Había pasado mucho tiempo desde que nos vimos por última vez. Yo seguía con mi misma rutina diaria, llevando al día un pan y durmiendo con la foto que me habías regalado debajo de la almohada, ya toda remojada por mis lágrimas. A pesar de que no me mirabas cuando pasabas por la misma calle, yo estaba allí en mi esquina, con toda la ropa raída, sonriéndote y deseándote un buen día.
Pero mi corazón seguía latiendo por ti, aún después de todos esos años. A veces sentía una sed inmensa de tu amor, una sed que se había convertido en autocompasión. Pero en mi pequeño cuartucho, te recordaba con cada detalle: las rosas azules que amabas, las palabras que te dejaba en tu cumpleaños y que nunca llegaron a tus manos.
Anoche abracé tu fotografía, recordando aquellos momentos felices juntos. Y hoy, de repente, te vi en la calle y tomé tu mano. Tu mirada me reconoció, pero tu corazón se negó a hablarme. Te dejé ir de nuevo, llevando tus flores azules a mi pequeño cuartucho. Allí, respiré por última vez, dejando las flores plantadas para que florezcan más y siempre llegue alguna en tus cumpleaños. Aunque ya no estés a mi lado, siempre te llevaré en mi corazón.