3.- ¿A dónde me llevan?

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Año 2120

Samantha

-Eso sería todo, señorita Gilabert, puede retirarse -dijo satisfecho con mi trabajo. Sonreí.

-Nos vemos el lunes, señor Rodríguez –me despedí. Él me dedicó una sonrisa y yo di la vuelta saliendo de la oficina de mi jefe.

Al fin era fin de semana e incluso al no salir a ninguna parte, disfrutaba estos días en la soledad de mi casa con Luz, un buen libro, o una buena película y montones de comida chatarra.

Cogí mi bolso de mi escritorio y salí de ahí a toda prisa, tomando las escaleras, puesto que, el edificio era apenas de cuatro pisos y además no quería perder mi valioso tiempo esperando el ascensor que a estas horas se abarrotaba con los empleados que tan ansiosos como yo corrían para llegar a casa.
Ya en el exterior respiré profundamente trayendo a mi nariz el olor de los motores de los autos, grasa y humedad que era lo único que llenaba el espacio del estacionamiento subterráneo.

Fui la primera en salir de la empresa y me provocó un poco de escalofríos estar en medio de aquel sitio desolada, teniendo la incesante sensación de sentirme observada, una sensación que venía ya acechándome desde hace días, desde que vi a un hombre en mi habitación. Un suceso que me dediqué a ignorar culpando sólo a mi imaginación.

Subí a mi hermoso coche, un mini cooper negro que mucho trabajo me costó comprar; encendí el motor y me puse en marcha dirigiéndome a mi casa.

A estas horas las calles de Madrid se hallaban vacías, lo que agradecí incluso al no esperarme nadie en casa, puesto que, vivía sola. No tenía familia, mis padres jamás los conocí, crecí con mi tía Tamara, pero ella desapareció cuando yo tenía quince, dejándome un apoderado legal que me dió todo lo que necesitaba, desde techo hasta estudios y comida.

No me molesté en preguntar por ella, ya que siempre que lo hacía recibía una respuesta negativa, así que simplemente me dediqué a estudiar resignándome a no saber de ella, me quedé completamente sola y así estaba acostumbrada a vivir, casi no tenía amigos y mucho menos novio, ningún hombre se me acercaba y yo no entendía la razón

Yo no era fea, de eso estaba conciente. Era de alta estatura, media aproximadamente 1,75m, tenía el cabello liso y rubio, delgada y de ojos azules, nada fuera de lo normal, pero tampoco alguien que no pudiese conseguir pareja. Pero aún así, nunca había tenido un pretendiente, así que tal vez yo no era lo que alguien buscaba. Era extraño tener veintiún años y nunca haber besado a alguien, pero en fin.

Llegué a mi casa en menos de lo esperado, no era para nada grande, sólo de una planta, lo suficiente para que pudiese estar cómoda.
Bajé del auto y me colgué el bolso en el hombro y mantuve el móvil en mi mano. Avancé hacia la puerta y la abrí, al hacerlo mi pequeña gatita Lucy llegó corriendo a mis pies; le sonreí y la tomé entre mis brazos.

El era mi única compañía.

De pronto, dejé de prestarle atención y me quedé paralizada al percatarme de la presencia de dos hombres dentro de mi casa a unos cuantos metros de distancia de mí. Eran altos, demasiado, ambos parecían de esos hombres que contratas como guardaespaldas, vestidos de negro y demasiado pálidos para mi gusto.

Lo primero que pensé fue que tal vez eran policías, pero no había ninguna razón para que la policía quisiera hablar conmigo. Mucho menos para que entrara así a mi casa.

-¿Quiénes son? ¿Qué hacen en mi casa? –pregunté sin separarme de la puerta, apretando las llaves del auto en mi mano. Si intentaban algo, podría salir corriendo.

-Eso no importa –habló uno de ellos–. Venimos por usted -dijo con tranquilidad, como si fuese lo más normal del mundo.

-¿Qué? -pregunté confundida– ¿Son policías? –Los cuestioné... Solo para descartar.

Entre Sábanas De Seda -Flamantha- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora