Capítulo IV

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IV - Madre por elección

Luego de las clases de la mañana, llegué a mi residencia para desempacar mis deberes, descansar un poco y prepararme para ir al centro de la ciudad. Tenía claro lo que debía hacer. Primero, iría a comprar una linterna de luz roja en mi tienda astronómica de confianza, ya que la que tenía antes decidió morir después de tres años de servicio. Luego, debía ir al supermercado a reponer algunas cosas de nuestra despensa y, de paso, comprar lo que necesitaría para los snacks que llevaría cuando saliera a ver la conjunción de Júpiter y Saturno.

Finalmente, iría al Gatfé a visitar a la gatita y las crías que habíamos rescatado hacía una semana. Ya había ido en dos ocasiones diferentes, para hacer una que otra donación y echar un vistazo a los gatos. No desconfiaba del cuidado de la veterinaria encargada; no obstante, me gustaba asegurarme de que habíamos tomado la mejor decisión al dejarlos en sus manos.

Después de comprar la linterna, llegué a la conclusión de que sería mucho más conveniente comprar en el mini mercado cerca de la residencia. Primero, porque no quería cargar con todo desde el centro de la ciudad; segundo, era mucho más barato, y en situaciones como la que me encontraba, siendo una estudiante universitaria con un presupuesto limitado, era mejor hacerle caso a las demandas del bolsillo.

Antes de entrar en el cómodo lugar, mi móvil comenzó a vibrar de manera incesante y molesta. Al revisarlo, supe que ya habían pasado las 24 horas de silencio que le había impuesto al grupo de la residencia, así que aproveché para archivarlo.

Cuando hablé con una de las meseras, ella me guió hasta el cuartito donde tenían a los gatos aislados por razones de seguridad. La primera vez que llevamos a la gata, me sorprendí al notar que el café era mucho más grande de lo que aparentaba, ya que había sido inaugurado en una de las casas antiguas más amplias de la ciudad. Ya en su habitación, me asomé por la ventana y noté que no era la única que había decidido venir.

Con una llave que sacó de su mandil, la chica abrió la puerta para dejarme entrar. Nyxe levantó la vista del animal para mirarnos. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro, aunque trató de disimularla presionando los labios entre sí.

Su saludo fue tan bajo que, de no haber visto cómo sus labios se movían, habría pensado que era mi imaginación. La gata se acercó después de varios minutos, olfateando la mano que le extendí para volver a ganarme su confianza. Por suerte, pareció reconocer mi olor y frotó su cabeza contra mis pantorrillas. Cada vez que lo hacía, me sorprendía un poco más que no me guardara rencor tras haber contribuido a su "secuestro".

—Le gustas, —dijo Nyxe.

Levanté la mirada, permitiendo que nuestros ojos se encontraran. Cuando ella se removió desconcertada, me percaté de que me había quedado en silencio por mucho tiempo. Aclaré mi garganta antes de hablar.

—Nah, solo es amante del cariño. —La minina apoyó su cabeza sobre mi palma.

—A mí no se me quiso acercar.

—Seguro no te has presentado bien. Ven. —Le hice un gesto con la mano para que se acercara. Ella se despegó de la pared, con paso firme por las botas de combate que llevaba. Se acuclilló a mi lado—. Tienes que ofrecerle primero la mano.

Ella hizo lo que le indiqué, extendiendo su mano de manera pausada hacia la gata. La felina abrió los ojos en su dirección, se acercó a olerla y, tras observarnos a ambas con sus grandes ojos amarillos, se acercó y permitió que la acariciara. La sonrisa de Nyxe no se hizo esperar.

—Vale, quizá tenías un poco de razón. —Me observó por el rabillo del ojo, lo que me hizo sentir más nerviosa de lo habitual—. ¿Cómo aprendiste tanto de gatos?

NYXE (Reescritura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora