4.- Me niego a ser tu esposa

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Mis ojos se abrieron más de lo normal dando la impresión de salirse de sus cuencas. No me moví. Sus labios fríos acariciaban los míos como si necesitase de ellos, permitiendo fluir la urgencia en cada roce de su boca que desesperada buscaba adherirse con mayor fuerza a la mía, dominando en cada sutil movimiento que realizaba. Sin embargo, momentos después se separó de mí como si lo obligaran a ello, ya que resplandecía en sus ojos vivaces el deseo ferviente de seguir besándome, mientras que yo no correspondí a su beso y al parecer eso le molestó un poco.

-Sabes para lo qué estás aquí? –preguntó separándose unos centimetros de mí.

-Me niego rotundamente a ser tu esposa –la comisura de su boca se elevó hacia un lado en un atisbo de sonrisa mezquina y canalla.

-Es una lástima que no tengas opción –soltó displicente.

Caminó colocándose detrás de mí, haciéndolo muy lento, como si fuera un depredador que observa de cerca a su presa; tuve curiosidad de seguir mirándolo a la cara, más no me giré y momentos después percibí un hálito en mi nuca que me hizo temblar. Cerré los ojos un instante y tragué saliva sintiendo un estremecimiento en cada parte de mi ser. Su respiración cerca de mi cuello me erizaba la piel.

-Déjame ir por favor, hay más mujeres que estarían encantadas de estar a tu lado –repliqué con voz mortecina tratando de hacerlo entender.

-No me interesa otra humana que no seas tú, ninguna posee tu aroma, tu piel, tu belleza –continuó volviendo a su posición frente a mí.

Tomó mi mentón con sus dedos y sus ojos se clavaron en los míos. Contuve la respiración cuando acercó su nariz a mi cuello, lo recorrió de arriba abajo con suavidad. Permanecí quieta, el rigor del frío que emanaba su piel me dejo aterida; e incluso así se sentía extrañamente bien y él parecía sentirlo de la misma forma ya que soltó un sonido de satisfacción al tiempo que su aliento me acariciaba como si de la seda se tratara.

-No puedes obligarme. No te conozco –argumenté sublime; él se separó de mí de forma abrupta, achicando los ojos.

-Ya tendrás tiempo para hacerlo, mucho a decir verdad –murmuró con desdén, como si esto fuese lo más normal del mundo.

-No. –me atreví a articular con gesto enérgico– Las personas se casan por amor y yo a ti no te amo – repliqué mirándolo desafiante.

-El amor no tiene cavidad aquí –repuso serio–. Serás mi esposa y no hay nada que puedas hacer al respecto –finalizó tajante.
Le dediqué una mirada iracunda y determinada.
No iba a ser su esposa, primero muerta.

-No –afirmé con dureza, siendo estúpidamente valiente, lo que no fue una buena idea.

El se movió tan rápido que no pude seguir uno solo de sus movimientos, sólo ser consciente de su cercanía, de su mano que se asía a mi cuello con demasiada fuerza empleando más de la necesaria, no es como si yo pudiese escapar de sus garras tan fácilmente, él sólo lo hacia para lastimarme. Mi espalda se golpeó contra la pared, el aire escapó súbitamente de mis pulmones a causa del golpe, más todo eso quedó olvidado cuando pude ver los ojos del vampiro que ahora relucían de un color carmesí que me hizo temblar de miedo.

-No me desobedezcas. Harás mi voluntad, siempre –advirtió con una voz distinta a la que antes escuché, como si ahora estuviera distorsionada por la furia.

Entonces, sin verlo venir nuevamente, escondió su rostro en mi cuello y segundos después mordió garganta sin piedad alguna.

Sus colmillos eran filosos y abrieron mi carne con facilidad provocándome un dolor que se extendió por todo mi cuerpo y me hizo gritar; no obstante, él no se detuvo ante mis súplicas, asi que opté por golpearlo, pero todos mis intentos fueron inútiles, entre más luchaba, él más me lastimaba. Era un dolor horrible y peor aún el escuchar claramente los sonidos de satisfacción que escapaban de su boca mientras bebía mi sangre. Grité más fuerte cuando sus colmillos se clavaron con más rudeza en mi cuello, gimiendo de dolor sin poder evitarlo.

Entre Sábanas De Seda -Flamantha- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora