Una vida en soledad

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En dos horas, me habían dado el alta. Mientras me cambiaba, Sebastián se encargó de firmar los papeles y de pagar los servicios del hospital. Al encontrarnos, me ofreció llevarme en su auto. Le dije que sí, pues mi hogar se encontraba a unas cuantas ciudades de allí, y tampoco llevaba mi billetera para pagarle a un chofer. 

El tráfico era abrumador, pues justo en enero se celebraba el Festival del folklore en la ciudad de Cosquín. Encima era hora de siesta, cuando el sol pegaba más fuerte. 

- ¡Otra vez esta música del orto!- Mi amigo rompió el silencio- Si fuera Fito Páez se entiende, pero ¿por Los Tekis? Así no se puede, loco.

No le contesté. ¿Cómo iba a querer discutir sobre gustos musicales? Tampoco podía bardearlo. El actuaba de esa manera con todo el mundo. Siempre fue impulsivo y tiraba comentarios en los momentos más inapropiados. Sin embargo, nunca dejó de mostrar preocupación por mi familia y nos ayudó en tiempos que mi salario era mínimo. Por algo, era mi mejor amigo.

- Che, Esteban- retomó el habla- ¿seguís viviendo en La Falda?

- Sí, por la Alberdi.

- Ah, piola. Si querés pasamos por la Edén y tomamos un cafecito- me dijo de un modo más tranquilo- Total, toda la gente se fue a ver ese festival en Cosquín. ¿Qué decís?

- Perdón Seba, pero paso. Solo quiero llegar a casa.

Me siguió hablando de unas cuantas cosas, pero no le presté atención. Mi mente se mantenía en el día del asesinato. Solo veía el rostro de mi mujer pidiéndome ayuda. Cuando llegamos a mi casa, sentí un leve escalofrío. 

- Cuidate locaso- me dijo después de darme un fuerte abrazo- Cualquier cosa, avisame si necesitás algo.

- Dale Seba- forcé una sonrisa- ¡Gracias por todo!

Quería pensar que todo había sido una ilusión, y que solo había llegado de un mal día del laburo. Me pellizqué lo más fuerte que pude el brazo y me dirigí hacia la entrada. Toqué tres veces la puerta, ya que era el código secreto que teníamos con mi pequeño. Usé la llave que tenía en mis pantalones y entré.

- ¡Ya llegué familia!- Por supuesto, no obtuve una respuesta.

La casa se encontraba igual que ayer. No había ningún olor extraño o rastros de sangre. Recordé que Sebastián me dijo en el viaje que nuestros colegas se encargaron de limpiar mi casa. Me fui directo a la cocina a descongelar unas hamburguesas del freezer, ya que era hora de cenar. Comí tan rápido que no me di cuenta que eran las que tiraríamos a la basura.

Al terminar, lavé los cubiertos y me dirigí hacia el piso de arriba. Subí las escaleras en puntillas de pie, ya que no quería despertar a mis amores. El cuarto de mi hijo tenía aún la luz encendida. Me dirigí hacia allí.

- Descansá Bauti- susurré antes de apagar el velador.

Mi habitación tenía la puerta entreabierta. Mientras la abría con lentitud, pude observar que mi lado de la cama seguía destapado como ayer. Al acostarme, el perfume de María me hizo excitar. Comencé a besarle el cuello, mientras le desprendía los botones de su vestido. Acto seguido, tuvimos el acto del coito.

Al acabar, la miré a sus hermosos ojos celestes y le dije cuanto la amaba a ella y a mi hijo. La besé y me voltee hacia el otro lado. Rompí en llanto. Eran lo más preciado en mi vida, y él me los arrebató. ¿Cómo iba a pasar en ese entonces una vida en soledad? 

The Assassin: VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora