I. Sinceridad

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Las cosas aquel último tiempo no fueron fáciles para nadie. Mi madre cada día se encontraba más estresada por su trabajo, papá inmóvil gracias a su reciente operación de rodilla y mi hermano, como siempre, parecía intentar ocultar su depresión un poco más todos los días. Obvio que también estaba ahí yo, dejándome para el final como de costumbre, cargando con los problemas de todos en una gran mochila que hacía tiempo no dejaba de pesar.

Iba un rato largo en que todo me parecía igual: me presentaba todos los días a mis clases, hacía algo de ejercicio y escuchaba los desamores por los cuales mis amigas andaban llorando frecuentemente. Mi vida siempre fue algo monótona y poco interesante, aunque era consciente de la inmensidad que había dentro de mi, pero que nadie alcanzaba a conocer. Una persona realmente muy sencilla, transparente y bastante sensible también, lo cual me hacía cuestionarme más de una vez si contaba con un defecto, o con una virtud.

A veces deseaba que mi vida fuera diferente. Recuerdo cómo eso me entusiasmaba y me aterraba a la vez. Una sensación de plenitud me invadía cuando imaginaba en cómo me hubiera gustado que fuera mi realidad en aquel tiempo, pero todo me parecía tan lejano y utópico que me frustraba constantemente.

Deseaba conocer nuevas personas, lugares, crear nuevos vínculos y salir a bailar y divertirme sin que me importe tanto las exigencias y responsabilidades que desde muy pequeña me dijeron qué hacer. No había nada que realmente me motivara a vivir, y a veces mi estado emocional se volvía tan oscuro que volvía difícil poder reconocerme.

La verdad es que con frecuencia me cuestionaba si quería estar ahí... ¿debía preocuparme? No lo sabía, aunque ahora creo que debí haberlo hecho. Existir me parecía algo tan vacío y tan lleno a la vez, algo así como si me sintiera agradecida de poder sentir el calor de los rayos de sol sobre mi rostro mientras pensaba en lo aterrador de quemarme con ellos. Porque todo era así, una sensación agradable y satisfactoria para que al cabo de un tiempo, se transforme en algo doloroso.

Lo único que me alegra poder decir es que sólo a veces no todo era tan malo como me parecía. No se a que tengo que agradecerle ni qué hice para haber merecido a Clara y a Lucía, mis mejores amigas desde la infancia, quienes adquirieron el hábito de aparecer para sacarme de mi habitación cuando lo único que quería era dormir como si no hubiera un mañana.

Clara irradiaba luz a cada lado que iba, su espontaneidad y alegría siempre parecían transmitirse a los demás, por lo que era muy sociable y a veces hasta un poco atrevida, para mi gusto. Por otro lado Lucía siempre fue de esas personas muy razonables que deciden hacer lo correcto antes que dejarse llevar por los impulsos, algo tan liberador como agobiante a la vez. De cualquier forma, poder refugiarme un rato con ellas en aquellos momentos de profunda soledad me resultaba gratificante, y su intento por querer que una pequeña sonrisa se dibujara en mi rostro fue una de las pocas cosas que me llevé conmigo.

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Noviembre 2021

Me desperté de un salto cuando escuché los golpes tan fuertes que Clara eufóricamente pegaba en mi puerta. Hacía prácticamente dos semanas que me había mudado a mi nuevo departamento para poder estar más cerca de la universidad en la cual estudiaba hace ya más de dos años, una decisión que jamás pensé necesitar tanto hasta que finalmente la tomé. Poder independizarme me hacía sentir que por primera vez estaba haciendo algo por mi misma, aunque esto significara quedarme dormida más de una vez por suponer que mamá telepáticamente me despertaría, cuando claramente no podía ser así.

- Dale Cala, ¡abrime! - gritaba mi impaciente amiga que parecía olvidarse que levantarme de la cama me llevaba mi tiempo.

- ¡Ya voy! ¿No podés esperar un segundo? - resongué.

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