se ha desapuntado una chica. Éramos cuatro, así que ya no somos suficientes para seguir con las actividades.

—Pero si no te puedes desapuntar en todo el curso, ¿no?

—Eso creía yo, pero ha sido cosa del director, así que...

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⏰ Última actualización: Jun 24, 2023 ⏰

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Era sarcasmo, Kei (Tsukishima Kei × FemReader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora