Capítulo 3: Pereza

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Eran ya las seis y media y Elena seguía esperando que Damon apareciera. Molesta por su impuntualidad, se dejó caer en la cama y ahogó su frustración con la almohada. ¿Por qué Damon no podía tomárselo en serio? Mejor dicho, ¿por qué no podía tomarse nada en serio? Su falta de seriedad era lo que más le desesperaba de Damon, como se notaba que contaba que no tenía que esforzarse por un futuro porque contaba con los contactos de su padre.

- ¡Están llamando! – gritó Stefan justo después de que el timbre resonara por toda la planta baja y un poco por la de arriba.

- No puedo, ¿Elena abres tú? – respondió la madre de ambos desde la cocina, donde llevaba toda la tarde ocupada en preparar una tarta.

- ¡Voy! – respondió levantándose de la cama.

Su hermano estaba tirado en el sofá viendo la televisión y solo reaccionó un poco cuando pasó por delante de la pantalla.

- Llegas tarde. – le dijo a Damon cuando le abrió.

- Te dije que tenía partido, se ha alargado la cosa. – se excusó él y se llevó una mano al bolsillo. – Iba a avisarte pero se me ha muerto el móvil, ¿puedo cargarlo un poco aquí? – preguntó mientras le mostraba que efectivamente su móvil ni se encendía ni reaccionaba a nada.

- Anda pasa. – dijo Elena apartándose.

Damon cogió la bolsa de deporte que había dejado a sus pies y se la echó al hombro mientras la seguía al interior.

- ¡Mamá! ¡Elena lleva a un chico a su cuarto! – se chivó Stefan para vengarse de que le hubiera impedido ver una escena al ponerse en medio.

- ¡No cerréis la puerta! – respondió su madre desde la cocina a pesar de que ya sabía que solo iban a hacer un trabajo.

Damon rió entre dientes mientras subían las escaleras.

- Ya veo de donde te viene la desconfianza. – comentó divertido.

- Mi hermano, que es idiota. – murmuró Elena de mala gana, abriendo la puerta de su habitación y dejándola así.

El chico fue directo hacia su cama y se tumbó con toda la confianza del mundo.

- El cargador está aquí. – le dijo Elena, alzando el cable para que lo viera.

Damon se levantó como si le costase un mundo y se acercó a la estantería para conectar su móvil. Después se volvió a la cama, donde estaba vez incluso se abrazó a la almohada.

- ¿Tienes alguna idea? – preguntó el chico desde su cómoda posición.

- Se me está ocurriendo una ahora mismo. – respondió Elena, sentándose en la silla del escritorio.

- ¿Cuál?

- ¿Qué te parece la pereza? Estás perfecto ahora mismo. – dijo burlona, haciendo el gesto de coger su propio móvil.

- Se llama cansancio. – la corrigió el chico, pillando que lo decía porque hubiera llegado derecho a tumbarse. – Ya me gustaría verte a ti.

Elena le observó, fijándose mejor en que iba vestido con ropas de deporte. Quizá fuese verdad su excusa del partido y eso le hizo sentirse un poco mal por él.

- ¿A qué juegas? – le preguntó curiosa.

- Fútbol. – respondió escuetamente el chico, que incluso había cerrado los ojos.

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