Episodio 3🥀: La nostalgia del príncipe.

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Noche anterior:

Un lacerante dolor en la cabeza le cegaba, con cada paso la pierna le fallaba. Lord Francis, uno de los amigos del príncipe fue el único en salir con vida del Bosque Gryde. No recuerda con claridad que sucedió, tampoco sabía con exactitud donde se hallaban los cadáveres de sus amigos y los soldados que les "hacían compañía". Maldijo para sus adentros a Felipe, tenía que ser precisamente él quien diese la idea.
Nunca debieron entrar al maldito bosque, lo confirmó al ver tirado en el suelo al príncipe Edward. Se aproximó hacia él pese al dolor de sus heridas y la dificultad de su caminar, se agachó para comprobar si todavía respiraba... dios, Edward respiraba aunque débilmente. Usó toda su fuerza para llevárselo a cuestas hasta los caballos que habían dejado cerca. Montó en un uno y aseguró al príncipe inconsciente en el otro. Amarró las riendas del caballo en el que se hallaba el príncipe al suyo y partió.

Cabalgaba a toda velocidad, desesperado por salvar la vida de su amigo de la infancia.
Cuando llegaron por fin a su reino los guardias de la puerta se alarmaron, presenciando al príncipe Edward y su amigo malheridos gritaron:

-El príncipe Edward y Lord Francis regresaron. ¡Abrid las puertas ahora mismo!.

Sintiéndose a salvo, Francis suspiró. Ambos se encontraban en su hogar, Edward sobreviviría.

***

La mañana arribó sobre el reino de Beyorn. Edward abrió los ojos, mareado, con pocos recuerdos de lo sucedido el día de ayer.

-Agua -pidió con voz ronca

La reina suspiró de alivio al advertir que Edward había despertado. Fijó su vista en la sirvienta que la acompañaba.

-Buscadle agua -ordenó la reina con total autoridad -¿Acaso no escuchaste?, mi hijo tiene sed.

Ella fulminó con la mirada a la sirvienta, la cual bajó la cabeza en respeto y se retiró lo más rápido posible de los aposentos.
Ante lo ocurrido Edward enfocó la vista en su madre. Tosiendo un poco por la sequedad de su garganta.

-Madre...

-Callad, hijo mío, descansad y no habléis -la reina se levantó del asiento junto a la cama -No sabéis del susto que me habéis hecho pasar. Dios, casi muero de agonía cuando llegasteis tan malherido.

Edward quiso replicarle a su madre... y en ese instante apareció la sirvienta. Se alzó un poco, recibiendo la copa con agua en los labios. La sirvienta se retiró en silencio con la jarra y la copa cuando acabó.

La reina Editera observó a su hijo unos instantes, antes de retirarse también de sus aposentos. Edward se quedó solo en la inmensidad de su recámara, sus pensamientos ocupados por la dríade. ¿Y sus camaradas: Felipe y Baldwin, estarían agonizando?. No, lo más seguro fuera que hubiesen encontrado la muerte en ese bosque. Suspiró de molestia por lo sucedido, puesto que nada pudo hacer ante lo que les atacó en la neblina.

***

Aurora nunca sintió tanta preocupación, miedo y alegría como ahora. Estaba fuera del bosque, sin darse cuenta había pisado territorio humano. Lo mejor era que regresara cuanto antes, si por casualidad algún humano la notaba podía atacarla. Sin embargo su mayor preocupación era la reina y el castigo que le tocaba si la descubrían fuera. Con pesar su vista viajó entre el bosque y el reino que siempre deseó visitar a la distancia. Debía tomar una decisión, una que influiría en su destino.

***

A través de la gran ventana de una torre el príncipe admiraba los jardines del palacio, su reino y el bosque Gryde; de este último solo notaba una neblina a la distancia. Suspiró frustrado al no recordar todavía que los atacó, su mente le traicionaba con la imagen de la dríade en su cabeza.

Cansado de no encontrar soluciones, de no poder sacar de su mente a la dríade, decidió regresar a su recámara para descansar. Una sirvienta le esperaba, con la cabeza gacha, encogida y sin mirarle a los ojos.

-Alteza, su baño está listo.

-Esta bien, podéis retiraros.

A su orden la sirvienta se retiró, mostrando por supuesto el debido respeto. Fue a otra habitación donde una sirvienta en la misma posición que la anterior le esperaba. Se sumergió en la gran tina, permitiendo a la sirvienta cumplir con sus obligaciones.
Al resurgir de su baño una sirvienta más lo esperaba.

-Mi príncipe, he traído su comida por órdenes de la reina.

A un gesto de Edward la sirvienta colocó la bandeja con cubertería de plata en una mesita. Al acabar de comer, luego de limpiar su cara y manos, cayó rendido en su cama.
Fue una noche tranquila, una en la que el príncipe soñó con la dríade. Un bosque, un lago con cascada y ella tan hermosa a la luz de la luna.

***

Unas manos cálidas acariciaban su rostro. Abrió los ojos y los volvió a cerrar, debido a los rayos del sol que iluminaban toda la habitación.

-Despertad hermano mío, tenemos visita -reconoció enseguida a una de sus tres hermanas: Emily.

Emily abandonó sus aposentos, no sin antes darle un cálido abrazo. Se preparó para la inminente llegada de quien los visitaba, la duda y curiosidad sobre quien sería alojado en sus pensamientos.

La reina, sus hermanas y el príncipe se reunieron en la entrada. Vestidos como correspondía para la ocasión. Un carruaje se aproximaba hacia ellos, al detenerse el cochero abrió las puertas, revelando a las visitas. Bajaron una elegante mujer, seguido de un respetable hombre.

-Te presento a tu futura esposa hijo mío -presentó la reina a la joven que bajó última.

CONTINUARÁ...

𝕱𝖚𝖊𝖗𝖟𝖆 𝕯𝖊 𝕬𝖒𝖔𝖗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora