1-LOS MELLIZOS QUE VIVIERON

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En Privet Drive nunca se había visto un hombre. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría
sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que
barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.

Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero
pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna
razón, ver al gato pareció divertirlo. Soltó una risa.

Debería haberlo sabido.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y
la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres
lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle.

Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.

-Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.-
Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura
cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato.

La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.

-¿Cómo ha sabido que era yo? -preguntó.

-Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso. -Dijo Albus Dumbledore

-Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo - respondió la profesora McGonagall.

-¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí. -dijo Dumbledore

La profesora McGonagall resopló enfadada.

-Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo -dijo con impaciencia-. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. -Terció la cabeza
en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley-. Lo he oído.

Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en
Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.

-No puede reprochárselo -dijo Dumbledore con tono afable-. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...

-Ya lo sé -respondió irritada la profesora McGonagall-. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de
los muggles, intercambia rumores- Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si
esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.

-Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece
haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?

Un amor extraño - Draco Malfoy y TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora