La conciliación

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Anakin lamentó no haberse puesto algo más elegante que su viejo pijama dado de sí, pero al menos facilitaba las cosas. Cuando notó los dedos de su maestro bajando volvió a tensarse, incluso a tener un absurdo impulso de huir. Pero se quedó quieto, clavado en el borde de la cama como un conejo que viera los faros de un coche delante de la carretera.

Obi Wan volvió a besarle, empujándole con suavidad hacia el colchón con el peso de su cuerpo. Acabó apoyándose en el codo sobre las sábanas, con los dedos de esa mano entre el pelo de Anakin. No quiso detenerse a pensar en lo que hacía. La angustia y la frustración habían desaparecido, la mirada de Anakin volvía a estar limpia y eso era lo único que le importaba.

Le rozó mientras le besaba. Primero fue una caricia sutil entre sus piernas, y luego los dedos cálidos y seguros del maestro se cerraron alrededor de su sexo, firme y gentilmente.

La educación sexual del Templo era cuidadosamente escasa y se limitaba a lo biológico. Las jóvenes aprendices, a partir de los once años, tenían una charla femenina con Vokara, que les explicaba con pelos y señales lo que sucedería con sus cuerpos en los próximos años y les proporcionaba el material sanitario que necesitaran. A veces acudían a ella por otro tipo de cosas, sabiendo que podían contar con su discreción. Por el contrario, los varones carecían de un adulto que les explicara sus dudas sin caer en negativas, amenazas veladas o titubeos. Al llegar a la adolescencia ellas sabían de sobra a qué atenerse, mientras que ellos se sentían sucios, estúpidos e incluso culpables.

Anakin, como muchos otros, ni siquiera había probado a tocarse solo, temeroso de las vagas advertencias que rodeaban ese tabú. Ahogó un jadeo sorprendido con el primer roce y volvió a reír de puro nerviosismo.

—Eso... eso ha sido intenso...

El maestro movió la mano liberando el sexo del padawan de la ropa interior. La cintura prestada del pantalón se retiró hacia abajo. Obi Wan había tenido la suerte de educarse en aquellos menesteres lejos de los muros del Templo, en sus viajes con Qui Gon, que enfrentaba ciertos temas con una naturalidad envidiablemente abierta. Aunque nunca hubiera compartido un contacto tan íntimo con un hombre, sabía de sobra cómo funcionaba su propia anatomía y no sentía pudor alguno por el hecho de estar compartiendo esas caricias con alguien de su mismo sexo. Eso no le inquietaba tanto como que fuera su padawan, pero había decidido mantener esos pensamientos alejados.

Rozó la nariz de Anakin con la suya al levantar la cabeza para mirarle, acariciándole lentamente con el vaivén de sus dedos. Estaba pendiente de todas sus reacciones, atento a cualquier gesto de disgusto o incomodidad. A pesar de su experiencia, acostumbrado a correr un velo de silencio sobre esos asuntos, Obi Wan era parco en palabras en todo lo que tuviera que ver con ellos. Al contrario que en el resto de cosas, prefería la acción a la palabra.

Anakin volvió a jadear y rebulló contra sus dedos, sin tener la menor idea de cómo lidiar con sensaciones tan desconocidas y agradables. De repente se le ocurrió que sus propias manos no deberían estar ociosas, que se trataba de algo compartido. Movió una despacio, tanteando. No fue difícil encontrar lo que buscaba, el abultamiento en los pantalones de Obi Wan era obsceno. La prenda estaba sujeta por un botón que el padawan trató de desabrochar, frustrándose y dando tirones al no conseguirlo.

La mano de su maestro no tardó en ir en su ayuda, dándole un respiro al detener las caricias y desabrochando el botón antes de que Anakin acabara rompiéndolo o rasgando las costuras del pantalón. Acalorado, aprovechó para abrirse la túnica y removerse para dejarla caer a sus espaldas, sin plegarla ni prestarle la mínima atención. Libre de ella, volvió a agarrarle entre las piernas y retomó las caricias, inclinando la cabeza para besarle sobre la clavícula.

El mal menor (Obikin 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora